“... libertad- afirmó la Luxemburgo - sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido -por muy numerosos que ellos puedan ser- no es libertad en absoluto. Libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa diferentemente... Lenin y Trotsky han establecido los soviets como la única representación verdadera de las masas trabajadoras. Pero con la represión de la vida política en el conjunto del país, la vida en los soviets debe de llegar a estar también cada vez más mutilada. Sin elecciones generales, sin irrestricta libertad de prensa y reunión, sin un libre enfrentamiento de opiniones, la vida se extingue en cada institución pública, llega a ser una mera apariencia de vida, en la que sólo la burocracia permanece como el elemento activo.” (R. Luxemburgo. La Revolución Rusa contenida en la compilación “Habla Rosa Luxemburgo”; Pathfinder Press, New York, 1970, pág. 391).
La vida le dio toda la razón a Rosa Luxemburgo.
La libertad tiene que ser consustancial a toda revolución verdadera y a todo proyecto auténticamente socialista.
Libertad para debatir, competir, postularse organizarse, manifestarse, denunciar reclamar, exigir, proponer y optar por dirigir y representar…no para violentar las normas colectivas, la voluntad popular, la autodeterminación y soberanía del pueblo
Libertad de palabra y de ideas. Aceptación de la diversidad en el campo revolucionario y en toda la sociedad. Defensa del derecho propio y respeto del derecho de los(as) demás.
Libre enfrentamiento en función de la naturaleza del contrario y de los métodos que empleen. Democracia en la sociedad y más aun en las propias filas revolucionarias.
Porque si al enemigo de clase, al opresor de todos los colores, al representante del sistema opuesto; si al contrarrevolucionario, al pro-imperialista, al pro-capitalista… se le concede el derecho a debatir, a competir, a organizarse y manifestarse en democracia, y esto debe aceptarse como bueno y válido; con mayor razón debe admitirse y reconocerse como virtud la diversidad dentro del campo de la revolución, en el seno de las fuerzas partidarias o participantes de la construcción de la nueva democracia y el nuevo socialismo.
Cada sector en su lugar y a cada quien el tratamiento según su naturaleza política
Al enemigo o adversario sistémico se le respetan sus derechos y se la trata como tal: como expresión del orden capitalista, como partidario de la dominación imperialista, como factor resistente a la verdadera democracia y al tránsito al socialismo; sin detener las transformaciones llamadas a erradicar y sustituir los fundamentos económicos e ideológicos y los medios correspondientes que han servido de pilares a su dominación material y espiritual basada en la desigualdad y la injusticia.
A quienes representan la oposición al cambio se le descalifica para esos fines, se le sitúa en el campo de la contrarrevolución y se le combate con medios y métodos capaces de contrarrestar las formas de lucha que ellos se dispongan a emplear.
A las ideas se le debe combatir con ideas. A la movilización con la movilización.
A la competencia electoral con las capacidades a desplegar en ese terreno. A las armas con las armas. A la sedición con el peso de la coerción y la legalidad revolucionaria.
El trato político a los actores sociales de los cambios necesarios debe ser distinto al que se le de a los enemigos. El trato a los aliados de la revolución debe ser diferente al que se le de a sus adversarios, aun en el contexto de un clima de libertad y respeto de derechos.
Ni el revolucionario, ni el aliado del proceso, deben ser descalificados ni estigmatizados mientras actúan como tal, aun con posiciones propias y con diferencias más o menos significativas, con enfoques que se entiendan erradas o iniciativas inadecuadas.
En un proceso de tránsito del capitalismo neoliberal a una sociedad pos-neoliberal, camino a un socialismo participativo, la diversidad de actores que actúan como aliados o como componentes del campo transformador anti-neoliberal, antiimperialista, anticapitalista y pro-socialista, son sumamente variados.
Exigir uniformidad es contrariar la riqueza el proceso.
En el propio campo de las fuerzas de vanguardia, de las organizaciones capaces de transitar todo el proceso, de los sujetos y aliados estratégicos (no simplemente tácticos), la diversidad es un dato significativo de la realidad.
Esto así por razones históricas, sociales culturales, trayectorias políticas, procesos formativos, experiencias vividas, causas generacionales, de género, de etnia, de sectores de clase.
