I.- ¿POR
QUE UN FRENTE UNICO PARA LA REVOLUCIÓN DEMOCRATICA Y SOCIALISTA BOLIVARIANA?
El triunfalismo
y la excesiva confianza en el control de recursos político-institucionales,
puede ser un factor clave de la pérdida de espacios estratégicos para
la revolución bolivariana, si no se toman en cuenta las tendencias
manifiestas y latentes de desgaste, descontento, desconcierto y desencanto
en el seno de las tradicionales bases sociales de apoyo del proceso
de emancipación.
Existen
procesos de distanciamiento, desagregación y dispersión que se traducen
en distintos estudios de opinión pública, tanto cuantitativos como
cualitativos, que afectan el espacio tanto de los simpatizantes del
proceso bolivariano, como de quienes participan en distintos movimientos
sociales y populares de izquierda.
Así
mismo, se presentan distanciamientos y fenómenos de malestar, incluso
de los propios militantes de las organizaciones que se identifican y
apoyan al Gobierno del Presidente Chávez, desde las que han obtenidos
mayor caudal electoral hasta las menos votadas.
Incluso,
declaraciones informales de cuadros políticos, locales, municipales,
regionales y nacionales, que participan en la “maquinaria electoral”
de las diversas organizaciones revolucionarias, reconocen que cada vez
es más difícil y costoso incentivar la participación de los votantes
potenciales, y que existe una seria preocupación sobre el crecimiento
de la abstención.
Todo
esto coincide con los estudios que indican un crecimiento de la desafiliación
política-electoral hacia el gobierno y hacia la oposición, hacia los
llamados polos del espectro electoral, generándose un crecimiento de
los llamados segmentos no alineados, que no participan en actividades
políticas partidistas de ningún tipo, que no muestran interés en
ir a votar, y que están descontentos con las alternativas políticas
que existen (incluyendo al gobierno como a la oposición).
Para
el campo revolucionario estos indicios y síntomas deben llamar a la
reflexión, al análisis, evaluación y la puesta a punto de medidas
correctivas, de prevención y anticipación de escenarios de derrota
o debilidad electoral.
Cualquier indicio de derrota o debilidad electoral en las actuales circunstancias
geopolíticas internacionales y nacionales, donde se hace evidente una
seria amenaza imperial-oligárquica sobre la estabilidad y continuidad
del proceso bolivariano, será analizada como una oportunidad para activas
planes y acciones desde Washington, así como para sellar el destino
de la revolución bolivariana, la cual constituye efectivamente uno
de los epicentros más importantes de la revolución continental en
Nuestra América (Abya Yala).
Los resultados
de la derrota electoral en el referendo sobre la reforma constitucional,
el significado político de las elecciones regionales del 23 de noviembre
de 2008, y diversos síntomas del desencanto, descontento y desconcierto
en muchos simpatizantes del campo bolivariano, deberían por sí mismos
ser argumentos de peso para evitar los errores del sectarismo y para
enfrentar los peligros no solo electorales, sino políticos y militares
del año 2010.
En este
último aspecto, con relación a amenazas directas en el ámbito propiamente
militar de la Seguridad y Defensa de la Nación (que no es el único
ámbito, por cierto), cualquiera reconoce que no hay peor situación
para una confrontación de alta o baja intensidad, contra provocaciones
o agresiones de fuerzas militares o paramilitares extranjeras, que:
a) un clima de polarización extremo, combinado con
b) dinámicas de debilidad y fractura interna en el campo bolivariano,
c) con
indicios de debilidad del bloque de poder sudamericano para una confrontación
política abierta contra el “Pentagonismo” que proyecta Washington.
Todo
esto pone en riesgo real las condiciones favorables para un “acuerdo
de unidad nacional”, condición política necesaria que permite dar
respuesta eficaz de rechazo para una posible agresión extranjera o
imperialista.
