De documentos originados por el general Isaías Medina Angarita, sale la historia por él vivida el 18 de Octubre de 1.945, cuando ocupando la Presidencia de la República de Venezuela dirigentes adecos y un grupo de militares le dan un golpe de Estado a su gobierno. Aquí la tercera parte del retroceso que se llevó a cabo contra la insipiente y verdadera democracia venezolana.
“Cuando le pregunté por sus nombres me dijo que los ignoraba y agregó el comentario de que, probablemente esas eran de las murmuraciones corrientes en los oficiales jóvenes, cuando alguna ocurrencia del servicio los predisponía contra sus jefes inmediatos, que recordáramos nuestro tiempo de oficial subalterno cuando sin mala intención, porque nuestra moral era firme y con espíritu de adelanto profesional, hacíamos crítica a disposiciones y procedimientos de los superiores. Quiero con estas referencias, que al parecer no tienen mayor importancia, destacar la confianza que los jefes teníamos en el Ejército y el hecho de que nada concreto había llegado a mi en los días que antecedieron al golpe armado, sino rumores, muy simples por cierto, que no podían hacerme pensar en el desarrollo de acontecimientos que tan pronto debían sobrevenir. El 17 de Octubre en la tarde recibí un anónimo en donde se me aconsejaba cuidarme personalmente y se me alertaba sobre una conspiración que había ganado ya mucho terreno en el ánimo de oficiales de todas las armas, inclusive del Regimiento que tenía a su cargo la guardia personal del Presidente, y se me daban los nombres de ocho de los oficiales que encabezaban la conspiración. Duro golpe sufrió mi fe y mi confianza en el Ejército cuando vi que algunos de esos ocho nombres correspondían a oficiales que eran distinguidos por su preparación profesional y pensé que si ese anuncio correspondía a la verdad, grave retroceso iban a sufrir nuestras fuerzas armadas, porque si oficiales de esa clase tenían una moral tan baja que les permitiera tratar de subvertir el orden constitucional, por razones que no alcanzaba -y todavía no alcanzo- a comprender, necesariamente tendría que llegarse a la triste conclusión de que en nuestro medio pequeños desniveles culturales o profesionales despertaban ambiciones que iban contra la base misma de las fuerzas armadas.
Con el dato concreto de los nombres que se mencionaban en el anónimo, resolví iniciar una averiguación que quise se llevara a cabo en la forma más discreta y que menos pudiera perjudicar en su buen nombre a los oficiales mencionados; pensé que pudiera haber habido en sus conversaciones opiniones indiscretas y hasta cierto espíritu de renovación, que por falta de análisis de la evolución que venía verificándose en nuestros campos armados, quisieran ellos avanzar pasando por sobre situaciones que había que contemplar y cuyo cambio involucraba decisiones que serían de manifiesta injusticia para gran número de oficiales. Necesariamente era grave la falta de estos oficiales, falta que acarrearía castigo disciplinario. Así lo pensé, pero no llegué a la conclusión de que su proceder pudiera tomar, como tomó, todos los delineamientos de un delito. Marchaba la República en forma tan segura, que fuera de la agitación política natural a una época preeleccionaria, nada podía hacer prever actos que vinieran contra su vida constitucional; en realidad, la campaña de descrédito del Gobierno venía intensificándose en forma aguda y violenta, y ese mismo hecho hacía que mi deseo, muy natural y patriótico, fuera el mantener al Ejército y a la Armada alejado de toda intervención política, mi profundo amor por ellos y por lo que a ellos se refiriera, y mi anhelo de conservarles el buen nombre y el aprecio de que tan merecidamente gozaban en el ánimo público, me inclinaron a ordenar que la averiguación dispuesta se realizara en la forma más discreta, para evitar, hasta donde fuera posible, cualquier escándalo inconveniente para el prestigio de nuestras fuerzas armadas. A seis meses del término de mi período presidencial no podía yo creer que mis compañeros del Ejército quisieran dar en América el espectáculo violento de una sublevación militar contra un gobierno cuya actuación la posteridad juzgará, pero cuyos personeros, con todos los errores cometidos y los defectos que nos quieran imputar, teníamos la mejor voluntad de hacer obra de bien”
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