Esta tarde me acerqué al Fuerte Paramacay. 4 de febrero, Chávez en Valencia: supuse que el cuartel y la avenida Universidad estarían repletos de pueblo; pero, no… Quizás no hubo convocatoria, pensé. Además, en pleno carnaval es difícil que la gente se entusiasme, pensé también. Sin embargo, a pesar de tantos pensamientos (de pronto, acertados) que justificaban la escualidez de este acto, comencé a recordar las opiniones de algunos seguidores de la revolución que he escuchado y leído desde hace tiempo. La arrechera colectiva es una realidad. Sobre todo, porque la derrota del 2-D se debió a que la vanguardia se separó de su base social. Por eso, muchas y muchos, que incluso votaron a favor de la reforma, nos dicen que ellos no perdieron; que perdieron los jerarcas del estado; que el segmento poblacional revolucionario sigue intacto, más fuerte que nunca, sólo que la dirigencia comenzó a creerse autosuficiente y, por tanto, a fallar, y que la gente está esperando que los jefes se le aproximen nuevamente para poder reensamblar el proceso, y no al revés, ellos están cansados de ir a todas las instancias del gobierno y de comprobar que la contrarrevolución está adentro, jodiendo; vestida de rojo, repitiendo consignas socialistas, pero jodiendo. No tienen a donde acudir, las autoridades son inalcanzables, los diputados y los concejales son unos desconocidos para las mayorías, en fin… Quizás, en esa ruptura esté la razón por la cual no concurrieron al acto de hoy, ni a las asambleas de los batallones del PSUV o, más allá, ni siquiera se inscribieron como aspirantes ni votaron el 2-D.
El 4 de febrero de 1992 un grupo reducido de militares y civiles se organizaron y actuaron “en representación y a favor del pueblo”, pero no “con el pueblo”. Aunque esta fecha tiene una importancia histórica trascendental, podemos decir que tiene ese rasgo común con lo que está pasando ahora. Si tanto se ha divulgado y defendido, aquí y en el mundo, el principio de la democracia participativa en contraposición al sistema representativo del pasado, es un absurdo seguir la marcha soslayando la opinión de la población que es y debe ser el origen y el fin del poder, porque – y debe resaltarse una vez más – la base revolucionaria no pide soluciones, sino incorporarse en su búsqueda y materialización, a diferencia de los que sólo buscan prebendas y no han perdido la más mínima oportunidad para morder al estado en desmedro de su desarrollo.
El PSUV no escapa de esta contradicción: se habla del pueblo protagonista, pero de tan sólo un millón y tantos de aspirantes organizados en batallones se eligieron unos cuantos delegados, y quienes pretenden ser candidatos a cualquier cargo de elección popular andan detrás de ellos (ni siquiera de los batallones) ofreciendo – quienes pueden hacerlo – bolívares fuertes, empleos, etc., para “construir mayorías internas” y lograr el control del aparato, primero, y las nominaciones, después. Según me dicen, la mayoría de los delegados son burócratas que impiden el flujo de la fuerza popular y, si esto es así, les será imposible acercarse al clamor de los barrios y de los campos. Lo que verdaderamente disgusta a los militantes del “chavismo”, en términos genéricos, es que unos pocos sigan secuestrando la tendencia social; que se apropien de la herencia sin siquiera haber demostrado su carácter de herederos, y que canjeen la revolución por su particular bienestar. Recuerdan – y está comprobado – que los partidos nacidos en el ejercicio del poder tienden a desmenuzarse cuando pasan a ser oposición, y son esos vampiros los primeros en huir.
Urge concluir ya esta etapa fundacional, salga lo que salga. Simultáneamente, debe llamarse a todas las organizaciones políticas y sociales para conformar el gran y nuevo “Polo Patriótico”. Dar prioridad a la refundación e incorporación de las unidades de batalla electoral y no permitir jamás su burocratización. Llamar a botón a todos los precandidatos y exigirles que, antes de proseguir con las pugnas divisionistas, se reúnan en actos públicos, en cada estado, en cada municipio, y manifiesten su compromiso por la unidad, y recordarles que enfrentados no son más que individualidades mezquinas destinadas a fracasar y, probablemente, a sepultar las aspiraciones de un pueblo; que si hoy ejercen algún cargo de representación se lo deben a un “portaviones” y no a liderazgos propios. También, debe ordenárseles (a quienes tengan estas costumbres) salir de los bares de lujo y empezar a combatir, de frente y sin ambages, el desabastecimiento que impone el adversario y las matrices de opinión que han prodigado, con mucho éxito, los medios opositores.
El 4-F se produjo una derrota militar. Sus principales actores, gracias a la decisiva participación popular en torno a un discurso coherente, obtuvieron una victoria política en 1998, y así se mantuvo hasta las elecciones presidenciales de 2006. En 2007 la base social revolucionaria no fue tomada en cuenta previamente, y el 2-D ocurrió su primera derrota electoral. ¿No lo entienden?
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