Cualquier convocatoria a la unidad patriótica de Defensa de la Nación requiere de mucho más que retórica. Requiere de la capacidad de control y movilización de recursos estratégicos de poder, nacionales e internacionales, de diverso orden, que afectan a diversos ámbitos: económico, social, político, cultural, geográfico, ambiental y militar.
Todo esto, en el contexto de las estrategias político-militares de
cuarta generación, donde lo que está en juego no es tanto la
infra-estructura como la info-estructura de una “sociedad-blanco”,
tratando de hallar formas para introducir borrosidad, ambigüedad, azar
y el caos en el espacio de “combate neural del enemigo”, en función
de deteriorar significativamente el ciclo de observación-orientación-decisión-acción
(OODA) en todos los niveles de las unidades de acción políticas y
militares.
Se trata
de una guerra en las “redes neurales”, en los espacios de información-conocimiento,
que bloquean justamente los ciclos coordinados de OODA; de allí la
importancia de la guerra psicológica, de información (técnica y humana)
y de baja intensidad.
El coctel
de “tantas bases como necesite el Imperio” en Colombia, que como
hemos planteado nunca se trataba de solo siete (7) bases militares (http://www.aporrea.org/tibur%C3%B3n/a84743.html), además de las nuevas bases
en Panamá, más el golpe del generalato consular de Honduras, incluyendo
actividades de focos conspirativos en Perú, Colombia, Panamá, Costa
Rica, Honduras, República Dominicana y los EE.UU debería ser suficiente
para preocupar a cualquier gobierno, que no solo enfrente retos electorales
parlamentarios, sino que lo haga en el contexto de la dialéctica entre
revolución y restauración en Nuestra América.
Existen
evidentes síntomas e indicios de acciones que pretenden configurar
un cuadro de crisis político-institucional para el año 2010, que tiene
relaciones con el debilitamiento de las bases sociales de apoyo del
gobierno de Chávez.
Existen
indicadores que muestran el fin del apoyo automático de sectores medios,
de partidarios críticos del proceso bolivariano, e incluso de franjas
urbanas de los sectores populares que tienden a inclinarse por posiciones
abiertamente abstencionistas.
De la
misma manera, existe un lento avance de las fuerzas sociales y políticas
opositoras, que buscan aceleradamente una acumulación de capital electoral,
basado en acuerdos unitarios labrados sin lugar a dudas desde Washington.
Aunque suene poco delicado: hay que bajarse el autobús del espejismo
Obama.
Todavía
hoy, algunos cuadros de la alta dirección bolivariana leen en la elección
de Obama, una oportunidad de negociación de acuerdos políticos con
los EE.UU. Solo basta calibrar que son los propios interlocutores de
Washington con estos cuadros revolucionarios (Tomas Shannon, por ejemplo),
los que participaron activamente en la legitimación del golpe de Honduras,
y en el socavamiento de la efectividad de las resoluciones de la OEA
a través de la fórmula Arias (Acuerdo San José).
La composición
de su gabinete Obama, sobre todo en el area internacional y militar,
significan una re-unificación imperialista de la clase dominante estadounidense
ante su crisis de dominación mundial; sin veleidades de procedencia
partidista, étnica, religiosa o género.
Como ha planteado el polémico Dieterich: La unificación casi monolítica de la clase dominante más peligrosa del mundo y su nominación de un gerente muy hábil, aumenta peligrosamente la capacidad de política internacional de la Casa Blanca frente a la de Bush. La política exterior de Washington tiene el objetivo, en palabras de Obama, de lograr el renacimiento del American Century: “un nuevo amanecer del liderazgo estadounidense” en el mundo. Para alcanzarlo: “Tenemos que seguir una nueva estrategia que hábilmente emplea, equilibra, integra todos los elementos del poder estadounidense, el militar, el diplomático, nuestra inteligencia y procuración de la ley, nuestra economía y el poder de nuestro ejemplo moral. El equipo que hemos conformado aquí (…) está hecho justo para hacerlo.”
Lo que ha sido hasta ahora una línea argumental consistente de Dieterich:
“Para la Patria Grande, la reafirmación del American Century, se
traduce en la reafirmación de la Doctrina Monroe y del Corolario de
Roosevelt.”
