En el escenario político nacional e internacional, esta latente una agresión sobre Venezuela, apoyada por la derecha apátrida y sus padrinazgos en el extranjero para ejecutar sus planes golpistas, inspirados en el triste ejemplo de Honduras y los “siete puñales en el corazón de América”.
Es hora que muchos camaradas comprendan -sin gringolas globovizadas- que la propuesta de la Revolución Bolivariana no se sustenta en un acto emocional, trazado por las pasiones de un momento, de un gobierno o de un heroísmo protagónico circunstancial, sino a un profundo cambio de estructuras sociales a todos los niveles que este pueblo exige. Tampoco se trata de apegarse a la razón carismática de un líder como Hugo Chávez, que tiene todos los méritos, luchando e inventando a veces con errores para llevar adelante este proceso, sino de todo un nuevo modo de vida en el que la socialización de todos los sistemas de producción se ponen a la orden de la grandes mayorías para suplir necesidades y arribar a una estadio superior de vida social, que en su momento expreso Simón Bolívar para identificar el objetivo: “la mayor suma de felicidad posible”. Queda entonces a la calma y a la meditación, moldear el detonante para una nueva historia, un nuevo período, nuevos retos.
Mientras el Comandante Chávez, en lo internacional hace enormes esfuerzos –con ciertos nada despreciables a pesar de la presión yanqui- haciendo lo humanamente posible, por consolidar la Patria Grande mediante un llamado constante a la unidad revolucionaria de nuestra América Latina, como un escudo ante las amenazas imperiales del monstruo del norte; en lo interno, las patrullas del partido de la revolución venezolana no despliegan alas o no tienen tren de aterrizaje para la autodefensa. Las contradicciones en el seno de esta organización de la Revolución, continúan evidenciando la poca madurez política y nivel de conciencia que hemos alcanzado en estos diez años de construcción de la Patria Socialista. No obstante, entendemos o más bien tratamos de justificar que estamos en una transición hacia el Socialismo y todo aquello de la crisis Gramsciana; pero creemos que, el tema de la organización del PSUV
es un tema álgido, trascendental y no debe ser tratado a la ligera, y en verdad va más allá de la teoría de la transición y de la tolerancia. Camarada Jorge: no permitas que se empañe lo que sin duda ha sido un loable intento de apuntalar la organización popular (PSUV) como una vía para la consolidación del proyecto revolucionario; sin embargo esta no puede emprenderse desde posiciones caudillescas que niegan por la vía del hecho la verdadera participación y allí pudiésemos encontrar una de las causas de los reiterados fracasos en esa materia. El PSUV debe ser un partido de izquierda, del pueblo, no un Partido del Gobierno. Otra cuestión importante, la organización no puede planificarse desde el financiamiento, porque la respuesta lógica (acción-reacción) del pueblo será (como lo ha venido haciendo), si no me financian no me organizo. Es parte de lo que viene pasando también con los Consejos Comunales, excelente idea y acertada además, pero que en la práctica ha venido teniendo una limitante en relación a los que se espera y se necesita de estas instancias del Poder Popular.
Para enfrentar estas amenazas y evitar la debacle del proyecto revolucionario bolivariano se hace imperativo que los sectores populares verdaderamente revolucionarios retomen los ideales de transformación y de justicia social que los inspiraron, asumiendo una posición de auténtica insurgencia popular con la intención de que este hermoso proceso revolucionario se profundice y que de verdad, trascienda efectivamente al socialismo.
Sin embargo, observamos las ambiciones personales entre algunos personeros del chavismo y el sectarismo político partidario más absoluto han privado por encima de la construcción del poder popular y del cambio estructural, sin admitir la existencia y los aportes de otras organizaciones sociales y partidistas, cediéndose mucho espacio e influencia a la “Cultura del yohísmo” capitalista y ambicioso, donde la mayoría se mueve por el interés personal. Esto último, está creando un profundo abismo entre todos estos factores políticos y sociales del cambio estructural del poder popular y quienes los ven, como una grave amenaza para sus intereses particulares y grupales. Por ello mismo, es vital que se comiencen a generar los mecanismos de participación y de protagonismo que, a su vez, le darán sustentabilidad al poder popular como instrumento revolucionario directamente ejercido por el pueblo para alcanzar el cambio estructural, la liberación nacional y el bien común en contrapartida al capitalismo y sus fórmulas políticas tradicionales, tan bien alabados por el imperialismo gringo.
En esta etapa y momento de la revolución le corresponde a los colectivos populares revolucionarios –especialmente, los del 23 de Enero, llámense como se llamen- a sacar esa carga histórica que les es tan propia como la piel o la sangre al cuerpo: luchadores revolucionarios irrenunciables; aunque ello los convierte en incómodos y poco manejables. Admitiendo que la impertinencia de ese carácter -aunque viene cargado de emoción revolucionaria pura- puede conducirlos a acciones estratégicamente no recomendables; aún así, estos actos siempre estarán del lado de las luchas del pueblo y serán una piedra en el zapato para quienes acomodados al poder se han olvidado del pueblo. No tienen vocación de condón. Luchan por la revolución y lo harán hasta morir en el empeño de ser necesario.
Para que la lucha de estos colectivos pueda emprender algunos cambios fundamentales. Hace falta que éstos colectivos vayan acompañados de esa reacción conciente del poder popular en contra de los esquemas dominantes del pasado, y comprendiendo decididamente que deben demolerse por completo las estructuras (políticas, económicas, sociales, militares y culturales) sobre las cuales se basa el predominio de las clases dominantes, en sintonía con el pueblo y la lucha revolucionaria signada por el objetivo estratégico y común para el pueblo y su destino. La lucha debe ser congruente, efectivamente sabía y racionalmente eficiente para decidir, en los momentos mas difíciles, el mejor escenario que posibilite las condiciones objetivas y subjetivas a la revolución bolivariana y permita la consolidación de la patria grande.
En este sentido, el combate de todos los revolucionarios tendría que entablarse en tres niveles simultáneos:
1) enfrentando las agresiones y las pretensiones del imperialismo yanqui y de sus aliados (especialmente del vecino país) por interrumpir cualquier tentativa del pueblo por emanciparse realmente de su yugo e influencia;
2) resistiendo y derrotando los diferentes planes desestabilizadores orquestados por la oposición fascista, lacaya y pitiyanqui;
3) desenmascarando al sector de derecha que, proclamándose chavista y revolucionaria, busca perpetuarse en el poder, manteniendo un férreo control de gobernaciones, alcaldías y demás instancias de gobierno, sin permitir en ningún momento una participación efectiva del pueblo en la toma de decisiones y, muy especialmente, en las tareas que deben desembocar en la implantación del socialismo en todo rincón del país.
El futuro del proyecto revolucionario bolivariano -considerándose socialista y revolucionario, no obstante sus graves y notorias deficiencias y contradicciones- dependerá en mucho de la movilización, de la organización y de la toma de conciencia de los sectores populares, más que de la “buena voluntad” de quienes, por ahora, controlan el poder, regentados por paradigmas que no se ajustan a lo que sería verdaderamente el socialismo.
“La crítica debe hacerse a tiempo; no hay que dejarse llevar por la mala costumbre de criticar solo después de consumados los hechos”
Mao Tse Tung
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