Ideas para salir del laberinto en el año 2010

La táctica del Frente Único, Mariátegui y el proceso bolivariano

  “Que no alejen a las masas de la revolución con el espectáculo de las querellas dogmáticas de sus predicadores. Que no empleen sus armas ni dilapiden su tiempo en herirse unos a otros, sino en combatir el orden social sus instituciones, sus injusticias y sus crímenes (…) Pertenece a los espíritus mezquinos, sin horizontes y sin alas, a las mentalidades dogmáticas que quieren petrificar e inmovilizar la vida en una fórmula rígida, el privilegio de la incomprensión y del egotismo sectarios.”(José Carlos Mariátegui)  

I.- ¿POR QUE UN FRENTE UNICO PARA LA REVOLUCIÓN DEMOCRATICA Y SOCIALISTA BOLIVARIANA?  

El triunfalismo y la excesiva confianza en el control de recursos político-institucionales, puede ser un factor clave de la pérdida de espacios estratégicos para la revolución bolivariana, si no se toman en cuenta las tendencias manifiestas y latentes de desgaste, descontento, desconcierto y desencanto en el seno de las tradicionales bases sociales de apoyo del proceso de emancipación. 

Existen procesos de distanciamiento, desagregación y dispersión que se traducen en distintos estudios de opinión pública, tanto cuantitativos como cualitativos, que afectan el espacio tanto de los simpatizantes del proceso bolivariano, como de quienes participan en distintos movimientos sociales y populares de izquierda. 

Así  mismo, se presentan distanciamientos y fenómenos de malestar, incluso de los propios militantes de las organizaciones que se identifican y apoyan al Gobierno del Presidente Chávez, desde las que han obtenidos mayor caudal electoral hasta las menos votadas.  

Incluso, declaraciones informales de cuadros políticos, locales, municipales, regionales y nacionales, que participan en la “maquinaria electoral” de las diversas organizaciones revolucionarias, reconocen que cada vez es más difícil y costoso incentivar la participación de los votantes potenciales, y que existe una seria preocupación sobre el crecimiento de la abstención. 

Todo esto coincide con los estudios que indican un crecimiento de la desafiliación política-electoral hacia el gobierno y hacia la oposición, hacia los llamados polos del espectro electoral, generándose un crecimiento de los llamados segmentos no alineados, que no participan en actividades políticas partidistas de ningún tipo, que no muestran interés en ir a votar, y que están descontentos con las alternativas políticas que existen (incluyendo al gobierno como a la oposición).  

Para el campo revolucionario estos indicios y síntomas deben llamar a la reflexión, al análisis, evaluación y la puesta a punto de medidas correctivas, de prevención y anticipación de escenarios de derrota o debilidad electoral. 
Cualquier indicio de derrota o debilidad electoral en las actuales circunstancias geopolíticas internacionales y nacionales, donde se hace evidente una seria amenaza imperial-oligárquica sobre la estabilidad y continuidad del proceso bolivariano, será analizada como una oportunidad para activas planes y acciones desde Washington, así como para sellar el destino de la revolución bolivariana, la cual constituye efectivamente uno de los epicentros más importantes de la revolución continental en Nuestra América (Abya Yala). 

Los resultados de la derrota electoral en el referendo sobre la reforma constitucional, el significado político de las elecciones regionales del 23 de noviembre de 2008, y diversos síntomas del desencanto, descontento y desconcierto en muchos simpatizantes del campo bolivariano, deberían por sí mismos ser argumentos de peso para evitar los errores del sectarismo y para enfrentar los peligros no solo electorales, sino políticos y militares del año 2010. 

En este último aspecto, con relación a amenazas directas en el ámbito propiamente militar de la Seguridad y Defensa de la Nación (que no es el único ámbito, por cierto), cualquiera reconoce que no hay peor situación para una confrontación de alta o baja intensidad, contra provocaciones o agresiones de fuerzas militares o paramilitares extranjeras, que: 

a) un clima de polarización extremo, combinado con

b) dinámicas de debilidad y fractura interna en el campo bolivariano,

c) con indicios de debilidad del bloque de poder sudamericano para una confrontación política abierta contra el “Pentagonismo” que proyecta Washington. 

