En el fondo de todo yacen las ideas. Ellas dan existencia a los procesos, dirigen el choque de metales y el encuentro de las carnes ansiosas.
Es allí en esas simas insondables que ocurre lo definitivo.
Nadie sabe que sucede en el mundo de las ideas, allá en lo hondo nadie atisba, sólo sentimos su efecto cuando ya es tarde. Y ellas concurren a nosotros sólo para justificar los vientos y los caracoles.
No siempre fue así. Hubo un tiempo, al principio, mucho antes de surgir las ciudades, cuando los ríos corrían sobre metales preciosos y las aves se posaban en los versos abundantes en labios de poetas tranquilos. Hubo un tiempo, cuando el sol brillaba con luz tibia y la luna era destellos de sinfonía suave.
En ese tiempo las ideas moraban en la superficie y parecían de cristal, no chocaban, se alimentaban de una misma armonía y crecían como el rocío, al cuidado del nácar marino.
Todos vivían bajo un mismo cielo, respiraban perfumes deliciosos y se alimentaban del néctar que manaba profundo.
En esos días todos eran uno que se prolongaba al infinito, sin principio ni fin. El uno era el todo.
Y las ideas no tenían miedo: eran inocentes y se dejaban ver flotando en el aire como pompas de jabón.
Dicen que un día alguien deseó tener. Y la idea fundida al deseo ya no fue transparente, ahora reptó, se escondió tras las piedras oscuras, perdió la tibieza de la luz.
Desde ese día, que fue noche, todo cambió. El sol perdió su brillo inocente, la luna silenció su música y…
El mundo de las ideas se enturbió: lo cubrió la bruma del tener, y comenzó el peregrinaje a las cavernas profundas de la mente.
Allí moran hasta el día de hoy.
Y el que fue feliz, quedó huérfano, solitario, vacío sin saberlo, viviendo la angustia de buscar algo, sintiendo que perdió un mundo que confunde con un sueño.
Ahora no puede sentir a sus semejantes convertidos también en islas, sólo percibe las cosas que lo cubren, los oropeles que lo envuelven, las convenciones que se crean en la superficie.
Sólo percibe lejanas luces mortecinas que anuncian el pasado.
Hay algunos que hablan de ese mundo de armonía, pero pocos les creen. Piensan que un mundo donde todos fueron hermanos, es ficción de poetas afiebrados.
Otros luchan por volver a ese mundo que llaman Edén. Dicen que existe un camino, pero pocos les creen, piensan que el cielo es inalcanzable.
A los que hablan y a los que luchan por volver, los llaman Socialistas. Alguna vez los llamaron Cristianos, Espartacos, o Bolivarianos.
Hay quien dice que la puerta está aquí entre nosotros, dentro de nosotros. Nadie le cree.
Algunos predican que el mundo de las cosas, del deseo de tener, sucumbirá víctima de si mismo y que después del desierto emergerán de nuevo las ideas armoniosas. A estos evangelistas nadie les cree y los persiguen con las burlas de Galilea.
¡Chávez es ideas Socialistas!