Desde hace mucho tiempo y en repetidas ocasiones, en diferentes medios y con diferentes actores, he venido escuchando cierta concepción y postura filosófica del socialismo que me ha venido creando cierto ruido en el oído e incomodidad a nivel neuronal. Me refiero a comentarios y declaraciones que tienen que ver con una visión del socialismo como un apostolado, una posición que me atrevo a calificar como puritana, luterana y calvinista.
Esta postura frente a la conducta revolucionaria, hace un llamado al sacrificio personal de aquel que quiera llamarse revolucionario, asumiendo que los frutos maduros del socialismo los dará un árbol que estamos plantando y apenas comienza a retoñar, pero cuya sombra podrá cobijar a nuestros hijos en el mejor de los casos y a nuestros nietos, pero no a nosotros. Esta postura creo que tiene que mucho que ver con la visión romántica e idealista del Che Guevara, quien se inmoló en el altar de la revolución, a quien no se le puede negar, que de hecho practicó lo que predicó. Tiene mucho que ver con la teoría del Hombre Nuevo, ese hombre renovado que abandonará definitivamente todas las debilidades humanas para convertirse en un ser solidario, generoso, altruista, desinteresado, sacrificado, honesto, trabajador, responsable, etc. Ese Nuevo Hombre será el creador del paraíso socialista en la Tierra.
Son los elementos antes citados, los que me permiten hacer una analogía con el puritanismo, el cual considera al hombre totalmente impuro, y que dicha impureza nacida del pecado original debe limpiarse con una vida de frugalidad, de alejamiento de todo placer mundano, con una dedicación absoluta y enfermiza al trabajo. Todo esto para alcanzar en un futuro lejano la gloria de Dios y habitar una nube en el Cielo a la diestra de Dios Padre.
En el caso de la visión puritana del socialismo, el hombre también es un ser impuro, no por el pecado original, sino porque está contaminado de capitalismo, de consumismo, de egoísmo, de la búsqueda rápida del placer, de la avaricia, etc. Frente a todo esto, el revolucionario socialista debe tomar conciencia y adoptar una actitud de rechazo total a todo lo anterior y sacrificar su vida si es necesario, no por una nube en el cielo, sino por un puesto en el panteón de los héroes de la Revolución, que será visitado de tiempo en tiempo, por sus hijos y nietos, quienes si disfrutarán de las mieles del socialismo.
En primer lugar, tengo muchas reservas con respecto a esta teoría del Hombre Nuevo, constructor y pilar de una sociedad perfecta, si es que algún día pueda existir algo así, y si eso ocurre entonces estaríamos frente al fin de la Historia pronosticado por Fukuyama (claro para este personaje, el capitalismo y no el socialismo sería el fin de la Historia). Cuando me he puesto a analizar las características de este Hombre Nuevo, reseñadas en muchas publicaciones, llego a la conclusión de que estaríamos frente a un Super Hombre casi un Dios, por lo tanto, habríamos asistido a un proceso de deshumanización. Porque el hombre como tal, siempre tendrá el libre albedrío para decidir entre el Bien y el Mal. Una sociedad en la cual no haya ningún tipo de conflictos será cualquier cosa menos una sociedad de seres humanos, sería el Mundo Feliz de la famosa novela de Aldous Huxley.
Si hay algo que nos caracteriza como seres humanos, es nuestra conciencia de lo inevitable de nuestra desaparición física, de la temporalidad extremadamente corta de nuestra existencia y frente a esa perspectiva que puede ser más humano que la búsqueda del disfrute en esta corta vida.
En verdad, no deseo convertirme en ese Hombre Nuevo, porque dejaría de ser lo que soy, un ser humano con virtudes e imperfecciones, con fortalezas y debilidades. Si el socialismo depende del surgimiento de ese Hombre Nuevo, pues creo que nunca lo veremos. Muy por el contrario, creo que el socialismo del Siglo XXI debe ser construido con este hombre de carne y hueso, tan maravillosamente lleno de defectos y de virtudes, en una palabra tan humano. Y este hombre que está construyendo este socialismo, que como toda obra humana está condenada a ser imperfecta pero con posibilidades de ser perfectible al infinito, pues toda obra humana habrá de ser incompleta. Este hombre imperfecto que crea un socialismo imperfecto, deberá recibir en vida, algunos de los beneficios de su obra y no sus hijos, nietos o bisnietos, porque nunca podremos estar seguros que lo construido será del agrado de nuestros descendientes. Aquellos que lucharon, se sacrificaron y hasta murieron por la República de los Soviets a principios del siglo XX, para dejarles a sus hijos y nietos un paraíso socialista, si volvieran a la vida, tal vez se sentirían muy desilusionados con sus nietos que acabaron con el paraíso para caer en las garras del capitalismo salvaje. Después de setenta años, los nietos de los bolcheviques originales no se convirtieron en Hombres Nuevos, muy por el contrario, continuaron siendo porfiadamente humanos.
Para aquellos que ven el socialismo como un destino final lejano, como un punto de llegada, que lo ven como una Utopía, yo les digo, que yo lo veo como un proceso de nunca acabar y por lo tanto, yo quiero poner mi cuota de trabajo en su construcción, pero también quiero gozar en vida de sus beneficios y de algunos placeres mundanos, porque la búsqueda del deleite es una conducta humana de todos los tiempos, y de los que vendrán. De Cuba llegan hoy en día, noticias de la libre venta de computadoras, electrodomésticos, acceso de los cubanos a los hoteles, pareciera ser que se ha tomado conciencia de que lo superfluo y la búsqueda del deleite es algo que ninguna revolución podrá abolir por decreto, porque no son características intrínsecas del capitalismo como tal, sino del hombre conciente de su temporalidad. En este sentido, el capitalismo las exacerba, las distorsiona y abusa de ellas, pero no las inventó, han sido parte de la conducta humana desde el principio de la humanidad.
Por eso, para mí el socialismo del Siglo XXI debe ser realista, pragmático, orientado a la consecución de resultados tangibles, un socialismo no solo enfocado a la satisfacción de las necesidades más apremiantes sino también de aquellas relacionadas con el deleite y la estética. El hombre no se volvió plenamente humano cuando fabricó una vasija para beber agua, sino cuando la decoró, le puso colores y figuras, cuando se convirtió en artista.
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