Y para
decirlo con palabras tal vez más llanas, lo que significa esto es una
nueva proyección del “pentagonismo” hacía América Latina y el
Caribe a través de un re-despliegue estratégico sobre su área de
influencia como “patio trasero”. De esta manera, es una ingenuidad
que raya en la estupidez tratar de negociar concesiones con el Imperio
en tiempos de proyección pentagonista y de recuperación de su supuesto
“destino manifiesto” sobre Nuestra América. El asunto pasa por
recuperar y ampliar las bases sociales de apoyo, la masa crítica interna
decisiva para contener y desmontar la estrategia de socavamiento de
la revolución bolivariana por parte de la contra-ofensiva imperial-oligárquica.
Esto
supone, rectificaciones profundas en el ámbito económico, social,
ético-cultural, comunicacional y político, que no se reduce a simples
acuerdos de cuotas de repartición de espacios electorales. Se trata
de una reorientación del rumbo, de ritmos, de métodos de la propia
revolución bolivariana y de su transición a nuevos modelos de socialismo,
necesariamente distintos de las experiencias del socialismo del siglo
XX.
II.-
ALGUNOS APORTES TEÓRICOS CENTRALES DE MARIÁTEGUI:
Ahora
bien, analizados algunos aspectos de la coyuntura inmediata y previsible,
nos referiremos a una recuperación crítica de algunos de los aportes
más importantes de una de las más importantes voces heterodoxas del
marxismo revolucionario en Nuestra América. Nos referimos a José Carlos
Mariátegui.
Pocos
ponen en duda que Mariátegui fue el primer teórico marxista heterodoxo
de Indo-América. El Amauta llevó adelante una enorme tarea de
apropiación, diseminación y traducción de las tradiciones marxistas
a nuestro continente, que rompió con las recepciones acríticas
y pasivas del ideario socialista revolucionario. Sin duda, la influencia
de Manuel González Prada en Mariátegui, preparó el terreno para una
postura radicalmente crítica del “librepensamiento revolucionario”,
tan necesario para no acatar dogmas o imposiciones de ninguna especie,
para no claudicar en la elaboración de formas de pensamiento crítico
socialistas.
Por ejemplo,
mientras para los años 1928-1929 existía ya una campaña internacional
de estigmatización y descalificación contra Trotsky, por ejemplo,
por parte de la camarilla estalinista-burocrática; Mariátegui al igual
que Gramsci, mostró su opinión favorable a las posiciones políticas
y las reflexiones de Trotsky. Para Mariátegui, Trotsky era el “arquetipo
del hombre de acción y pensamiento”, del “ideólogo realizador”
(Defensa del Marxismo).
Esto
suponía para Mariátegui, una toma de posición abierta frente a la
ortodoxia soviética del momento, manteniendo una polémica abierta
hacia todos los matices y posiciones en el campo proletario: libertarios,
sindicalistas, socialistas y comunistas.
Adicionalmente,
existen otros paralelismos con figuras como Gramsci y Trotsky. Sobre
éste ultimo, es posible rastrear analogías en el análisis de las
contradicciones internas de la formación económico-social de los países
semi-coloniales; y específicamente, del Perú, donde emerge lo que
será analizado posteriormente con el concepto de “heterogeneidad
histórico-estructural”; concepto muy cercano a la teoría del desarrollo
desigual y combinado inspirado en los aportes de Trotsky. Así mismo,
la influencia de este análisis en la formulación de las fuerzas motrices
y en la dialéctica de la revolución, afín a la teoría de la revolución
permanente; es decir, a una teoría de contrapuesta a la concepción
errónea de la posibilidad de la construcción del socialismo en un
solo país (elaborada por Bujarin-Stalin), dadas las condiciones de
un capitalismo no solo mundializado, sino además dominado por el imperialismo.
Para
Mariategui, como para Trotsky, el proceso de la revolución latinoamericana
es sólo un momento, un eslabón, del proceso de la revolución mundial.