Todo esto pone en riesgo real las condiciones favorables para un “acuerdo de unidad nacional”, condición política necesaria que permite dar respuesta eficaz de rechazo para una posible agresión extranjera o imperialista.  

Cualquier convocatoria a la unidad patriótica de Defensa de la Nación requiere de mucho más que retórica. Requiere de la capacidad de control y movilización de recursos estratégicos de poder, nacionales e internacionales, de diverso orden, que afectan a diversos ámbitos: económico, social, político, cultural, geográfico, ambiental y militar.

 
Todo esto, en el contexto de las estrategias político-militares de cuarta generación, donde lo que está en juego no es tanto la infra-estructura como la info-estructura de una “sociedad-blanco”, tratando de hallar formas para introducir borrosidad, ambigüedad, azar y el caos en el espacio de “combate neural del enemigo”, en función de deteriorar significativamente el ciclo de observación-orientación-decisión-acción (OODA) en todos los niveles de las unidades de acción políticas y militares.  

Se trata de una guerra en las “redes neurales”, en los espacios de información-conocimiento, que bloquean justamente los ciclos coordinados de OODA; de allí la importancia de la guerra psicológica, de información (técnica y humana) y de baja intensidad. 

El coctel de “tantas bases como necesite el Imperio” en Colombia, que como hemos planteado nunca se trataba de solo siete (7) bases militares (http://www.aporrea.org/tibur%C3%B3n/a84743.html), además de las nuevas bases en Panamá, más el golpe del generalato consular de Honduras, incluyendo actividades de focos conspirativos en Perú, Colombia, Panamá, Costa Rica, Honduras, República Dominicana y los EE.UU debería ser suficiente para preocupar a cualquier gobierno, que no solo enfrente retos electorales parlamentarios, sino que lo haga en el contexto de la dialéctica entre revolución y restauración en Nuestra América. 

Existen evidentes síntomas e indicios de acciones que pretenden configurar un cuadro de crisis político-institucional para el año 2010, que tiene relaciones con el debilitamiento de las bases sociales de apoyo del gobierno de Chávez.  

Existen indicadores que muestran el fin del apoyo automático de sectores medios, de partidarios críticos del proceso bolivariano, e incluso de franjas urbanas de los sectores populares que tienden a inclinarse por posiciones abiertamente abstencionistas.  

De la misma manera, existe un lento avance de las fuerzas sociales y políticas opositoras, que buscan aceleradamente una acumulación de capital electoral, basado en acuerdos unitarios labrados sin lugar a dudas desde Washington. 
Aunque suene poco delicado: hay que bajarse el autobús del espejismo Obama. 

Todavía hoy, algunos cuadros de la alta dirección bolivariana leen en la elección de Obama, una oportunidad de negociación de acuerdos políticos con los EE.UU. Solo basta calibrar que son los propios interlocutores de Washington con estos cuadros revolucionarios (Tomas Shannon, por ejemplo), los que participaron activamente en la legitimación del golpe de Honduras, y en el socavamiento de la efectividad de las resoluciones de la OEA a través de la fórmula Arias (Acuerdo San José). 

La composición de su gabinete Obama, sobre todo en el area internacional y militar, significan una re-unificación imperialista de la clase dominante estadounidense ante su crisis de dominación mundial; sin veleidades de procedencia partidista, étnica, religiosa o género. 

Como ha planteado el polémico Dieterich: La unificación casi monolítica de la clase dominante más peligrosa del mundo y su nominación de un gerente muy hábil, aumenta peligrosamente la capacidad de política internacional de la Casa Blanca frente a la de Bush. La política exterior de Washington tiene el objetivo, en palabras de Obama, de lograr el renacimiento del American Century: “un nuevo amanecer del liderazgo estadounidense” en el mundo. Para alcanzarlo: “Tenemos que seguir una nueva estrategia que hábilmente emplea, equilibra, integra todos los elementos del poder estadounidense, el militar, el diplomático, nuestra inteligencia y procuración de la ley, nuestra economía y el poder de nuestro ejemplo moral. El equipo que hemos conformado aquí (…) está hecho justo para hacerlo.”

