Si la revolución quiere salir adelante tiene que derrotar el simplismo interpretativo existente en sus filas. Se entiende que no se puede permitir que cunda la desmoralización ante derrotas coyunturales, pero esto debe hacerse sin subestimar los hechos contrarios al proceso, sin menospreciar las fuerzas del adversario y siendo objetivamente autocrítico. No es una tarea fácil, es cierto, pero debe ser asumida como corresponde sobre todo por la más alta dirección revolucionaria.
La victoria opositora en el referéndum modificatorio de la Constitución , por ejemplo, no ha debido ser calificada de pírrica por el Jefe del Estado, pues muchos de sus seguidores internalizaron de inmediato aquella expresión y llegaron a sentirse triunfadores. Ése resultado, lejos de pírrico, tuvo un significado trascendental y eso todavía no se ha llegado a comprender.
Fue la primera derrota electoral del Gobierno en nueve años de elecciones anuales y fue también la primera vez que las directrices del presidente Chávez no fueron acatadas por la población revolucionaria votante.
Dos hechos de carácter trascendental, que significaban la aparición de una nueva situación, fueron despachados alegremente con el calificativo de “victoria pírrica”. Lo acertado hubiera sido darle la trascendencia debida, efectuar el análisis de sus posibles causas y asumir el contenido de un discurso presidencial posterior en el cual, ahora en forma acertada, se señala la necesidad de asumir la política de las “Tres erres”, la última de las cuales tenía la esencia de la conducta a seguir por los revolucionarios: Rectificación. Lamentablemente, el discurso se quedó sólo en el discurso y no hubo acciones prácticas que impidieran la continuación de la tendencia señalada por el resultado del referéndum.
Los resultados electorales recientes demostraron una profundización clara de las tendencias ya señaladas, pero de nuevo se las subestima y se las soslaya con un mapa geopolítico de Venezuela “rojo rojito”. Se minimiza el hecho de que la oposición pasa de tener dos a tener cinco gobernaciones y las Alcaldías Metropolitana y la de Maracaibo.
Nade se dice de que la distancia en puntos porcentuales entre el Gobierno y la oposición se reduce de 26% en la reelección presidencial a 13% en las elecciones regionales. No se analiza con claridad que, en los nuevos estados ganados por la oposición, los resultados electorales de los legisladores regionales favorecen al Gobierno, lo que significa que los partidarios de éste votaron por sus propuestas de legisladores, pero no por sus candidatos a gobernadores.
Se prefiere esconder la cabeza como el avestruz y repetir, casi compulsivamente, que ganamos 17 gobernaciones y el 90% de las alcaldías y, por lo tanto, nada anormal ha pasado. De continuar esta inapropiada conducta, las derrotas continuarán sin que nos demos cuenta.