No hay socialismo, como nueva formación económico-social con sus nuevas
contradicciones, sino a escala mundial. Existen procesos de transición
al socialismo a escala nacional, pero bajo condiciones de la interdependencia
asimétrica de mercados, sistemas de producción, finanzas, comercio
y bajo el imperialismo, la posibilidad del socialismo depende de un
largo tránsito de luchas a escala planetaria.
Por tanto,
lo que ocurría en la URSS era solo un momento de tránsito hacia la
construcción del socialismo, y no que la URSS era una “sociedad socialista”.
Este aporte es fundamental, ya que cuando se habla de las debilidades
estructurales de la revolución democrática y socialista en países
periféricos y dependientes (en los eslabones débiles de la cadena
imperialista, de acuerdo a Lenin), resalta entonces la comprensión
de la imposibilidad de la realización plena del socialismo en un solo
país, en el marco de arquitectura hegemónica geopolítica imperialista.
Todos
estos elementos, obviamente, inciden en temas estratégicos y tácticos
de los procesos de transición al socialismo a escala nacional y continental.
Y se allí se derivan conclusiones interesantes. Ni la URSS de
entonces, ni la China de hoy, ni Cuba, ni Viet-Nam pueden ser consideradas
plenamente como “sociedades socialistas”, pues son sólo momentos
de la transición, de prefiguración del socialismo.
Por otra
parte, en la obra de Mariátegui se llega a la comprensión de la base
material del “problema del indio”: el “problema de la tierra”.
Justo hoy, cuando en Abya Yala se debate las condiciones materiales
del ejercicio de los derechos de los pueblos originarios, la cuestión
de la tierra, las autonomías territoriales, las jurisdicciones políticas,
jurídicas y de la demarcación indígena juegan un papel fundamental.
Sin la resolución de la cuestión agraria, sin la liquidación del
latifundio y el gamonalismo, poco podría hacerse para plantear la emancipación
de los pueblos originarios, de su lucha por la recuperación y puesta
al día, de las comunidades indígenas sobre nuevas bases materiales.
No hay posibilidad de una refundación de la civilización indo-americana
sin la resolución de los factores materiales de la opresión social,
política, económica y cultural.
Otro tema fundamental es la crítica al supuesto carácter feudal de la colonización hispano-portuguesa sobre los territorios que a la postre se denominarán como “América”. Frente a la latinización de “América” y su uso por las fuerzas criollas, para contra-restar la hegemonía norteamericana, la tesis de “Nuestra América” de Martí juega un papel relevante para comprender como inciden los factores de naturaleza geopolítica en la construcción de identidades culturales. En este mismo orden, la crítica de Mariátegui, al igual que la del brasileño Caio Prado Junior, dan paso a la construcción del concepto de “capitalismo colonial” en contraposición a quienes trataban de aplicar mecánicamente los esquemas lineales y presuntamente universales de la sucesión de los modos de producción de corte marxista ortodoxo. Mariátegui al igual que Caio Prado Junior comprenden la articulación compleja, heterogénea y contradictoria de las relaciones capitalistas, esclavistas y de la colonización ibérica en una nueva formación económico-social: el “capitalismo colonial”, cuestionado los esquematismos de corte euro-céntrico, y el seguidismo ideológico a las tesis de la sucesión lineal de cinco (5) modos de producción de corte estalinista. No existió pleno feudalismo en América Latina, sino “capitalismo colonial”.
También en Los Siete Ensayos, como en Ideología y Política y otros
trabajos, hay dos planteamientos críticos hacia el etapismo estalinista.
En primer lugar, Mariátegui señala la incapacidad de un “desarrollo
nacional autónomo” del Perú, dominado por la penetración de los
capitales imperialistas y por la gran propiedad agraria. Esta crítica
directa puede proyectarse hacia quienes defienden cualquier neo-desarrollismo,
basado en formas retóricas de “nacionalismo radical”, pero que
en los hechos conserven el predominio del capital transnacional-imperialista,
de la oligarquía terrateniente y que no analicen las interconexiones
entre clases capitalistas transnacionales y burguesías nacionales sobre
sus estructuras económicas internas, fenómenos que serán muy significativos
en la compresión del devenir de programas políticos como el APRA en
Perú, y como AD en Venezuela.
