“Se trata de entender la autoridad como un servicio, pues el poder absoluto corrompe (y desenmascara) en la medida que niega la dimensión ética; el poder democrático, por el contrario edifica, porque al integrar la humanización, lo convierte en factor de servicio y de participación”.
Carlos Núñez.
La desacralización de esa “Política” con “P” grandota, ha sido sin duda uno de los grandes méritos de Chávez, una de las lecciones más sustantivas de nuestro pedagogo crítico. La apropiación y aplicación de la política por parte de nosotros, el pueblo, es lo que nos ha permitido (no desde la abstracción teórica sino desde la praxis) derrumbar la tesis del fin del la historia (Fukuyama), que nos vendió la idea de que el capitalismo representaría el único fondo sobre el que se edificarían nuestros marcos económicos, políticos, sociales y culturales. El rescate y empoderamiento de una identidad profundamente arraigada en nuestra historia indoafroamericana, de la mano con múltiples carencias y demandas políticas, económicas y culturales de la gente, han servido de elementos motorizadores para una real necesidad de participación popular. Sin embargo, hemos sentido como, aunque nos sabe a chinche cualquier tipo de representación snobista (exquisita, virtuosa, elitista), la verdadera autodeterminación del pueblo venezolano ha sido truncada por un aparato burgués que se encarga de convertir en un asunto administrativo y formal las pulsiones libertarias de una multitud que exige incidencia y dirección en la planificación y toma de decisiones de políticas públicas, inversión social, producción de imaginarios, cultura, entre otros.
La representación como autóritas, como relación entre el poder e impoder, entre el que es capaz y el que no, ha sido realmente la herencia (intravenosa) que nuestro funcionario público ha recibido de la insolencia cuarta republicana. La arrogancia que da un cambur (puesto), una alianza política, un cuadro, embiste contra la espontaneidad de la organización social de base, fracturando así el proyecto revolucionario de la municipalización del poder, de la desconcentración de la gestión política, lo que llamamos “el poder constituyente”.
Transformar las estructuras de poder que se han mantenido desde el puntofijismo, implica cuestionarlas, pero no como un mero ejercicio posmoderno, sino como preludio de una construcción que parta de diagnosticar y sistematizar como se ha configurado el poder público en nuestro país, como se ha distribuido el mismo, y más aún, que cambios sustanciales han habido en estos 11 años de transformación institucional en cuanto al traspaso del poder (de gestión, decisión, de cambio) al pueblo.
Nuestros representantes deben remover escombros y malezas del camino para permitir nuestra liberación, no que nos prescriban, sino que nos acompañen en nuestra concepción de la revolución: ejercicio del poder del pueblo, Chávez nos da las herramientas, es derecho y deber del pueblo activarlas.
En el seno de nuestro proceso de tan anhelada transformación radical, vemos como la proliferación de la figura del “operador político” (que sale de una reunión pa’ meterse en otra), parece perder el discernimiento racional entre los medios y los fines a alcanzar; allí, el operador se arma de lo que Baudrillard llama “valor de signo”: cantidad de números telefónicos en su teléfono en celular, camisas insurgentes, cantidad de gente que saluda y reuniones “estratégicas” a las que asiste, le dan un estatus, le dan dominio, le dan poder. Justo en ese momento, esos medios se convierten para ellos en los fines; la visión y el espíritu de cambio se va disolviendo, la perspectiva analítica se borra, el operador político se convierte así es un técnico del saber práctico (Sartre), el o la compañera se encierra en una esfera agotadora pero llena de méritos (en la mayoría de los casos cargos públicos), allí, la petulancia comienza a separar a ese o esa trabajadora de la revolución del ideario colectivo, el o la compañera comienza enlodarse con capas oportunismo.
Ya el presidente Chávez nos dio una tremenda herramienta con la promulgación de la ley del consejo federal de gobierno, y al respecto señaló que la misma es:
“La transferencia de poder al pueblo, a las organizaciones comunitarias, al poder popular; y tiene que servir para demoler los perversos restos viejos y amenazas nuevas del burocratismo”.
Compañeros representantes del pueblo, ustedes también son pueblo, el Estado Comunal no es un recurso retórico, no es un proyecto: ¡ES EL PROYECTO!, y sólo en un profundo y sincero ejercicio de desdoblamiento de lo individual en lo social (sin que lo social niegue a lo individual, todo lo contrario, lo integra), lograremos realmente direccionarnos en lo que el maestro Paulo Freire llamó “lo inédito viable”, lo que no es, pero que puede llegar a ser.
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