Digámoslo neto: Jesús habló de socialismo, no de cristianismo. Nuestra revolución bolivariana, por lo tanto, puede -y sobre todo debe- pasarse de la Iglesia. Tenemos también razones anecdóticas, menos filosóficas, para pasarnos de ella. Pero comencemos por donde ha de haber una mayor concentración de uniformados defensores de catedrales, o simplemente mayor número de inducidos dolientes, y digamos que ha llegado la hora de comprender que fueron los apóstoles, a través de sus llamados evangelios, y no Jesús de Nazareth, quienes pusieron en boca del maestro la supuesta orden según la cual debería ser creada una iglesia en su nombre. No existe prueba alguna, además de la suministrada por la parte interesada (la Iglesia misma), de que Jesús lo haya en efecto sugerido. Circunstancia que confiere a esta prueba, obviamente, la más improbable verosimilitud. Resta sólo inferir, pues, que el nazareno apenas pudo haber hablado de principios éticos y morales como los de Igualdad y Justicia, los cuales no requieren ni sugieren templos, ni tienen básicamente otro valor práctico que el de concebir una vida justa entre los seres humanos. De estos principios deriva el concepto mismo de sociedad, el cual encuentra su explicación a través del socialismo, no del cristianismo.
Nada de iglesias, pues, administrando valores tan elementales y prácticos como los que han de hacer posible la vida en comunidad. Según Jesús, o más bien según aquellas palabras suyas que fueron menos manipuladas por la Iglesia, la consagración de una sociedad justa era la voluntad misma del Creador del Universo, a quien solía llamar -tal vez metafóricamente- el Padre, pero que también podría haber llamado indistintamente, sin desperdicio, el Orden Universal. Sin duda sus discursos tuvieron que haberse centrado de forma exclusiva y rigurosa en torno a dichos principios. Razón por la cual quedaba de ellos excluida toda politización posible, toda centralización humana. Tratábase de principios con carácter divino (en el sentido de trascendencia y universalidad) y no podían ser por consiguiente privativos ni representados oficialmente por ninguna institución de este mundo. No podían ser elegibles para el "copyright", ni tampoco susceptibles de generar "royalties".
La Iglesia, institución humana hasta los tuétanos, súper poderosa y cuya holgada posición en nuestro planeta no es un secreto (auto denominada humilde y compasiva, pero sin problemas en auto proclamarse simultáneamente intermediaria oficial entre Dios y nosotros), es pues una institución que tiene que haber nacido de un grave error de interpretación de las palabras del galileo. Un error poco inocente, sin duda, y cuyas pistas han sido muy mal camuflageadas por la historia.
Pero vengamos a lo nuestro, a lo próximo en tierras bolivarianas. Duélale a quien le duela, la verdad es que nuestra revolución no puede tener curas. Es decir, personas que aún adhieren a -y son legitimadas por- la Iglesia, organismo antidemocrático por excelencia y en nombre del cual fue perpetrado, entre otras cosas, el mayor genocidio de la historia, donde fueran salvajemente exterminados cerca de 70 millones de nativos americanos durante los primeros cincuenta años de la Colonia. Es así como (sin hablar de aquellos curas de la oposición que conspiran abiertamente a diario contra nuestro proceso), resulta igualmente escandaloso e incongruente que representantes oficiales de dicha religión pretendan hoy integrar las filas de nuestra revolución, sin antes quitarse respetuosamente los hábitos de su confesión. ¡No hemos visto a ninguno hacerlo, ni siquiera por pudor!
Debido a esto debemos instar a tales personas a abandonar, previo a su adhesión a nuestras filas, su lealtad a semejante institución divino-monárquica, la cual encarna la negación misma de los principios defendidos por nuestra causa. Simplemente, no se puede ser leal a nuestra revolución siendo aún miembro del Vaticano, se trata de un cinismo cuya doble moral pretende -en toda "beatitud"- tomarnos dos veces por idiotas.
Por otra parte, a todas aquellas personas que se consideran a sí mismas llamadas a ejercer el ministerio de Dios en la Tierra (aún aquellas pertenecientes a las auto denominadas teologías revolucionarias y que aparentemente dan muestras de buena voluntad), debemos decirles que antes de adjudicarse el título de revolucionarias y poder ser admitidas como camaradas en nuestra revolución, deben liberarse a sí mismas de todo pre-título (léase prejuicio) de carácter divino, y no mezclar su fe personal en los asuntos de orden social a los que nuestro proceso propone dar solución; pues estos asuntos, además de poder ser tratados y llevados muy bien a término sin la participación del tipo de subjetivismo comprendido en toda creencia religiosa, implican la solución de problemas cuyo origen y responsabilidad histórica reside en la participación directa de la Iglesia.
Debido a esto, debemos instar a todo aquel que quiera adherirse a las filas de nuestra revolución bolivariana a declararse ante todo persona laica; y luego, o más bien sólo entonces, proseguir a participar en una lucha a la cual de paso le invitamos abiertamente, pero que es ante todo lucha "de igual a igual", de "hombro con hombro"; ni siquiera "lucha junto al pueblo", sino "en tanto que pueblo" (que es lo que en última instancia ha logrado convertir a éste -al pueblo de siempre, el de todas las revoluciones de la historia- en "pueblo revolucionario"); es decir, lucha que es de la gente y para la cual basta tener por único título el de "gente"; en fin, lucha en la que no sólo es innecesario, sino incluso altamente peligroso, servirse de otra representatividad, adherencia o credo que la causa misma revolucionaria. Ésta ha de ser más que suficiente.
Sin olvidar que se trata de la "causa revolucionaria" de una revolución que es, claro está, socialista. Y que si bien el socialismo fue una idea existente en las palabras del hombre histórico llamado Jesús de Nazareth, éstas no legitiman en ningún momento a la institución divino-monárquica creada posteriormente en su nombre y que las ha contradicho sistemáticamente durante largos y sagrientos siglos en forma patente y escandalosa.
Una forma oportuna y adecuada, para todo cura simpatizante con nuestra revolución, de reivindicar las palabras del mencionado maestro, es la de sólo permitirse a sí mismo asumir nuestra lucha revolucionaria tras un desconocimiento y desvinculación totales a la Iglesia. No está para nada en nuestros intereses revolucionarios la reivindicación de las iglesias cristianas ni de ninguna otra confesión religiosa, sólo la reivindicación de los valores morales esenciales de igualdad y justicia que tanto necesitan nuestros pueblos, y que las instituciones religiosas no pueden pretender monopolizar. Para nuestros profundos objetivos de transformación social, las adherencias de tipo religioso-institucionalistas están sobradamente de más.
No aceptamos, pues, ni debemos aceptar bajo ninguna forma, la utilización de nuestro proceso como vehículo de propagación de intereses religiosos. Nuestro proceso es y sólo puede ser laico, condición inexpugnable del socialismo. Luego, en la sociedad futura que deseamos, la cual solamente puede ser establecida bajo tales principios de Libertad, Justicia e Igualdad, las personas serán libres de interpretar el Universo como quieran.
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