Creo muy importante, antes de entrar en las características del tránsito revolucionario en las sociedades latino-caribeñas, responder a la pregunta de si ahora se trata de proclamar el socialismo como tal o si de proponernos el tránsito hacia él.
A mi entender una cosa es el tránsito al socialismo y otra el socialismo como tránsito al comunismo y modo de producción y distribución, sistema político, instituciones estatales, cultura y transformación de los seres humanos.
El tránsito es el proceso que conduce a esa meta y se diferencia de ella en que contiene no pocos elementos del pasado capitalista y precapitalista, especialmente en los países de capitalismo medio o bajo, o de capitalismo dependiente y tardío, como le llaman algunos autores.
Pero una cosa- siempre que exista la voluntad de acelerar dentro de lo posible la socialización de la economía, del poder y la vida en sociedad- trae a la otra: permite avanzar progresivamente en una determinada dirección, en dirección al socialismo pleno.
La socialización de la economía, la democratización y posterior extinción el poder estatal, la transformación cultural… los cambios necesarios en la conciencia individual y colectiva, no pueden darse en actos instantáneos o de corta duración. Es más bien una orientación y una práctica transformadora de mediano y largo plazo.
Y esto es una verdad mayor en el caso de países de capitalismo atrasado y dependiente, sometido durante años, por demás, a la recolonización neoliberal y a sus efectos, acompañada muchas veces de fuertes herencias precapitalistas.
Se trata no solo de un proceso transformador, cuya velocidad, profundidad y extensión, varía por países en función de los obstáculos a vencer, de las trabas a superar y de la correlación entre las fuerzas del cambio revolucionario y las fuerzas contrarrevolucionarias internas y externas; si no también de un proceso multifacético e integral.
El capitalismo en general, y el latinoamericano-caribeño por igual, no es solo un modo de producción, sino sobre todo un sistema de dominación integral, que incluye otras esferas de la economía e importantes vertientes sociales, jurídicas-políticas, institucionales, militares, ideológicas, culturales…
Si en la economía es inviable una socialización instantánea, también lo es en los demás aspectos de la vida en sociedad.
Las cambios de una formación económica-social, política y cultural a otra, de un sistema a otro, enfrentan altos grados y variadas formas de resistencia, requieren de transformaciones profundas, exigen procesos y niveles de conciencia, demandan nuevas formas organizativas, nuevos métodos de gestión y participación, nuevas bases constitucionales, leyes, cambio de mentalidad…que tardan en lograrse.
La conveniencia de llamar el tránsito revolucionario por su nombre.
Por eso, cuando nos referimos a las alternativas al capitalismo, procede hablar del tránsito hacia una sociedad post-neoliberal de contenido anti-capitalista, que posibilite crear las condiciones y valores de una nueva sociedad históricamente conocida como sociedad socialista o socialismo.
Tránsito o transición es palabra clave para reflejar en la denominación del periodo el carácter procesal de la transformación, evitando así etiquetar con el nombre de socialismo lo que es un proceso hacia él, cargado de herencias, trabas y limitaciones a superar.
Esto, además, descarta mitificar la realidad y cargarle al socialismo los problemas y limitaciones del difícil y complejo tránsito hacia él.
En nuestra América esta clarísimo que los primeros propósitos de esa transición al socialismo consisten en desmantelar el modelo neoliberal que nos han impuesto y avanzar hacia la sociedad pos-neoliberal, socializando, parcialmente o completamente, determinadas vertientes estratégicas, tanto en lo económico y social como en lo político y lo cultural.
· Neoliberalismo y post-neoliberalismo no capitalista
En esta parte creo conveniente apoyarme y tratar de enriquecer algunas ideas claves presentes en este trascendente debate.
En primer lugar, el neoliberalismo ha implicado la disgregación y fragmentación, de las redes y organizaciones sociales de apoyo, solidaridad y movilización de los pueblos. Y es preciso reconstruir esas redes y movimientos, teniendo presentes las transformaciones irreversibles operadas en viejos sujetos sociales y la aparición de nuevo actores.
En segundo lugar, el neoliberalismo se ha consolidado, privatizando todos, o gran parte, de los recursos públicos; transfiriendo al capital privado las riquezas colectivas (empresas del Estado, servicios públicos, fondos pensiones, puertos, aeropuertos, carreteras, tierra, boques, playas, minerales, agua…).
Esto exige desprivatizar la riqueza colectiva, devolviéndosela a sus verdaderos dueños.
Esto equivale concretamente a desprivatizar para socializar esos recursos, cuidándonos de no volver al estatismo burocrático, centralista, corruptor y corrompido, que le sirvió de pretextos a las privatizaciones y se convirtió en una de las causas fundamentales del fracaso del “socialismo real”. Y cuidándonos de no caer en la trampa de la vuelta a un ya ilusorio capitalismo, también fracasado, de corte keynesiano o neo-keynesiano
Esta desprivatización, en dirección a la socialización, implica un alto grado re-nacionalización, recuperación de soberanía y autodeterminación, en la medida las privatizaciones han favorecido sobre todo al capital extranjero-transnacional.