 
Lo que ha sido hasta ahora una línea argumental consistente de Dieterich: “Para la Patria Grande, la reafirmación del American Century, se traduce en la reafirmación de la Doctrina Monroe y del Corolario de Roosevelt.”  

Y para decirlo con palabras tal vez más llanas, lo que significa esto es una nueva proyección del “pentagonismo” hacía América Latina y el Caribe a través de un re-despliegue estratégico sobre su área de influencia como “patio trasero”. De esta manera, es una ingenuidad que raya en la estupidez tratar de negociar concesiones con el Imperio en tiempos de proyección pentagonista y de recuperación de su supuesto “destino manifiesto” sobre Nuestra América. El asunto pasa por recuperar y ampliar las bases sociales de apoyo, la masa crítica interna decisiva para contener y desmontar la estrategia de socavamiento de la revolución bolivariana por parte de la contra-ofensiva imperial-oligárquica.  

Esto supone, rectificaciones profundas en el ámbito económico, social, ético-cultural, comunicacional y político, que no se reduce a simples acuerdos de cuotas de repartición de espacios electorales. Se trata de una reorientación del rumbo, de ritmos, de métodos de la propia revolución bolivariana y de su transición a nuevos modelos de socialismo, necesariamente distintos de las experiencias del socialismo del siglo XX.  

II.- ALGUNOS APORTES TEÓRICOS CENTRALES DE MARIÁTEGUI:  

Ahora bien, analizados algunos aspectos de la coyuntura inmediata y previsible, nos referiremos a una recuperación crítica de algunos de los aportes más importantes de una de las más importantes voces heterodoxas del marxismo revolucionario en Nuestra América. Nos referimos a José Carlos Mariátegui.  

Pocos ponen en duda que Mariátegui fue el primer teórico marxista heterodoxo de Indo-América. El Amauta llevó adelante una enorme tarea de apropiación, diseminación y traducción de las tradiciones marxistas a nuestro continente, que rompió con las recepciones acríticas y pasivas del ideario socialista revolucionario. Sin duda, la influencia de Manuel González Prada en Mariátegui, preparó el terreno para una postura radicalmente crítica del “librepensamiento revolucionario”, tan necesario para no acatar dogmas o imposiciones de ninguna especie, para no claudicar en la elaboración de formas de pensamiento crítico socialistas.  

Por ejemplo, mientras para los años 1928-1929 existía ya una campaña internacional de estigmatización y descalificación contra Trotsky, por ejemplo, por parte de la camarilla estalinista-burocrática; Mariátegui al igual que Gramsci, mostró su opinión favorable a las posiciones políticas y las reflexiones de Trotsky. Para Mariátegui, Trotsky era el “arquetipo del hombre de acción y pensamiento”, del “ideólogo realizador” (Defensa del Marxismo).  

Esto suponía para Mariátegui, una toma de posición abierta frente a la ortodoxia soviética del momento, manteniendo una polémica abierta hacia todos los matices y posiciones en el campo proletario: libertarios, sindicalistas, socialistas y comunistas. 

Adicionalmente, existen otros paralelismos con figuras como Gramsci y Trotsky. Sobre éste ultimo, es posible rastrear analogías en el análisis de las contradicciones internas de la formación económico-social de los países semi-coloniales; y específicamente, del Perú, donde emerge lo que será analizado posteriormente con el concepto de “heterogeneidad histórico-estructural”; concepto muy cercano a la teoría del desarrollo desigual y combinado inspirado en los aportes de Trotsky. Así mismo, la influencia de este análisis en la formulación de las fuerzas motrices y en la dialéctica de la revolución, afín a la teoría de la revolución permanente; es decir, a una teoría de contrapuesta a la concepción errónea de la posibilidad de la construcción del socialismo en un solo país (elaborada por Bujarin-Stalin), dadas las condiciones de un capitalismo no solo mundializado, sino además dominado por el imperialismo.  

