Cuando militaste en uno de los partidos que han detentado o
compartido el poder, y observaste con desencanto gradual de como este se
distanciaba cada vez más y más de los enarbolados principios que te
condujeron hasta allí; una honda sensación de frustración, impotencia y
desilusión se apoderó de ti. No tanto por la crueldad que engendra la
imperfección congénita de toda obra humana, sino por algo más frustrante
aún: el no percibir el menor propósito de enmienda para un cambio de rumbo
en beneficio de los intereses de todos. Frustración que sabe a hiel cuando
se ama con desprendimiento y sinceridad al país y verificas con la
indignación del que ha sido burlado, de cómo el sistema de anti-valores, de
complicidad tácita y no tácita, comenzaba a condicionar los nuevos valores
que con gran sinceridad y fervor patriótico se iban acercando a la
maquinaria partido-mercantil para ser inducido a toda suerte de
incondicionalismo. Sobre todo cuando estaban dotados de potencial para el
liderazgo y podían ser capaces de despertar expectativas o esperanza de una
vocación de cambio integral. ¿Cuántos promisorios prospectos habrá consumido
esa hoguera maldita?
Cuando del mismo modo, observabas que el pragmatismo y la
depravación presentes en todos los sentidos y estratos de la dirigencia
anulaban cada vez más el efecto del señuelo que tanto te cautivó,
conduciéndote bajo ese desengaño y a fuerza de coñazo limpio a tomar
conciencia de tu responsabilidad con lo tuyos y ante el propio país…
Entonces dos horizontes se abrieron ante ti. El primero de ellos te invitaba
a continuar bien a la espera de que la organización entrara en contrición y
reflexión por los garrafales incurridos, y en consecuencia se propusiera a
la tan ansiada rectificación, bajo la extremadamente tentadora propensión a
ser seducido durante la travesía, por los placeres del poder y la
inmoralidad que cuestionabas en silencio. O en vez de ello: optar por el
segundo horizonte, el cual implicaba los riesgos conocidos, principalmente
si tenías algo que perder y mucho de aventura.
Fue así, en medio de tan traumática frustración, de como la
inmensa mayoría de los militantes de los grandes Partidos, y todos los
sectores progresistas del país (no alienados), dirigieron, silenciosos, la
mirada vaga hacia esa segunda opción: hacia un Chávez. Viniera de donde
viniera. No importaba que doctrina ni ideología política profesara. Si era
civil o militar; ni siquiera si era nazista o fascista ni cuantos muertos
habría. Así lo imponía la desesperación y la injusticia acumuladas.
Lentamente; quella mirada vaga fue haciéndose más evidente, hasta que un
cuatro de febrero retumbó la madrugada... Era Chávez con sus oficiales, mi
cabo nieves, y su tropa, que venían por los cuarenta años del más despiadado
y cruel oscurantismo social y moral y a instalar ese reflector arrechisimo
que hoy deslumbra en el fondo de todos los túneles de Latinoamérica entera.
En las raíces de ese huracán de desencanto que nos envolvió a
todos los que desde otra toldas políticas y diferentes sectores,
especialmente los no alienados, esperamos siempre que algún día algo tenia
que pasar en Venezuela en pro del retorno de la fe y la esperanza hoy
representadas por el hecho de ver y sentir que el país se ha enrumbado
definitivamente hacia su gran destino, yace oculta la gran fortaleza del
proceso Chávez. Es en ese amplio repertorio de frustración acumulada durante
más de cuarenta años de oscurantismo social y fundamentalmente moral, donde
deben hurgar con profunda meditación monástica los que quieran conocer las
causas y secretos del éxito de Chávez, para lo cual no basta llorar como
candidas plañideras por un desamor, ni envenenando incautos internos y
externos, ni mucho menos arrastrando la vergüenza en los vestíbulos de los
centros de poder y de las oligarquías del mundo pidiendo la cabeza de
Chávez. Ese método desesperado parece además de infantil o torpe, demasiado
indigno y por demás humillante y complicado, cuando para ello solo se
requiere algo tan sencillo como un piche voto al que simplemente tienen que
capitalizar ¡Mas nada…! -Esa pendejaita’ namáj’-. Solo que ese voto está en
las manos mayoritarias de los que militaron en los partidos que aspiran
volver y que tantas desilusiones causaron a tanta gente... Vengan pues, por
nuestros votos, los que quieran derrotarlo electoralmente que es la única
forma en que aceptaremos su ausencia, pues no creemos en infartos ni en que
los aviones se caen solos sino que los tumban. Los estaremos esperando para
responder sus argumentos democrática y civilizadamente en cualquiera de los
estratos sociales en que nos encontremos, bien en una urbanización de clase
media o en un barrio: los que ya han comenzado a moverse hacia delante y
hacia arriba... ¡Por fin carajo! Después de la gesta de independencia, el
pueblo tantas veces burlado ¡Esta viendo una... dos, y déle! ¡Gracias Elena
(quien pudiera probar tus hallacas que tanto loa tu hijo), y Hugo de los
reyes, por el regalito!
simonmartinez2@hotmail.com