Las vías
del reformismo radical ya fueron ensayadas programáticamente en los
años 30, 40 y 50 en Nuestra América, y los intentos de encontrar en
las fracciones de la gran burguesía, tendencias ideológicas nacionalistas
o patrióticas es un gran espejismo, más aún si se fusionan con los
intereses del capital transnacional y del imperialismo. Otra enseñanza
para los neo-desarrollismos-reformistas, que vivirán sus propias contradicciones
en la construcción del “capitalismo nacional de bienestar social”.
Ni el capitalismo de estado, ni el la economía mixta bajo la hegemonía
del capital privado son experiencias que permitan una transición al
socialismo.
Así
mismo, para Mariátegui, la persistencia del latifundio no es indicio
de la necesidad de la “revolución democrático-burguesa”, sino
un elemento que muestra plenamente la imposibilidad de la burguesía
nacional de llevar adelante sus tareas de transformación de las estructuras
históricas de la dependencia económico-política.
Mariátegui
considera imposible y a la vez reaccionario separar la lucha por la
liberación nacional de la lucha por el socialismo. Por tanto, considera
errada detener las tareas de la revolución democrática en todos los
ámbitos en una reforma pequeño burguesa. La única salida es oponer
al capitalismo, el socialismo, pero solamente a través de la acción
organizada de la dirección colectiva del proletariado, junto a capas
y clases aliadas del campo y de la ciudad, para realizar no sólo las
tareas de la revolución democrático-burguesa, sino las de la revolución
democrática y socialista, a las cuales la misma burguesía es completamente
hostil.
No es bajo la dirección de sectores políticos de la pequeña-burguesía, o de la mediana burguesía, sino bajo la dirección del proletariado como clase políticamente organizada, que la revolución democrático-burguesa deviene en revolución democrática y socialista. Y este pasaje es justamente el elemento central de la nueva hegemonía, del bloque histórico de los oprimidos y excluidos.
Por otra parte, Mariátegui señala que en América el socialismo no
puede ser “calco y copia” sino la “creación heroica” del “socialismo
indoamericano”, y afirma que “la revolución latinoamericana será
nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial.”
Aquí hay que remontarse a las influencias heterodoxas de Mariátegui
en su tránsito por la Italia de los años 20, pues la tradición marxista
italiana se hizo luchando contra el positivismo primero (Aquiles Loria),
y después contra los intentos de absorber al marxismo en un nuevo idealismo
(Croce). Sus principales exponentes son Antonio Labriola (quien calificaba
a Herbert Spencer de “cretino”) y Antonio Gramsci.
No hay
posibilidad alguna de conciliar la dialéctica revolucionaria con el
neopositivismo, de separar el elemento objetivo del subjetivo, separar
la comprensión de causas y condiciones necesarias del devenir histórico,
con su interpenetración con elementos de voluntad y libertad. La dialéctica
de las condiciones objetivas y subjetivas, no se reduce a los esquemas
maniqueos ni del fatalismo, ni del voluntarismo.
A Labriola
se le debe la caracterización del marxismo como “filosofía de la
praxis”, categoría utilizada ampliamente por Gramsci en sus Cuadernos
de la Cárcel. Pero también Mariátegui recibe la influencia de la
revisión crítica de Croce y de Sorel, y es patente su importancia
en la significación de este último en la valoración del mito revolucionario.
De este modo, Mariátegui es parte de una generación que percibe los
acontecimientos de la Revolución Rusa como una afirmación de la iniciativa
de la voluntad revolucionaria contra el determinismo mecánico, fatalista
y reduccionista, tanto de la socialdemocracia, como de las fluctuaciones
bipolares del estalinismo.
