La interminable lidia con estas personas de clase media. Por todas partes me tropiezo con un profesional amargado o una amargada, las más de las veces con especialistas de carreras técnicas que se niegan a revisar los estudios científicos sociales sobre las causas de la pobreza. Sus vidas se consumen frente a un computador. Desde este aparato elaboran los productos que les roba el rico, y a cambio de ello, el rico les permite alternar el trabajo con algunos ratos de ocio para leer los consejos de autoayuda que se envían por correo electrónico, o para mandar mensajitos por el celular, o también, como ya la competencia los distanció de sus compañeros, ahora se les permite coleccionar amigos virtuales por la página web "Facebook". ¡Que éxito! Luego, cansados, se trasladan a la casa para ver televisión, y así se cierra la rutina solitaria y embrutecedora: de la computadora al televisor y del televisor a la computadora. De aquí la máxima de los ricos: “no piensen que nosotros pensamos por ustedes”.
Lamentablemente, después de 10 años de revolución, todavía nos toca escuchar los clichés de la ideología de la clase dominante a través de sus bocotas. Los clichés los tienen pegados al lóbulo frontal como un chicle, y los repiten en cualquier confrontación: “la pobreza es mental”, “los pobres tienen el rancho en la mente”, “yo no voy a trabajar para que después el gobierno les regale mis impuestos a esos vagos que se la pasan bebiendo”. Los hay también quienes tratan de suavizar el discursito y nos argumentan como aquella señora que entrevistaron por VTV: “no es cuestión de racismo, es que ellos son así”. Y la más repetida de todas estas ideas infundadas, la favorita: “los pobres son pobres porque son unos flojos”.
¡Qué bolas! Uno en el momento no sabe si reírse porque cree que el pana esta jodiendo, o llorar por la triste realidad de que después de 10 años de revolución informándonos con medios como Ávila TV, Vive TV, Telesur, y VTV, no hayamos podido agregar valor en los cerebros de los profesionales. No me jodan. ¿Será que tenemos que acudir a las técnicas de persuasión de telemercadeo tal como lo hacen los ricos con ellos? ¿Tendremos que vender valores manipulando las emociones en lugar de hacerlo por la vía de la razón? A lo mejor nos tocará camaradas. Todo es válido si queremos salvar la especie humana.
Por ahora, camaradas, no se desanimen. Creo que encontré un argumento lapidario para desarmar a los panas que nos fastidian con el mismo argumentillo de que “los pobres son pobres porque son unos flojos”. Aquí no tengo ánimo de parafrasear a ningún científico social ni a ningún filósofo de la praxis porque la experiencia me ha enseñado que ellos se aburren cuando les mencionas alguna frase de El Capital de Karl Marx. Desconocen, por cierto, que este es el libro preferido de algunos empresarios —una pequeña minoría— porque encuentran suficientes ejemplos de como se exprime a los empleados. Pero no. No es bueno apelar a la ciencia con ellos. Ellos desconfían del saber universal, y se aferran a las opiniones de Globovisión. Mejor es acudir al más simple de los argumento, el argumento por la analogía, pero primero les comento mis primeros intentos fallidos:
Cuando ellos repiten como loros: “los pobres son pobres porque son unos flojos”, por lo general viene reforzado por una experiencia personal cuando compartieron con un compañero o compañera de la universidad: “yo conozco a una persona que vivía en el barrio más pobre de Caracas y se graduó y ahora tiene su apartamento y su carro”, acto seguido preguntan: “¿por qué los demás no lo hacen?, y ellos mismos se responden: “por flojos”
Bueno camaradas, hasta ahí llegan ellos. No se les puede pedir más de eso. Al principio de la revolución este iluso que les escribe solía apelar a argumentos tales como: Pero bueno mi panita, ¿quién construyó el edificio donde tú vives?, ¿quién fabricó el carro que te compraste?, ¿quién te prepara el plato de comida en los restaurantes?, ¿quién, lamentablemente, todavía te limpia el baño de tu casa? Y a continuación les agregaba: los obreros no pueden adquirir el apartamento que construyeron, los trabajadores automotrices no pueden comprar el carro que fabricaron, las cocineras y cocineros se alimentan con una comida no balanceada, exclusiva para la nómina del restaurante, y la señora de la limpieza doméstica no tiene tiempo para asear su vivienda porque está limpiando la tuya.
Otras veces, cuando el pana se me ponía duro, le preguntaba: ¿cuánto hermanos y hermanas tiene ese compañero tuyo que salió del barrio? Y me respondía: son ocho en total. Y le repreguntaba: ¿cuántos se graduaron? Obviamente me respondía: uno. Bueno, otra pregunta: ¿y cuántos hermanos tienes tú? Me respondía: somos cuatro. ¿y cuántos se graduaron?: todos. ¿Y si esos siete hermanos de tu compañero hubiesen nacido en tu casa, se hubieran graduado? Me respondía: ¡Claro!
Listo. Este diálogo parecía suficiente para hacerles entender que la democracia se trata de igualdad de oportunidades en “igualdad de condiciones”. Pero no era así. A la semana me volvían con el mismo cliché: “los pobres son pobres porque son unos flojos”. ¡Que ladrillo! Se me encadenaban los muchachos.
Hasta que por fin, el argumento por la analogía que los paraliza: “si los pobres son pobres porque son flojos, los profesionales no son ricos porque también son flojos”. Y si se les hiere el orgullo, los rematan así: “porque yo conozco a un profesional vecino de la urbanización donde yo vivo, muy capaz él, que de tanto trabajar horas extras se hizo rico y compró una de las empresas más grandes de Venezuela”
Se acabó la güevonada.
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