En tercer lugar, el imperialismo se impuso achicando las funciones económicas y sociales del Estado, no así la represiva ni las que sirven de apoyo al gran capital privado.
Y esto demanda potenciar y reposicionar el Estado, porque solo con un Estado fuerte podemos presionar, negociar y obtener logros en un contexto internacional adverso, hegemonizado por los partidarios de la globalización y la recolonización neoliberal. Un estado fuerte en lo económico, fuerte en lo cultural, fuerte en lo militar –aliado a otros estados similares- le ofrece a los movimientos sociales y a las fuerzas del cambio revolucionario un escudo de protección.
Hablamos de reforzar el Estado, pero no en el sentido del viejo capitalismo de Estado o del fracasado y mal llamado “socialismo de Estado”.
Hablamos de potenciar y reposicionar un Estado permanentemente controlado y atravesado por la dinámica, las luchas e iniciativas de los movimientos sociales y de las fuerzas políticas revolucionarias, que deben mantener su autonomía, capacidad de presión y poder de decisión; evitando que éste se convierta en presa de los viejos y nuevos empresarios y de las nuevas modalidades de privatización.
En cuanto lugar, el neoliberalismo se ha implantado, desplegado y consolidado, expropiando la participación del pueblo, comercializando y privatizando la política y sus instrumentos (partidos, instituciones), reduciendo la democracia al acto ritual de depositar el voto cada cuatro, cinco o seis años; secuestrando las decisiones, arrebatándosela al votante, corrompiendo, posibilitando que un puñado de magnates y las corrompidas elites de los partido tradicionales, subordinadas al imperialismo, se roben la representación del pueblo y actúen por él.
Este aspecto, vinculado a todos los demás de manera sobresaliente (dado el peso del poder político-gubernamental-estatal), nos emplaza a combatir el neoliberalismo desplegando y potenciando múltiples maneras y formas de democracia, innovando en materia de participación del pueblo, control social, congestión y autogestión en todas los órdenes, exigiendo e imponiendo participación en las decisiones, en todo lo que sucede en el país, desde la inversión en los municipios, presupuestos de alcaldías, presupuestos de empresas y de gobierno, hasta las firmas de convenios internacionales, programas de cooperación, contratos empresariales y política exterior.
Esto implica nueva democracia, democracia participativa e integral, combinación de representación y democracia directa, despliegue de la democracia de base en barrios, campos, zonas obreras, empresas, escuelas, universidades, clubes culturales, sistemas de salud, educación, deportes…
Y requiere de la creación del poder constituyente autónomo, de sucesivos procesos constituyentes que cambien las bases jurídicas sustantivas y abran paso a la nueva institucionalidad.
Una línea programática y de acción de ese tipo permite desmontar el modelo neoliberal y posibilita el avance de la socialización progresiva, en función de prioridades, necesidades y posibilidades reales. Significa a la vez un gran avance del proceso de transición al socialismo, que requiere, claro está, de otras innovaciones, creaciones y transformaciones en todos los órdenes.
Esto tiende a consolidar progresivamente la sociedad post-neoliberal con una orientación anticapitalista y antimperialista, creando las premisas para una socialización integral y un desarrollo de más alto vuelo de la economía, la política y la cultura.
Su dinámica ascendente no podría prescindir de una adecuada separación, complementación y armonía entre los movimientos sociales y demás fuerzas del cambio revolucionario, de una parte, y el nuevo Estado que se vaya configurando, de la otra.
Como el Estado es por sí centralizador de decisiones, se requiere de la autonomía de los movimientos sociales y las fuerzas político-sociales transformadoras que por definición implican expansión y descentralización de las decisiones.
El Estado concentrador, el Estado como poder que se separa de la sociedad, debe ser contrarrestado por las fuerzas que representan socialización de las decisiones, democracia verdadera, contrapoder capaz de posibilitar el avance de la sociedad hacia el no poder.
Esa tensión, esa contradicción, habrá de estar presente en todo el proceso de consolidación de la sociedad post-neoliberal, en todo el curso de la transición al socialismo, e incluso una vez consolidado el socialismo. Solo habrá de desaparecer cuando se logre extinguir el Estado y crear una sociedad basada en la asociación de seres humanos plenamente libres, intensamente solidarios y emancipados de toda coerción y todo miedo. Seres humanos realmente nuevos, liberados de egoísmos, de individualismos infecundos y socialmente destructivos.
La ética que debe conducir a esa suprema meta estratégica debe estar siempre presente.
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