“Lumpemproletariado: capa social más baja y sin conciencia de clase.”
Real Academia Española
La clase media en Venezuela no es una realidad, sino mera ideología. La más arraigada ideología en esta Venezuela del tercer milenio. Clase que, en otras latitudes se caracteriza por la producción, en nuestro país es una especie de sello de calidad que denota una diferencia con los otros, es decir, con los pobres.
La clase media endógena es signo de distinción, de “distancia y categoría”, por parte de aquellos que, cierto, no son ricos, pero podrían serlo.
Clase que se siente más cerca del paraíso que del infierno, más próxima del bien que del mal. Y aunque el “Viernes negro” la haya dejado en bancarrota, y a pesar que los noventa la hayan desbancado, sigue ahí, brillante, exuberante, mostrándose con sus carros hipotecados y sus vestidos maiameros comprados con dólares preferenciales; con su educación privada y sus clínicas estafadoras.
Clase media golpeada por los “paquetazos” de la Cuarta república, robada por los banqueros y sus tasas de interés, embarcada por el mito de la Gran Venezuela, según el cual les faltaba poco para que fueran ciudadanos de un país desarrollado.
Nuestra clase media ha sido la clase mártir del siglo veinte: robada por el hampa común de los sectores que ellos llaman con desden “populares”, atracadas con vehemencia por una clase alta que sólo le permitió a cuarenta mil venezolanos sacar fortunas en dólares.
Pobre clase a quien nadie le enseñó, ni a robar eficientemente a mano armada, ni a estafar capazmente con cuello blanco. Lo único que realmente aprendió esta clase fue a ser diferente. Claro está, diferente de los de abajo. Y qué mejor manera de cristalizarlo que imitando a los de arriba de los cuales, por cierto, también son diferentes.
De ahí surge entonces la ideología de una clase media lo más extensa posible. Clase donde cabemos todos. Clase que somos todos, o al menos, podríamos serlo.
Aquí radica la clase media como ideología nacional, según la cual para ser clase media sólo hay que quererlo, o al menos, sólo hay que mimarlo. Ser clase media significa apropiarse de ritos y signos de ostentación propios de esa clase.
He aquí entonces la ideología dominante en Venezuela. Ideología que aglomera tanto a la derecha como a la izquierda. Ideología que va más allá del capitalismo y el socialismo. Ideología del “clasemedismo” cuya definición es no ser pobre, o al menos, no demostrarlo.
Para llegar a tan deseado fin la metodología más idónea es precisamente la de consumir. De hecho, si un ciudadano de clase media se define por lo que tiene, o al menos, por lo que demuestra tener, pues ¿de dónde saca todo ello?
Tenemos la intuición que muchas de sus fuentes de ingreso son inexistentes, pues una gran parte de la clase media, en realidad, es clase pobre. No dudamos que una parte de esa clase habrá sacado sus fondos del sudor de su frente y los callos en sus manos. Sospechamos que otros harán dinero del dinero, a través de negocios inmobiliarios, seguros, banca, en fin, de la compra y venta. Rubro que en nuestro país no se contenta con ganancias de menos del cien por ciento. Hay que decirlo, la especulación alimenta una gran parte de la “verdadera” clase media venezolana.
El drama está por ello en que nadie le enseñó a producir a nuestra clase media. Pero todos le invitaron a consumir: el consumo define en cuanto tal a la clase media venezolana.
Lo contrario sería buscar la clase media en los nuevos cuadros socialistas de la Quinta república. Pero no llegaríamos tan lejos, pues sería una flagrante provocación y contradicción, tanto para dichos cuadros, como para la clase media como ideología de la derecha exógena venezolana.
Lo cierto es que la clase media es uno de los enigmas de este siglo veintiuno nacional: existe en todas partes y a la vez en ninguna.
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