En pocas
palabras, para Mariátegui cualquier actitud de pasividad política,
de entrega de la iniciativa estratégica a las fuerzas adversarias,
era justificada ideológicamente por la socialdemocracia o el estalinismo
por argumentos fatalistas o positivistas de estabilización del capitalismo.
Mariátegui dirá: “La bancarrota del positivismo y del cientificismo, como filosofía, no comprometen absolutamente la posición del marxismo. La teoría y la política de Marx se cimentan invariablemente en la ciencia, no en el cientificismo”.
Para Mariátegui, el marxismo es un método de interpretación histórico-crítico
de carácter científico, no porque recurra a los métodos de las ciencias
exactas y naturales (posición igualmente sostenida en el historicismo
de Gramsci), ni porque constituya un cúmulo de verdades universales
(ciencia de ese tipo no existe en ningún campo) sino porque se basa
en un análisis crítico de las contradicciones históricas de la sociedad
capitalista.
Esa “objetividad
histórica” tiene un carácter social, es decir, vista desde una perspectiva
histórica a través de la crítica marxista de la alienación y el
fetichismo, pues la “objetividad” es una creación humana, intersubjetiva,
histórica y como tal, transitoria y modificable por la propia acción
de las clases y los grupos sociales.
Más
que la espera mecánica del despliegue de las fuerzas productivas, el
asunto clave es la transformación de las relaciones de producción,
de las estructuras sociales y sus formaciones de poder. En este sentido
podemos inferir que el carácter del marxismo como teoria es inseparable
de su historicidad, y si se quiere aún de su “historicismo radical”
como “teoría crítica del capitalismo”, pues Marx se esforzó por
mostrar cómo de las propias contradicciones históricas del capitalismo
surgían los elementos, tendencias y fuerzas que prefiguraban la sociedad
futura.
Esta
mirada renovada de la teoría marxista desde una perspectiva anti-positivista
e “historicista”, reivindica la centralidad de la praxis colectiva
a la vez que no identifica infantilmente “ciencia” y “positivismo”.
Se trata entonces del “marxismo de la praxis”, condicionada históricamente,
lo cual significa praxis parcialmente limitada por el pasado y por las
premisas materiales. En este sentido las ciencias sociales e históricas
críticas, inspiradas sin duda en la revolución teórico inconclusa
de Marx, están guiadas por intereses liberadores, por necesidades radicales,
y es allí donde se diferencian de las ciencias sociales funcionales
a los sistemas de dominación y desigualdad del capitalismo, pues estos
conocimientos y saberes disponibles constituyen herramientas útiles
solo a la reproducción político-cultural del metabolismo del Capital.
Ahora bien, todos estos aportes de Mariátegui no se consideran por simple aspiración a una falaz erudición inútil, sino para abordar correlativamente su propuesta política para articular la alianza amplia de clases, capas y sectores en un proceso de liberación: la táctica del frente único.
III.- LA IMPORTANCIA POLÍTICA-TÁCTICA DEL FRENTE ÚNICO:
Pero hay una dimensión del planteamiento de Mariátegui que es preciso
analizar en el contexto de una coyuntura histórica donde se presenta
una contra-ofensivas imperiales-oligárquica de carácter reaccionario,
que pretenden contener, detener y socavar la activación política de
las fuerzas nacional-populares en Nuestra América.
El tema
es la construcción de una hegemonía democrática, lo cual supone amplitud
democrática, para la transición al socialismo. En función de la unidad
de las fuerzas sociales y políticas revolucionarias, y ante la posibilidad
de la agresión reaccionaria, oligárquico-restauradora o imperialista,
Mariátegui propone la táctica amplia del Frente único para salir
de la estrechez de debates son eficacia política.
Retomando
las palabras de Carlos Marx: "Proletarios de todos los países,
uníos", para Mariátegui es importante que caigan todas las barreras
que diferencian o separan en varios grupos, tendencias, corrientes en
la construcción de la vanguardia proletaria o socialista.
El apoyo
mayoritario a la alternativa socialista implica una amplia base social
de apoyo al igual que una dirección democrática, socialista y revolucionaria,
en principio. Mariátegui habla de una dirección proletaria con conciencia
proletaria.
