Criticando el neoliberalismo a partir de sus presupuestos políticos (I)

Durante la mayor parte de la década de los ’90 del siglo pasado, el llamado pensamiento único neoliberal consiguió hegemonizar las formas de raciocinio analítico del gran público, a partir de algunas técnicas discursivas. Una de ellas fue la de ocultar las premisas de raciocinio y “naturalizar” su propia motivación ontológica. Lo que entiendo que es la garantía de un “elevado grado de certeza” para estas fórmulas de democracia competitiva de base económica, es la analogía con un ambiente de capitalismo competitivo, basada en una mentira. Esta base mentirosa es la presunción de una economía de mercado que tiende al equilibrio, por la previsibilidad de la actuación de los agentes envueltos en el ambiente.

Para fundamentar esa doctrina en la forma de “ciencia”, los fundadores y los seguidos doctrinadores del neoliberalismo se valieron de trabajos importantes en el ámbito académico. Uno de los libros de cabecera de la generación posterior a de los llamados Chicago Boys, se encuentra en el libro “La Lógica de la Acción Colectiva”, publicado su original estadounidense en 1965 y reeditado en el Imperio en 1971. El autor, el economista Mancur Olson -gran amigo y admirador de Friedrich August Von Hayek, uno de los padres del neoliberalismo- expone la base de la pretensión universal de su propuesta “racional”.

Para esta crítica, utilizo la edición de la Editorial de la Universidad de São Paulo (Edusp), impresa en 1999, en la capital del estado paulista. En el inicio, Olson (en la página 14) hace un elogio del uso de la fuerza como reguladora de las relaciones sociales. Para él, el mecanismo coercitivo es un absoluto en la racionalidad de un grupo para alcanzar el bien común, llegando al límite de decir que: “Aunque los miembros de un gran grupo anhelen racionalmente una maximización de su bienestar personal, ellos no actuarán para alcanzar sus objetivos comunes o grupales a menos que haya alguna coerción para forzarlos a ello, o al menos que algún incentivo aparte, diferente de la realización del objetivo común o grupal, sea ofrecido a los miembros del grupo individualmente, con la condición de que ellos ayuden con los costes o cargas envueltas en la consecución de esos objetivos grupales.”

Posteriormente, Olson afirma que esta “lógica” será la única a ser tomada en cuenta, aunque existan otras condicionantes. Así, con esta afirmación, la cooperación de un grupo humano para un objetivo común (aunque exista un acuerdo de métodos y una meta única a ser alcanzada) es imposible de lograr sin alguna forma coercitiva (p.14). Para mantener una aproximación con alguna teoría científica (ya que lo que él predica es poco más del que un sistema de creencias travestido de rigor), Olson (p.14) afirma la paradoja de una opción lógica que va contra de su afirmación anterior.

La sentencia es ilustrativa: “Hay paradójicamente, la posibilidad lógica de que los grupos compuestos o de individuos altruistas o de individuos irracionales puedan a veces actuar a favor de intereses comunes o grupales.”

Más adelante, el autor liquida ese argumento como un todo, basándose sólo en las evidencias de los estudios empíricos de su libro: “[...] esa posibilidad lógica generalmente no tiene la más pequeña importancia práctica. Por lo tanto, la visión de costumbre de que grupos de individuos con intereses comunes tienden a promover esos intereses parece tener poco mérito, si es que tiene alguno.” (el subrayado es mío).

Veo que la pretensión de pensamiento único reside en la tentativa de universalizar un modelo de análisis, aplicándolo a todas las situaciones y áreas de conocimiento. No reconocer especificidades o diferencias, resulta en “epistemicidio” como afirma Boaventura de Souza Santos. El fenómeno “epistemicida” no viene de la falta de “sensibilidad” de los productores de conocimiento de las ciencias humanas en los países del capitalismo central, pero sí necesariamente de la posición de sumisión intelectual, fruto también de la correlación de fuerzas desfavorable, de parte de los productores de conocimiento y formuladores de teoría en los países del capitalismo periférico.

Particularmente entiendo que ese fenómeno es la continuidad concreta del colonialismo más relevante al cual estamos sometidos. No hay colonialismo sin “nativos asimilados” y por eso esta pelea científica tiene que ser llevada a cabo en las entrañas de los saberes latinoamericanos. La pretensión de los pioneros y de los doctrinadores del neoliberalismo/neoinstitucionalismo/economía neoclásica es de tal orden que el propio Olson así la demuestra (p.16), como vemos a continuación: “Aunque yo sea un economista y las herramientas de análisis utilizadas en este libro sean extraídas de la teoría económica, las conclusiones del estudio son tan relevantes para el sociólogo y para el científico político como para el economista.”