No olvidemos que el sujeto social de la revolución en sociedades como las latino- caribeñas, si bien es expresión de la fuerza del trabajo contra el capital, es a la vez sensiblemente heterogéneo.
Es el sujeto popular, el sujeto pueblo, la pobrecía con todos sus componentes, incluido el proletariado en su definición clásica.
Sus expresiones políticas y teóricas, aun dentro del campo del proyecto revolucionario- socialista, son tambien diversas y generan determinadas contradicciones, encuentros y reencuentros.
Esa realidad debe ser admitida y consecuentemente tratada.
Alerta frente al estigma y la condena antojadiza
El proceso hacia la revolución en Venezuela ha venido a reforzar la idea del bien que le hace a los cambios revolucionarios la libertad en escalas superiores a todas las que la decadente democracia liberal- representativa ha podido ofrecer y cumplir.
La derecha, la contrarrevolución interna e imperialista, puede y debe ser derrotada sin afectar la democracia del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.
En Ecuador está en marcha un ensayo similar hacia la democracia participativa y en Bolivia tambien.
En esa virtud no está la debilidad de esos procesos. En todo caso ella debe ser detectada en otras de sus vertientes.
Y si en esas situaciones hemos sido capaces de ser amplios frente al enemigo de clase y de pueblo, frente a los más perversos adversarios del proceso de cambio, con mayor razón debemos serlo respecto a los diversos componentes y aliados de las revoluciones y de la causa anti-imperialista.
Esto es absolutamente válido tambien en esta nueva fase del proceso cubano, en el que el estancamiento del modelo estatista y la crisis estructural del mismo han dado lugar a un rico un debate que procura alcanzar un nuevo consenso capaz de abrirle paso a otro modelo más participativo y eficaz dentro del proceso de orientación socialista.
Y esto lo digo porque en los debates en torno al reciente revés electoral en Venezuela, en las discusiones sobre lo que pasa en Bolivia, en los enfrentamientos de ideas respecto al proceso ecuatoriano, en las valoraciones sobre los actores político-militares dentro de la aguda crisis colombiana y en el debate que tiene lugar en Cuba sobre el futuro de la revolución, se han expresado -y se están expresando- reacciones de intolerancia, descalificaciones inapropiadas, estigmatizaciones, discusiones agresivas… dentro del campo de personas y corrientes que forman parte del torrente transformador.
De nuevo brotan reacciones despóticas frente a la diversidad y a las disensiones, como si la verdad estuviera solo de un lado o de X componente; o como si nadie debería tener derecho a equivocarse.
No me refiero a casos como el de Baduel o los dirigentes del Partido Podemos, que aliados a las derechas, se pasaron al campo de los que enfrentan la profundización del proceso hacia la revolución en Venezuela.
Tampoco a aquellos que en las discusiones sobre el proceso cubano pugnan por un tránsito muy parecido al que recomiendan los representantes del capitalismo occidental, o específicamente los ideólogos de Washington.
Es claro que a esos sectores hay que descalificarlos como revolucionarios, porque realmente son contrarios al curso de la revolución. A ellos hay que combatirlos como lo que son: adversarios del proceso y socios de la contra-revolución.
Me refiero al caso de intelectuales y dirigentes políticos y sociales, que incluso difieren mucho entre sí, que en lo fundamental han sido -y siguen siendo-, con sus equívocos y aciertos y con sus peculiares estilos, consecuentes defensores de los procesos revolucionarios antiimperialistas y socialistas revolucionarios por convicción.
Una o varias diferencias –uno o varios equívocos- no deben ser causa de descalificación y condena excluyente.
Entre James Petras y Heinz Dieterich (y probablemente entre ellos y Noam Chomsky) hay significativas diferencias, y sin embargo ambos han sufrido embestidas “ideológicas” en las que se les pretende situar fuera de las filas antiimperialistas y revolucionarias. Tambien ha acontecido así con el intelectual de izquierda y vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera
Hay casos todavía peores como los pérfidos ataques a las FARC lindando la campaña de descrédito instrumentada por EEUU y por la oligarquía colombiana; o como las injustas valoraciones sobre Herri Batasuna fomentada desde sectores de la izquierda española y latinoamericana, o como el intento de descalificar al sub-comandante Marcos, al EZLN y a la Otra Campaña de México, quizás por haberse excedido en su distanciamiento electoral y explicable independencia respecto a López Obrador.