Sin embargo,
en la actualidad, muchos dogmas sobre el socialismo real han sido derrumbados
no solo teóricamente sino por los hechos históricos. Si se trata de
verdades objetivas y razonadas, es obvio que en 1989 ocurrió el colapso
del antigua URSS, y del campo socialista hegemonizado por esta dirección
burocrática.
Así
mismo, se requiere de la construcción de nuevos referentes de socialismo,
de nuevas orientaciones teóricas, prácticas y de política gubernamental.
La izquierda aspira para su viabilidad histórica de una profunda renovación
de sus fundamentos teóricos y de su legitimidad práctica. Si las experiencias
de innovación en las izquierdas de Nuestra América son palpables,
hay que aprovecharlas en su riqueza y diversidad. No es conveniente
encerrarse en dogmas, ni considerar solo una singular experiencia de
prácticas, política y gobierno de izquierda como la única y verdadera
"revolución socialista". No son convenientes los calcos y
copias, sino las apropiaciones creativas y críticas.
De la
propuesta del Frente único de Mariátegui a la experiencia del Frente
Amplio en Uruguay hay un sinnúmero de valiosos aprendizajes. Socialistas,
Comunistas y libertarios de todos los matices, constituyen una sola
fuerza que marcha hacia la conquista del Socialismo, esta es la lección
esencial del Frente Único Proletario de Mariátegui.
En palabras
actuales, los elementos progresistas, radical-democráticos, libertarios,
socialistas, comunistas, ecologistas y descolonizadores deben actuar
conjuntamente en la construcción de un Frente Amplio para la construcción
del Socialismo democrático, revolucionario, participativo, apoyándose
en la movilización de una multitud nacional-popular constituyente.
En las
actuales circunstancias, no se puede abandonar la fuerza convocante
del proceso popular constituyente en un proceso revolucionario sin someterlo
a la parálisis burocrática, sin encuadrarlo en estados de dominación,
que terminan confundiendo la lógica de la revolución socialista con
la lógica de la gobernabilidad burguesa.
Mas allá
de reducirse a la defensa de un gobierno de izquierda o nacionalista
radical, para Mariátegui lo importante era trascender particularismos
en la construcción de la unidad revolucionaria de la multitud proletaria.
Pues en los aportes de Mariátegui, la construcción de una mayoría
política pasaba por suscitar conciencia de clase y sentimiento de clase;
es decir, suscitar la conciencia de la liberación en la mayoría social.
Para
Mariátegui, esta faena pertenece por igual a socialistas y sindicalistas,
a comunistas y libertarios. Es decir, pertenece a todas las corrientes
y tendencias que debían confluir en la construcción de un programa
de acción común para la coyuntura. En otras palabras, todas las corrientes,
tendencias, matices y organizaciones políticas con ideario socialista
deben actuar conjuntamente en la constitución de un frente único revolucionario,
y por tratarse de un frente único se plantean mínimos comunes, no
máximos divergentes.
Estos
mínimos comunes son los propósitos comunes inmediatos, las aspiraciones
y las conquistas para una fase o momento del proceso popular constituyente.
Esto supone acuerdos sobre las demandas y consignas, analizando, sin
abdicar en la crítica en profundidad del presente, las posibilidades
históricas objetivas de acuerdo al análisis de las correlaciones de
fuerzas en distintos ámbitos. Esto supone una apreciación conjunta
de las ventajas, oportunidades y fortalezas del “adversario común”.
Pues
se construye un Frente amplio contra un adversario común, y por una
alternativa histórica compartida de objetivos inmediatos y mediatos.
En Venezuela, hasta ahora, ni las organizaciones políticas del campo
bolivariano, con peso o sin peso electoral, se han sentado con seriedad,
rigor y responsabilidad a construir mínimos comunes ni sobre la coyuntura
inmediata ni sobre los contenidos y caminos del Socialismo. Tampoco
lo han hecho los movimientos sociales y populares, ni ambos en conjunto.
