La experiencia electoral recién vivida mediante la cual el PSUV ha iniciado el camino de fiar en sus militantes y aspirantes a militantes la escogencia de sus precandidatos y candidatos, hombres y mujeres, constituye un avance notable en el curso del desarrollo político de Venezuela, indistintamente de las imperfecciones de su condición primeriza y de las fallas y manchones visiblemente ocurridos, pues es parte del tránsito de la democracia tradicional representativa a la participativa y protagónica, que constituye el meollo de la Revolución Bolivariana. Desenvolver su carga positiva y cerrar el paso a las desviaciones es reto y obligación de todos los pesuvistas e implica una lucha de principios, a librar con toda firmeza, pero cuidándose de no desenvainar los cuchillos que en los años sesenta y siguientes de la pasada centuria cortaron toda posibilidad unitaria y arruinaron reales perspectivas de victoria popular. Una lucha en espíritu de enseñanza-aprendizaje, solidaria y fraterna, enfocada en la convicción de que, si bien la unidad descansa hoy en el poderoso liderazgo del presidente Chávez, tanto él como en conjunto el movimiento que dirige necesitan un partido capaz de potenciar la relación pueblo-líder, impulsar la transformación de la espontaneidad en organización, facilitar la convergencia de las fuerzas revolucionarias de procedencia diversa y, permítaseme reproducir lo sugerido en otra oportunidad, poner la conciencia al nivel del corazón.
La institucionalización del método debería considerar, a mi juicio, amén de la autopostulación, la presentación de precandidatos por organizaciones de base y la participación de los aliados, así como la afinación de normas y procedimientos orientados a garantizar la igualdad de oportunidades en la exposición de los méritos y razones de los aspirantes y en el cuidado de todas las fases del proceso. Es preciso poner coto a los ventajismos emanados de situaciones de autoridad o poder y evitar su repetición –los hubo ahora, sin duda, y son indignos de una ética revolucionaria y socialista. Con ello, además, se arrancaría la raíz de los cuestionamientos e inconformidades, de modo que si alguno apareciere carecería de pertinencia y dejaría en el aire al abusador. Los logros que puedan obtenerse en este aspecto constituirían una victoria del antisectarismo y un salto democrático cualitativo, y creo que la discusión correspondiente generaría muchas ideas enriquecedoras y contribuiría en buena medida a nuestra educación como militantes.
Ahora bien, es preciso distinguir siempre entre lo fundamental y lo contingente. Lo fundamental en este caso es la concurrencia al acto electoral --sin grandes movilizaciones ni despliegue propagandístico-- de dos y medio millones de partidarios que consignaron su voto y eligieron. Lo contingente son las sombras a que nos hemos referido, frente a las cuales hay que tomar las providencias necesarias para evitar su reaparición en el futuro. En aras de lo fundamental todos debemos asumir los resultados y guardarnos disgustos o frustraciones. Los candidatos y candidatas firmes que ya tiene el partido son nuestros candidatos, y tenemos que meternos en la campaña electoral, cuando ella arranque, y en los preparativos desde ahora, con todos los hierros. No por tal o cual persona, sino por el proceso revolucionario. Como el Presidente advierte sin cesar, lo que está en juego trasciende los límites de la elección convocada, pues no se trata de asuntos de dimensión local o regional, sino de uno que envuelve la totalidad de la nación y sus proyecciones internacionales. El imperio, bajo su actual dirección agonizante y con furor de fiera herida, intenta ubicar peones suyos en posiciones estratégicas, para desde allí tratar de hacerle imposible la vida a la revolución. Esto es evidente para todos, de suerte que nada justifica abrirle rendijas a semejante propósito antipatria.
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