Liquidando el mito de la “elección racional”

El tema de la “racionalidad” como modelo absoluto y general entra en contraposición con la escala de valores y comportamientos. Así, en un debate que en teoría es una analogía al fenómeno del capitalismo de competencia y equilibrio perfecto (basándose en el mito de la maximización de ganancias y minimización de pérdidas), con aplicación de modelos importados de teorías económicas de auto-regulación de mercado (de supuesto y falso equilibrio), el doctrinador neoliberal se ve obligado a opinar acerca de la cultura y el comportamiento político. O sea, se ve condicionado a entrar en un área vinculada a las matrices histórico-estructurales de cada sociedad en particular. Cuando se ve frente a este desafío, la pretensión universal y determinista, y por tanto, epistemicida y colonizadora se manifiesta.

Quedo preguntándome ¿cómo un discurso tan frágil puede tener tanta repercusión? Esto porque para un pre-supuesto que se pretendía universal, su generalización es de muy poco alcance. Olson (p.13) afirma que: “La idea de que los grupos siempre actúan para promover sus intereses está supuestamente basada en la premisa de que, en verdad, los miembros de un grupo actúan por interés personal, individual.” Es la “lógica” operante en la afirmación de que no importa si las personas son o no de comportamiento racional, ellas “actúan como si lo fueran”.

Como dije arriba, Olson, “es algo supuestamente basado en una premisa”. Premisa ésta que, otra vez, universaliza la individuación. El individualismo metodológico es, a través de este prisma, poco “estratégico” por la definición aplicada por los estrategistas, y tiene mucho de “concurrencia” y de “alianzas de ocasión”. O sea, si fuera aplicada sólo en la política, esta premisa sería a lo sumo, oportunismo táctico, y nada más. Con tamaña reducción del(los) objeto(s) y ambiente(s) de análisis, es “natural” que el “juego político” se resuma también en la maximización de intereses individuales en forma cooperada por la asociación de intereses. De esa forma, una doctrina con esas ideas-guía, aún siendo una falsedad teórica, se transforma en una base de pensamiento único neoliberal. Este absurdo teórico va ganando fuerza –aún cuando va contra los hechos– al ser vociferado por los medios corporativos de comunicación, y encuentra legitimación siendo repetido de forma poco o nada crítica en departamentos de economía, de política, de sociología, de administración, de comunicación, de entre otros saberes a-paradigmáticos y siempre afectados por el peso de la onda “científica” que brota desde el Imperio y sus vecindades.

Para el universo de la política cualquier tipo de idea de pre-determinación con pretensiones universales ya hizo agua con el Capitalismo de Estado travestido de “socialismo” real. Ya para los neoliberales, la falsedad continúa siendo válida. Para ellos, el determinismo “económico” – yo diría de concurrencia y de individuación – es el paradigma, y se encuentra ejemplificado en la continuidad de la citación de Olson: “Si los individuos integrantes de un grupo altruísticamente despreciaran su bienestar personal, no sería muy probable que como colectividad ellos se dedicaran a luchar por algún egoísmo objetivo común o grupal. Tal altruismo es, de cualquier manera, considerado una excepción, y el comportamiento centrado en los propios intereses es en general considerado la regla, por lo menos cuando hay cuestiones económicas críticamente envueltas.”

Tenemos arriba más absurdos de psicologismos laicos, debatiendo el comportamiento humano sin la más pequeña base científica para tal. Es la misma amarra conceptual del hiper-estructuralismo neoliberal, que impide la visión de largo plazo, oculta los objetivos estratégicos, dice ser regla un patrón de comportamiento del tipo “como si fuera”. De esta forma, ocultando la premisa ideológica, los neoliberales y sus variaciones “naturalizan” la dimensión ontológica de un saber “científico”, creando “cientificismos” donde lo que hay es creencia y normatividad.

Es este el tipo de raciocinio doctrinario que fundamenta la práctica amoral de la especulación y agrega valor socialmente construido a lo que no debería tener valor alguno. Con estas herramientas de análisis como auge de la “ciencia”, todo se justifica, comenzando por el comportamiento fisiológico y patrimonialista de los operadores de la democracia liberal-oligárquica surgida en las 13 colonias británicas basadas en la esclavitud. Sin entender esa amarra conceptual con la cual somos bombardeados en la América Latina llevamos por lo menos 20 años, no hay como comprender los constriñamientos estructurales que sufre, por ejemplo, la poca democracia política en la 11ª economía del mundo (la brasileña).

La lucha de los pueblos de la América Latina pasa por la construcción de saberes científicos que atiendan necesidades, sentires, derechos y libertades de las mayorías. Entiendo que para los investigadores, profesores, docentes, científicos y analistas que están comprometidos con el avance de nuestros pueblos, crear estas herramientas conceptuales es un deber de oficio.

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Bruno Lima Rocha

Politólogo, periodista y profesor de relaciones internacionales

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