Esta debilidad será obviamente aprovechada por los planes del Imperio.
Este
tipo de debilidad “orgánica” de las fuerzas socialistas fue analizada
en su momento, particularidad y circunstancia por Mariátegui. Éste
plantea el tema de “unidad de la diversidad”, pues el frente único
no anula la personalidad, no anula la filiación de ninguno de los que
lo componen. “No significa la confusión ni la amalgama de todas las
doctrinas en una doctrina única. Es una acción contingente, concreta,
práctica para un fin histórico específico”.
No se
trata de preconizar el “confusionismo ideológico”, pues dentro
del frente único cada cual debe conservar su propia filiación y su
propio ideario. Como dice Mariátegui: “Cada cual debe trabajar por
su propio credo. Pero todos deben sentirse unidos por la solidaridad
de clase, vinculados por la lucha contra el adversario común, ligados
por la misma voluntad revolucionaria, y la misma pasión renovadora.
Formar
un frente único es tener una actitud solidaria ante un problema concreto,
ante una necesidad urgente. No es renunciar a la doctrina que cada uno
sirve ni a la posición que cada uno ocupa en la vanguardia, la variedad
de tendencias y la diversidad de matices ideológicos es inevitable
en esa inmensa legión humana que se llama el proletariado. La existencia
de tendencias y grupos definidos y precisos no es un mal; es por el
contrario la señal de un periodo avanzado del proceso revolucionario.
Lo que importa es que esos grupos y esas tendencias sepan entenderse
ante la realidad concreta del día.
Mariategui
concluye: Que no se esterilicen bizantinamente en ex confesiones y excomuniones
reciprocas (en esto consiste el sectarismo). Dice Mariátegui: “Que
no alejen a las masas de la revolución con el espectáculo de las querellas
dogmáticas de sus predicadores. Que no empleen sus armas ni dilapiden
su tiempo en herirse unos a otros, sino en combatir el orden social
sus instituciones, sus injusticias y sus crímenes.”
Además
continua: “Los espíritus nobles, elevados y sinceros de la revolución,
perciben y respetan, así, por encima de toda barrera teórica, la solidaridad
histórica de sus esfuerzos y de sus obras. Pertenece a los espíritus
mezquinos, sin horizontes y sin alas, a las mentalidades dogmáticas
que quieren petrificar e inmovilizar la vida en una fórmula rígida,
el privilegio de la incomprensión y del egotismo sectarios.”
Pero
Mariátegui reconoce que el Frente único es una construcción política,
que depende de la voluntad, de las decisiones y de un anhelo evidente
del proletariado, de las clases populares y subalternas, de la multitud
nacional-popular. En esto consiste “cerrar filas desde abajo y por
abajo”.
Por tanto,
los debates programáticos, no tienen por qué perderse en divagaciones
teoréticas. No se trata de extraviarse en estériles debates principistas,
pues se trata de la unidad de la multitud popular en un programa de
acción para la coyuntura. Como ha planteado con extrema claridad Mariátegui:
“los que provoquen escisiones y disidencias, en el nombre de principios
abstractos, sin aportar nada al estudio y a la solución de estos problemas
concretos, traicionan consciente o inconscientemente la causa proletaria”.
De allí,
la importancia del Frente Amplio, Social y Político para avanzar en
la transición al socialismo. Más allá de las diferencias, de
los matices de clase y de doctrina, hay que amalgamar a todas aquellas
fuerzas que se reclaman de ideas socialistas, democráticas, descolonizadoras
y revolucionarias.
El Frente
Amplio es una articulación social y política bajo un programa de acción
inmediata, ya sean la defensa de las conquistas de la revolución, para
conjurar la agresión imperial, o para avanzar con rectificaciones profundas
y con ritmos compartidos en las tareas de la construcción del socialismo.
Unidad
bajo un programa mínimo común para la coyuntura. ¿Será posible?
Pues sin Democracia Socialista, el tiempo histórico favorece a la Barbarie.