Para Mariategui, como para Trotsky, el proceso de la revolución latinoamericana es sólo un momento, un eslabón, del proceso de la revolución mundial. No hay socialismo, como nueva formación económico-social con sus nuevas contradicciones, sino a escala mundial. Existen procesos de transición al socialismo a escala nacional, pero bajo condiciones de la interdependencia asimétrica de mercados, sistemas de producción, finanzas, comercio y bajo el imperialismo, la posibilidad del socialismo depende de un largo tránsito de luchas a escala planetaria.  

Por tanto, lo que ocurría en la URSS era solo un momento de tránsito hacia la construcción del socialismo, y no que la URSS era una “sociedad socialista”. Este aporte es fundamental, ya que cuando se habla de las debilidades estructurales de la revolución democrática y socialista en países periféricos y dependientes (en los eslabones débiles de la cadena imperialista, de acuerdo a Lenin), resalta entonces la comprensión de la imposibilidad de la realización plena del socialismo en un solo país, en el marco de arquitectura hegemónica geopolítica imperialista.  

Todos estos elementos, obviamente, inciden en temas estratégicos y tácticos de los procesos de transición al socialismo a escala nacional y continental. Y se allí se derivan conclusiones interesantes. Ni la URSS de entonces, ni la China de hoy, ni Cuba, ni Viet-Nam pueden ser consideradas plenamente como “sociedades socialistas”, pues son sólo momentos de la transición, de prefiguración del socialismo. 

Por otra parte, en la obra de Mariátegui se llega a la comprensión de la base material del “problema del indio”: el “problema de la tierra”. Justo hoy, cuando en Abya Yala se debate las condiciones materiales del ejercicio de los derechos de los pueblos originarios, la cuestión de la tierra, las autonomías territoriales, las jurisdicciones políticas, jurídicas y de la demarcación indígena juegan un papel fundamental. Sin la resolución de la cuestión agraria, sin la liquidación del latifundio y el gamonalismo, poco podría hacerse para plantear la emancipación de los pueblos originarios, de su lucha por la recuperación y puesta al día, de las comunidades indígenas sobre nuevas bases materiales. No hay posibilidad de una refundación de la civilización indo-americana sin la resolución de los factores materiales de la opresión social, política, económica y cultural.  

Otro tema fundamental es la crítica al supuesto carácter feudal de la colonización hispano-portuguesa sobre los territorios que a la postre se denominarán como “América”. Frente a la latinización de “América” y su uso por las fuerzas criollas, para contra-restar la hegemonía norteamericana, la tesis de “Nuestra América” de Martí juega un papel relevante para comprender como inciden los factores de naturaleza geopolítica en la construcción de identidades culturales. En este mismo orden, la crítica de Mariátegui, al igual que la del brasileño Caio Prado Junior, dan paso a la construcción del concepto de “capitalismo colonial” en contraposición a quienes trataban de aplicar mecánicamente los esquemas lineales y presuntamente universales de la sucesión de los modos de producción de corte marxista ortodoxo. Mariátegui al igual que Caio Prado Junior comprenden la articulación compleja, heterogénea y contradictoria de las relaciones capitalistas, esclavistas y de la colonización ibérica en una nueva formación económico-social: el “capitalismo colonial”, cuestionado los esquematismos de corte euro-céntrico, y el seguidismo ideológico a las tesis de la sucesión lineal de cinco (5) modos de producción de corte estalinista. No existió pleno feudalismo en América Latina, sino “capitalismo colonial”.

