El caserío de Chávez

Chávez, sin lugar a dudas, ha cambiado al mundo. Uno pudiera señalar también a Fidel, pero, realmente, ha sido fundamentalmente Chávez. Uno recuerda, allá por el año 1999, cómo Chávez, en el viejo camastrón, recorría el mundo, principalmente los países árabes, para reconstruir una OPEP desintegrada. Cómo, solo, se enfrentaba al ALCA, en la III Cumbre de las Américas, en Québec, Canadá, en abril del 2001. Cómo sobrevivió al golpe de Estado y resistió el saboteo económico de la oligarquía. Cómo ha estado enfrentando el poder de la maquinaria ideológica capitalista, internacional y local. Hoy día, su voluntad indomable es la mayor esperanza para los pueblos del África, del Medio Oriente y de nuestra América. Una “voluntad indomable de una persona física”, como lo describiera Norberto Ceresole, que, poco a poco, con el paso del tiempo, se fue convirtiendo también en una sólida persona intelectual, cada día más lúcido en sus ideas para construir un mundo mejor…

Eso es así pero no sucede lo mismo a lo interno de nuestro país y con nuestra burocracia estatal que permanece estática e impasible. Duele la impotencia de Chávez. Es la imagen recurrente y viva del caserío sin agua, abandonado, ciego y olvidado, que vivimos, en uno de los “¡Aló, Presidente!”, a través de sus dolorosas palabras. Es la propia imagen, y no otra, de aquellos versos terribles de César Vallejo, cuando dice, en sus Heraldos Negros: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma…”. Es imborrable la imagen de Chávez cuando le reclamaba a sus ministros y demás funcionarios de su entorno, por qué no habían tenido la sensibilidad de ver que, al lado de la nueva Penitenciaria de Coro, había un caserío sin agua y cuando les decía que se habían hecho largas labores durante cinco años para su construcción, que decenas o cientos de funcionarios le habían pasado por al lado, sin pensar por un momento que era fácil, muy fácil, extremadamente fácil, derivar una pequeña ramificación de tubería hacia el caserío. “¿Nadie aquí… nadie… nunca… se paró aquí, en 5 años, a tomar un café? ¿Nadie fue capaz de pensar que era muy sencillo llevarle agua a esta gente? ¿Nadie? ¿Sólo yo, solamente yo, me di cuenta?”, fueron sus palabras.

Nadie fue capaz… Y, como dice Fidel, en una de sus reflexiones, refiriéndose al capitalismo y a su oligarquía, “son expertos en divulgar los errores y las contradicciones de los políticos”. Nuestros errores. Lo están haciendo lenta y organizadamente. Son muchos los “caseríos ciegos y olvidados”, en nuestros barrios y en los lugares donde viven las personas más humildes, que han recibido el inmenso amor de Chávez pero también esos golpes y esa indiferencia tan fuertes de la burocracia estatal… Esos golpes tan fuertes “son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”… ¡Ay, irremediablemente!


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Reinaldo Quijada


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