Criterios del liderazgo democrático

Con la cita final de La novela de Perón, de Tomás Eloy Martínez (1985), en torno a la matanza de cientos de jóvenes el 20 de junio de 1973 en Ezeiza, como en Tlatelolco, he quedado conmocionado: "No conozco la duda. Un conductor no puede dudar. ¿Se imagina usted a Dios dudando un solo instante? Si Dios dudara, todos desapareceríamos -expresó Perón". Argentina cayó, durante el tercer gobierno de Juan Domingo Perón, en una espantosa dictadura que muchos sufrimos en carne propia. Sin embargo, alguien puede objetarme que ninguna revolución, ni siquiera las socialistas (de Lenin, Mao, Fidel Castro, etcétera), dejaron de tener un claro liderazgo o, al menos, la conducción de una reducida vanguardia (la de los sandinistas en 1979). El tema debe ser pensado en cuanto a los criterios del liderazgo democrático para comprender las ventajas y riesgos de todo liderazgo, no sólo inevitable, sino igualmente necesario.

¿Por qué toda revolución o proceso de cambio social tiene siempre un liderazgo construido desde el pueblo? Porque los proyectos y principios de todo cambio social y político, que son específicos o universales, hay que aplicarlos a casos concretos, y en esta aplicación puede haber errores. Los encargados de aplicarlos son personas, políticos, biografías concretas, sujetos con cualidades y vicios, humanos, limitados, históricos. Los movimientos sociales, los pueblos, los ciudadanos pueden adherirse a proyectos y principios, pero necesitan discernir sobre personas concretas que llevarán a cabo los principios y proyectos hegemónicos. La persona real, con rostro, honestidad, sentido del humor, prontitud en la decisión, perseverancia, es esencial. Los pueblos no siguen sólo principios, proyectos, sino también personas. Y es correcto en política (como en toda actividad humana). La izquierda necesita del liderazgo, siempre lo ha tenido, pero no le agrada discutir el tema..

La cuestión de fondo es reflexionar sobre los criterios que juzgan la acción de liderazgo y la colocan dentro de ciertos límites que lo determinen como liderazgo justo, democrático, eficaz, crítico. Si se cumplen estos criterios no habría que temer al liderazgo. Así, los mismos que cumplen el liderazgo tendrían pautas correctivas que les permitirían enmendar errores en el ejercicio del liderazgo. Los líderes no pueden ser infalibles; siempre se equivocan, como todo político. La cuestión estriba en poder corregir los errores coherentemente, cumpliendo con criterios estipulados.

El primer criterio del liderazgo es que toda acción del líder debe cumplir con el proyecto de reproducir y aumentar la cualidad de vida de los ciudadanos, en especial los más necesitados. Es el principio material (ecológico, económico y cultural). Se da por supuesto, pero en muchos casos no se cumple claramente. (Véanse las tesis 9 y 13 de mi librito 20 tesis de política.) El segundo criterio es el ejercicio continuo de la democracia (tesis 10 y 19 de la misma obrita). Si un líder en el Ejecutivo tuviera mayoría absoluta con sus partidarios en la Cámara de Diputados, situación ideal para exigir a sus correligionarios cumplir con sus deberes de representantes, estudiando las leyes y decretándolas, más si el mismo Ejecutivo las promueve y, para ir más rápido, pidiera plenos poderes para suplir la acción del Congreso, habría faltado al criterio de un liderazgo democrático, porque asumiría innecesariamente plenos poderes, debilitando la capacidad discursiva de los diputados. Estos perderían responsabilidad, quedarían inactivos y obedientes a un liderazgo que no se ocupa de acrecentar los hábitos democráticos de sus colaboradores. Es una ocasión perdida para democratizar las estructuras del Estado. Se transformaría así en un liderazgo ambiguo, que puede ser criticado de dictadura (en el sentido de la institución romana), y, por desgracia, dictadura innecesaria, siendo que tiene una mayoría absoluta en la Cámara (pero débil, porque la oposición decidió no participar en las elecciones, y en vez de afirmar a sus correligionarios en la Cámara los debilita con sus plenos poderes). Se trata de un error en el ejercicio del liderazgo. Nunca hay que tomar ninguna decisión sin que los afectados tengan conciencia de haber participado plenamente. Elegir ser conductor de los movimientos sociales o presidente legítimo es una decisión que puede imponerse desde abajo (democráticamente y usando instituciones, como un voto para compulsar la opinión) o desde arriba (y si queda la sensación que fue desde arriba el liderazgo pierde fuerza, porque no es asumido por consenso, con legitimidad, democráticamente por los partidarios).

El tercer criterio es la factibilidad. Si el liderazgo llega a las metas propuestas es eficaz. Aunque no se cumplan las metas por objetivas razones de injusticia, de actos corruptos de los oponentes, de instrumentos desproporcionadamente superiores de los antagonistas, la eficacia, al menos por el aumento del consenso en el pueblo con respecto a la corrección en el uso de liderazgo, es un criterio fundamental. Los errores ineficaces no deben ser de tal tamaño que el liderazgo desaparezca por inanición, como en el caso de la candidatura de Madrazo en la pasada elección.

El liderazgo de izquierda debe ser crítico de las injusticias, de las instituciones opresoras, de la incorrecta conducción de los oponentes. La valentía en el enunciar públicamente errores fundamentales (como privatización de los energéticos, o el endeudamiento de Pemex como ocultamiento del endeudamiento del Estado -ya que entregando Pemex sus recursos al Estado, su deuda en realidad es la deuda que debió contraer el Estado- es igualmente parte constitutiva del liderazgo.

Todo movimiento político necesita participación popular, principios normativos, proyecto hegemónico, organización y liderazgo confiable y eficaz. No hay que temer al líder, pero hay que exigirle cumplir criterios políticos democráticos claros que puedan servir para la crítica constructiva. A esto la izquierda no está habituada: critica todo o acepta todo. Además, muchos se creen líderes sin responder a los criterios de tales. Por ejemplo, cuando un líder corrompe a sus adherentes con promesas de ventajas particulares (del grupo adherente) y no abiertas a todos los afectados (aunque no sean adherentes) es un falso líder, un jefe de pandilla. El charrismo es ejemplo de liderazgo corrompido. El corporativismo, con el lema: "Yo te doy para que tú me des", fetichiza el poder del "rey" (el "rey de los jitomates" en La Merced), que es el que protege injustamente a los intereses ilegítimos de los suyos contra otros afectados. En ese caso el liderazgo no cumple con el primer criterio (no promueve el aumento de vida de todos los afectados) ni es democrático (excluye a ciertos afectados); es eficaz, pero con una eficacia a corto plazo, destructora y pervertida. Eso no es liderazgo, es caciquismo.


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Enrique Dussel A.


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