 
También en Los Siete Ensayos, como en Ideología y Política y otros trabajos, hay dos planteamientos críticos hacia el etapismo estalinista. En primer lugar, Mariátegui señala la incapacidad de un “desarrollo nacional autónomo” del Perú, dominado por la penetración de los capitales imperialistas y por la gran propiedad agraria. Esta crítica directa puede proyectarse hacia quienes defienden cualquier neo-desarrollismo, basado en formas retóricas de “nacionalismo radical”, pero que en los hechos conserven el predominio del capital transnacional-imperialista, de la oligarquía terrateniente y que no analicen las interconexiones entre clases capitalistas transnacionales y burguesías nacionales sobre sus estructuras económicas internas, fenómenos que serán muy significativos en la compresión del devenir de programas políticos como el APRA en Perú, y como AD en Venezuela.  

Las vías del reformismo radical ya fueron ensayadas programáticamente en los años 30, 40 y 50 en Nuestra América, y los intentos de encontrar en las fracciones de la gran burguesía, tendencias ideológicas nacionalistas o patrióticas es un gran espejismo, más aún si se fusionan con los intereses del capital transnacional y del imperialismo. Otra enseñanza para los neo-desarrollismos-reformistas, que vivirán sus propias contradicciones en la construcción del “capitalismo nacional de bienestar social”. Ni el capitalismo de estado, ni el la economía mixta bajo la hegemonía del capital privado son experiencias que permitan una transición al socialismo.  

Así  mismo, para Mariátegui, la persistencia del latifundio no es indicio de la necesidad de la “revolución democrático-burguesa”, sino un elemento que muestra plenamente la imposibilidad de la burguesía nacional de llevar adelante sus tareas de transformación de las estructuras históricas de la dependencia económico-política.  

Mariátegui considera imposible y a la vez reaccionario separar la lucha por la liberación nacional de la lucha por el socialismo. Por tanto, considera errada detener las tareas de la revolución democrática en todos los ámbitos en una reforma pequeño burguesa. La única salida es oponer al capitalismo, el socialismo, pero solamente a través de la acción organizada de la dirección colectiva del proletariado, junto a capas y clases aliadas del campo y de la ciudad, para realizar no sólo las tareas de la revolución democrático-burguesa, sino las de la revolución democrática y socialista, a las cuales la misma burguesía es completamente hostil.  

No es bajo la dirección de sectores políticos de la pequeña-burguesía, o de la mediana burguesía, sino bajo la dirección del proletariado como clase políticamente organizada, que la revolución democrático-burguesa deviene en revolución democrática y socialista. Y este pasaje es justamente el elemento central de la nueva hegemonía, del bloque histórico de los oprimidos y excluidos.

 
Por otra parte, Mariátegui señala que en América el socialismo no puede ser “calco y copia” sino la “creación heroica” del “socialismo indoamericano”, y afirma que “la revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial.” Aquí hay que remontarse a las influencias heterodoxas de Mariátegui en su tránsito por la Italia de los años 20, pues la tradición marxista italiana se hizo luchando contra el positivismo primero (Aquiles Loria), y después contra los intentos de absorber al marxismo en un nuevo idealismo (Croce). Sus principales exponentes son Antonio Labriola (quien calificaba a Herbert Spencer de “cretino”) y Antonio Gramsci.  

No hay posibilidad alguna de conciliar la dialéctica revolucionaria con el neopositivismo, de separar el elemento objetivo del subjetivo, separar la comprensión de causas y condiciones necesarias del devenir histórico, con su interpenetración con elementos de voluntad y libertad. La dialéctica de las condiciones objetivas y subjetivas, no se reduce a los esquemas maniqueos ni del fatalismo, ni del voluntarismo.  

A Labriola se le debe la caracterización del marxismo como “filosofía de la praxis”, categoría utilizada ampliamente por Gramsci en sus Cuadernos de la Cárcel. Pero también Mariátegui recibe la influencia de la revisión crítica de Croce y de Sorel, y es patente su importancia en la significación de este último en la valoración del mito revolucionario. De este modo, Mariátegui es parte de una generación que percibe los acontecimientos de la Revolución Rusa como una afirmación de la iniciativa de la voluntad revolucionaria contra el determinismo mecánico, fatalista y reduccionista, tanto de la socialdemocracia, como de las fluctuaciones bipolares del estalinismo.  

