http://perezpirela.blogspot.com/
Asistimos hoy día a una privatización de un nuevo tipo. Privatización
paradójicamente motorizada por el mercado neoliberal y acompañada por el
Estado social.
Ello responde a una lógica impuesta, y por lo demás dominante, según la
cual no es el “nosotros” lo que debe prevalecer en las relaciones y el
convivir de los humanos, sino más bien el “yo”. Pero hasta aquí estamos en
el neoliberalismo.
Es así como algo parecido a un contrato social de base entre los
individuos que regule el vivir juntos a partir de un acuerdo común, es
visto por la ideología neoliberal como poco menos que un atentado contras
las libertades individuales. Pero hasta aquí seguimos en el
neoliberalismo.
De un solo plumazo y con total impunidad se atenta entonces contra toda
una tradición contractual planteada de maneras diversas por autores como
Hobbes, Rousseau o Locke, quienes con especificidades propias colocaban
como punto de partida un acuerdo sociopolítico mínimo: para estar de
acuerdo es necesario ponerse de acuerdo. Pero hasta aquí estamos en el
neoliberalismo.
Planteado de ese modo dicho contrato inicial da lugar al nacimiento de un
sistema a partir del cual los individuos están obligados a acordar leyes
comunes para escapar así de un sistema en el cual naturalmente cada uno
hace todo lo que su libertad le ordene sin importarle los otros. La
ecuación es por ello muy simple: la libertad de cada uno elevada al
infinito da como resultado la anarquía. Pero hasta aquí seguimos en el
neoliberalismo.
El problema por ello es otro. El problema está cuando el neoliberalismo no
trata de destruir el Estado, como suele pensarse, sino más bien la
república que, en países como Venezuela, lo moldea.
Aquello que está entonces detrás de esta ideología de la libertad
individual absoluta no es la muerte del “Estado”, sino más bien el deceso
de la “república” en tanto que sistema político estructurante de las
relaciones humanas desde una perspectiva social.
Es la república quién choca irremediablemente con esa lógica
individualista según la cual todo lo que no sea libertad pura es
“comunismo”.
En este sentido el Estado no puede, ni debe, ser considerado el producto
último del contrato o acuerdo social. Ello no basta: un Estado puede ser
sin problema alguno ese célebre “Estado mínimo” neoliberal cuya
prerrogativa única es conservar ese estatus quo que le permite a algunos
pocos explotar a la mayoría.
Entiéndase de una vez por todas – sobre todo en tiempos de crisis
económica mundial –: un Estado puede ser, y de hecho en ciertos casos es,
neoliberal.
De ahí entonces que no se debe ser exageradamente optimistas, o peor,
enfermizamente ingenuos. En medio de una debacle financiera del
capitalismo, aquellos que aupaban la muerte del Estado, ahora lo rescatan
y celebran su sobrevivencia como instrumento fundamental para la
sobrevivencia del modelo en crisis.
Un Estado mínimo neoliberal puede, y de hecho es, un garante del proceso
de privatización, no solamente aupando dicho proceso, sino más aún
acompañándolo y asegurando que el mismo se realice en santa paz social,
sin levantamientos, rebeliones o revueltas que afecten un sistema en el
que todo está en manos de pocos.
Termine entonces de caer ese mito, por lo demás naïf, según el cual Estado
es antónimo de privatización neoliberal. Surja pues la lógica de un Estado
que, para respetar los derechos inclusivos de todos, limite los derechos
exclusivos de algunos. Eso se llama República.
Mucho se puede hacer por ello en la profundización de la revolución,
empleando simplemente la idea de república como mucho más que parte del
nombre de nuestro país.