Unos y otros son victimizados y no faltan los que se victimizan entre sí, esto sobre todos en el caso de algunos de estos valiosos intelectuales.
No es que me oponga a que se establezcan las diferencias y se debatan las posiciones encontradas o divergentes, sino a que ellas se empleen para condenar sin apelación, para denotar con términos hirientes, para estigmatizar, para irrespetar y agredir maliciosamente, para negar valores y aportes indiscutibles.
Diferenciar entre las rosas y las espinas
Menciono solo algunos ejemplos relevantes, pero tambien hay otros que justifican esta preocupación por el fondo de intolerancia que rebrota en áreas importantes de nuestro movimiento revolucionario, como fuerte resaca de aquel pasado estalinista -y no solo estalinista- en el movimiento marxista, como parte de esa cultura autoritaria derivada de raíces culturales despóticas, del peso histórico del caudillismo en la política, de la fuerza del patriarcado y de las iglesias jerárquicas en las familias y sociedades del continente y más allá.
En no pocas vertientes de mis análisis pueden encontrarse desencuentros o enfoques diferentes a los externados por una parte de esos intelectuales y dirigentes mencionados, pero en ninguno asoma la negación a sus aportes, a su condición de intelectuales revolucionarios, a su militancia en el campo de los mejores valores de la humanidad.
Los estilos y las personalidades, más o menos fuertes, dan lugar tambien a no pocas reacciones contrarias que no deberían traducirse en guerras a muerte.
Las escuelas marxistas, las escuelas políticas revolucionarias, son muy variadas; y todas ellas tienen su validez como fuentes integrantes del proceso de cambio.
El debate de ideas es siempre válido. La guerra, aun sea verbal, debe reservarse para enfrentar y derrotar a los enemigos que la despliegan contra nosotros(as).
Sabemos cuanto daño ha hecho la intolerancia al interior del movimiento revolucionario y del campo progresista. Ella ha sido siempre caldo de cultivo del despotismo.
La defensa de un liderazgo, de un proceso, de una política táctica, de una línea estratégica, no deberá implicar la descalificación y crucificación ideológica de quienes puede diferir de uno y otro de sus componentes, inflexiones o iniciativas; sobre todo cuando esto se hace desde trinchera y voces que han dado prueba de compromisos esenciales en la lucha anticapitalista y anti-imperialista.
Todo intento de uniformizar desde la guerra verbal deviene en recorte de la creatividad y mengua el espíritu crítico.
La crítica es un valioso combustible para las nuevas creaciones heroicas.
Cada vez que a nuestras mentes se asome la idea descalificadora, el espíritu inquisidor y excluyente respecto a otros(as) luchadores por la liberación de los pueblos, deberíamos traer a nuestros corazones la imagen del mundo como un jardín de rosas donde hay flores y espinas; y donde las espinas no son precisamente los intelectuales revolucionarios más o menos críticos, o más o menos controversiales, más o menos certeros o erráticos.
Las espinas son los Kissinger, los Bush, las Condelezza, los presidentes neoliberales, los políticos corruptos, los Uribe Vélez y Leonel Fernández, los Tony Saca, los Collín Powel, los Bill Gates, los Ford, los generales de “horca y cuchillo”, los representantes del FMI y el BM, los dueños del Complejo Militar-industrial, los Cisneros, las corporaciones, los invasores, los imperialistas o pro-imperialistas, los oligarcas, los capos narco-paramilitares, los abogados del dólar, los intelectuales orgánicos de las burguesías, la CIA, el Pentágono, los dictadorzuelos civiles y militares… y todos los que le hacen el juego o concilian con su dominación, incluidos traidores y renegados procedentes de las izquierdas.
Y esas espinas siguen siendo enfrentadas por esos(as) que pretende ser condenados a no ser lo que son, descartados y expulsados del campo revolucionario por el solo hecho de disentir y criticar o actuar en forma diferente frente a ciertas realidades y factores, con acierto o no, con razón o sin ella, con equívocos grandes o pequeños. Misión, que no por imposible, deja de ser dañina.
¡Es muy malo y muy miope confundir las rosas, no importa su tamaño y esplendor, con las espinas!