En pocas palabras, para Mariátegui cualquier actitud de pasividad política, de entrega de la iniciativa estratégica a las fuerzas adversarias, era justificada ideológicamente por la socialdemocracia o el estalinismo por argumentos fatalistas o positivistas de estabilización del capitalismo.  

Mariátegui dirá: “La bancarrota del positivismo y del cientificismo, como filosofía, no comprometen absolutamente la posición del marxismo. La teoría y la política de Marx se cimentan invariablemente en la ciencia, no en el cientificismo”.

 
Para Mariátegui, el marxismo es un método de interpretación histórico-crítico de carácter científico, no porque recurra a los métodos de las ciencias exactas y naturales (posición igualmente sostenida en el historicismo de Gramsci), ni porque constituya un cúmulo de verdades universales (ciencia de ese tipo no existe en ningún campo) sino porque se basa en un análisis crítico de las contradicciones históricas de la sociedad capitalista.  

Esa “objetividad histórica” tiene un carácter social, es decir, vista desde una perspectiva histórica a través de la crítica marxista de la alienación y el fetichismo, pues la “objetividad” es una creación humana, intersubjetiva, histórica y como tal, transitoria y modificable por la propia acción de las clases y los grupos sociales.  

Más que la espera mecánica del despliegue de las fuerzas productivas, el asunto clave es la transformación de las relaciones de producción, de las estructuras sociales y sus formaciones de poder. En este sentido podemos inferir que el carácter del marxismo como teoria es inseparable de su historicidad, y si se quiere aún de su “historicismo radical” como “teoría crítica del capitalismo”, pues Marx se esforzó por mostrar cómo de las propias contradicciones históricas del capitalismo surgían los elementos, tendencias y fuerzas que prefiguraban la sociedad futura. 

Esta mirada renovada de la teoría marxista desde una perspectiva anti-positivista e “historicista”, reivindica la centralidad de la praxis colectiva a la vez que no identifica infantilmente “ciencia” y “positivismo”. Se trata entonces del “marxismo de la praxis”, condicionada históricamente, lo cual significa praxis parcialmente limitada por el pasado y por las premisas materiales. En este sentido las ciencias sociales e históricas críticas, inspiradas sin duda en la revolución teórico inconclusa de Marx, están guiadas por intereses liberadores, por necesidades radicales, y es allí donde se diferencian de las ciencias sociales funcionales a los sistemas de dominación y desigualdad del capitalismo, pues estos conocimientos y saberes disponibles constituyen herramientas útiles solo a la reproducción político-cultural del metabolismo del Capital. 

Ahora bien, todos estos aportes de Mariátegui no se consideran por simple aspiración a una falaz erudición inútil, sino para abordar correlativamente su propuesta política para articular la alianza amplia de clases, capas y sectores en un proceso de liberación: la táctica del frente único.

 
III.- LA IMPORTANCIA POLÍTICA-TÁCTICA DEL FRENTE ÚNICO:

 
Pero hay una dimensión del planteamiento de Mariátegui que es preciso analizar en el contexto de una coyuntura histórica donde se presenta una contra-ofensivas imperiales-oligárquica de carácter reaccionario, que pretenden contener, detener y socavar la activación política de las fuerzas nacional-populares en Nuestra América.  

El tema es la construcción de una hegemonía democrática, lo cual supone amplitud democrática, para la transición al socialismo. En función de la unidad de las fuerzas sociales y políticas revolucionarias, y ante la posibilidad de la agresión reaccionaria, oligárquico-restauradora o imperialista, Mariátegui propone la táctica amplia del Frente único para salir de la estrechez de debates son eficacia política. 

Retomando las palabras de Carlos Marx: "Proletarios de todos los países, uníos", para Mariátegui es importante que caigan todas las barreras que diferencian o separan en varios grupos, tendencias, corrientes en la construcción de la vanguardia proletaria o socialista.  

El apoyo mayoritario a la alternativa socialista implica una amplia base social de apoyo al igual que una dirección democrática, socialista y revolucionaria, en principio. Mariátegui habla de una dirección proletaria con conciencia proletaria.  

Sin embargo, en la actualidad, muchos dogmas sobre el socialismo real han sido derrumbados no solo teóricamente sino por los hechos históricos. Si se trata de verdades objetivas y razonadas, es obvio que en 1989 ocurrió el colapso del antigua URSS, y del campo socialista hegemonizado por esta dirección burocrática.  

Así  mismo, se requiere de la construcción de nuevos referentes de socialismo, de nuevas orientaciones teóricas, prácticas y de política gubernamental. La izquierda aspira para su viabilidad histórica de una profunda renovación de sus fundamentos teóricos y de su legitimidad práctica. Si las experiencias de innovación en las izquierdas de Nuestra América son palpables, hay que aprovecharlas en su riqueza y diversidad. No es conveniente encerrarse en dogmas, ni considerar solo una singular experiencia de prácticas, política y gobierno de izquierda como la única y verdadera "revolución socialista". No son convenientes los calcos y copias, sino las apropiaciones creativas y críticas.  

De la propuesta del Frente único de Mariátegui a la experiencia del Frente Amplio en Uruguay hay un sinnúmero de valiosos aprendizajes. Socialistas, Comunistas y libertarios de todos los matices, constituyen una sola fuerza que marcha hacia la conquista del Socialismo, esta es la lección esencial del Frente Único Proletario de Mariátegui.  

En palabras actuales, los elementos progresistas, radical-democráticos, libertarios, socialistas, comunistas, ecologistas y descolonizadores deben actuar conjuntamente en la construcción de un Frente Amplio para la construcción del Socialismo democrático, revolucionario, participativo, apoyándose en la movilización de una multitud nacional-popular constituyente.  

En las actuales circunstancias, no se puede abandonar la fuerza convocante del proceso popular constituyente en un proceso revolucionario sin someterlo a la parálisis burocrática, sin encuadrarlo en estados de dominación, que terminan confundiendo la lógica de la revolución socialista con la lógica de la gobernabilidad burguesa. 

Mas allá  de reducirse a la defensa de un gobierno de izquierda o nacionalista radical, para Mariátegui lo importante era trascender particularismos en la construcción de la unidad revolucionaria de la multitud proletaria. Pues en los aportes de Mariátegui, la construcción de una mayoría política pasaba por suscitar conciencia de clase y sentimiento de clase; es decir, suscitar la conciencia de la liberación en la mayoría social.  

Para Mariátegui, esta faena pertenece por igual a socialistas y sindicalistas, a comunistas y libertarios. Es decir, pertenece a todas las corrientes y tendencias que debían confluir en la construcción de un programa de acción común para la coyuntura. En otras palabras, todas las corrientes, tendencias, matices y organizaciones políticas con ideario socialista deben actuar conjuntamente en la constitución de un frente único revolucionario, y por tratarse de un frente único se plantean mínimos comunes, no máximos divergentes.  

Estos mínimos comunes son los propósitos comunes inmediatos, las aspiraciones y las conquistas para una fase o momento del proceso popular constituyente. Esto supone acuerdos sobre las demandas y consignas, analizando, sin abdicar en la crítica en profundidad del presente, las posibilidades históricas objetivas de acuerdo al análisis de las correlaciones de fuerzas en distintos ámbitos. Esto supone una apreciación conjunta de las ventajas, oportunidades y fortalezas del “adversario común”.  

Pues se construye un Frente amplio contra un adversario común, y por una alternativa histórica compartida de objetivos inmediatos y mediatos. En Venezuela, hasta ahora, ni las organizaciones políticas del campo bolivariano, con peso o sin peso electoral, se han sentado con seriedad, rigor y responsabilidad a construir mínimos comunes ni sobre la coyuntura inmediata ni sobre los contenidos y caminos del Socialismo. Tampoco lo han hecho los movimientos sociales y populares, ni ambos en conjunto. Esta debilidad será obviamente aprovechada por los planes del Imperio.  

Este tipo de debilidad “orgánica” de las fuerzas socialistas fue analizada en su momento, particularidad y circunstancia por Mariátegui. Éste plantea el tema de “unidad de la diversidad”, pues el frente único no anula la personalidad, no anula la filiación de ninguno de los que lo componen. “No significa la confusión ni la amalgama de todas las doctrinas en una doctrina única. Es una acción contingente, concreta, práctica para un fin histórico específico”.  

No se trata de preconizar el “confusionismo ideológico”, pues dentro del frente único cada cual debe conservar su propia filiación y su propio ideario. Como dice Mariátegui: “Cada cual debe trabajar por su propio credo. Pero todos deben sentirse unidos por la solidaridad de clase, vinculados por la lucha contra el adversario común, ligados por la misma voluntad revolucionaria, y la misma pasión renovadora.  

Formar un frente único es tener una actitud solidaria ante un problema concreto, ante una necesidad urgente. No es renunciar a la doctrina que cada uno sirve ni a la posición que cada uno ocupa en la vanguardia, la variedad de tendencias y la diversidad de matices ideológicos es inevitable en esa inmensa legión humana que se llama el proletariado. La existencia de tendencias y grupos definidos y precisos no es un mal; es por el contrario la señal de un periodo avanzado del proceso revolucionario. Lo que importa es que esos grupos y esas tendencias sepan entenderse ante la realidad concreta del día.  

Mariategui concluye: Que no se esterilicen bizantinamente en ex confesiones y excomuniones reciprocas (en esto consiste el sectarismo). Dice Mariátegui: “Que no alejen a las masas de la revolución con el espectáculo de las querellas dogmáticas de sus predicadores. Que no empleen sus armas ni dilapiden su tiempo en herirse unos a otros, sino en combatir el orden social sus instituciones, sus injusticias y sus crímenes.”  

Además continua: “Los espíritus nobles, elevados y sinceros de la revolución, perciben y respetan, así, por encima de toda barrera teórica, la solidaridad histórica de sus esfuerzos y de sus obras. Pertenece a los espíritus mezquinos, sin horizontes y sin alas, a las mentalidades dogmáticas que quieren petrificar e inmovilizar la vida en una fórmula rígida, el privilegio de la incomprensión y del egotismo sectarios.” 

Pero Mariátegui reconoce que el Frente único es una construcción política, que depende de la voluntad, de las decisiones y de un anhelo evidente del proletariado, de las clases populares y subalternas, de la multitud nacional-popular. En esto consiste “cerrar filas desde abajo y por abajo”.  

Por tanto, los debates programáticos, no tienen por qué perderse en divagaciones teoréticas. No se trata de extraviarse en estériles debates principistas, pues se trata de la unidad de la multitud popular en un programa de acción para la coyuntura. Como ha planteado con extrema claridad Mariátegui: “los que provoquen escisiones y disidencias, en el nombre de principios abstractos, sin aportar nada al estudio y a la solución de estos problemas concretos, traicionan consciente o inconscientemente la causa proletaria”. 

De allí, la importancia del Frente Amplio, Social y Político para avanzar en la transición al socialismo. Más allá de las diferencias, de los matices de clase y de doctrina, hay que amalgamar a todas aquellas fuerzas que se reclaman de ideas socialistas, democráticas, descolonizadoras y revolucionarias.  

El Frente Amplio es una articulación social y política bajo un programa de acción inmediata, ya sean la defensa de las conquistas de la revolución, para conjurar la agresión imperial, o para avanzar con rectificaciones profundas y con ritmos compartidos en las tareas de la construcción del socialismo.  

Unidad bajo un programa mínimo común para la coyuntura. ¿Será posible?  

Pues sin Democracia Socialista, el tiempo histórico favorece a la Barbarie.



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Javier Biardeau R.

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

 jbiardeau@gmail.com      @jbiardeau

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