Lo hemos visto en la televisión, en los medios privados, como TV Chile y Globovisión. La tragedia del terremoto se fue transformando en la tragedia de los saqueos. Un narrador de Globovisión, Pedro Luís Flores, se pregunta cuál evento es peor: el terremoto o los saqueos. Lo mismo dicen, consternados, los narradores de noticias de TV Chile. La Presidenta Bachelet viaja a Concepción y lo más resaltante, para los medios de comunicación, es su visita a un gimnasio lleno de electrodomésticos recuperados. Su sucesor, Sebastián Piñera, señala que la meta es reconstruir un mejor país: “No solamente reconstruir mejor nuestros puertos, nuestro edificios, nuestros hospitales y nuestras escuelas, sino también reconstruir el alma de nuestro país” Sólo falta, en este coro celestial de angustias, la Conferencia Episcopal chilena, con sus pares, de nuestros queridos Monseñores Santana, Urosa, Lückert y el simpático Baltazar Porras para que clamen al cielo, su dolor, por tan lamentable sismo espiritual.
El “alma que hay que reconstruir mejor” es porque algunos pocos chilenos se han robado algunos pocos electrodomésticos durante los saqueos, al igual que muchos chilenos han robado mucha leche en polvo, agua y comida. Han olvidado que uno de los pecados capitales es: ¡No robarás! De allí surge la conclusión de Piñera: ¡Hay que reconstruir el alma de los chilenos! El colofón de todo este terremoto espiritual: la bendita y sagrada propiedad privada que sufrió una pequeña sacudida. No importa si se trata de un televisor o de un pote de leche. Da lo mismo. ¡Propiedad privada es propiedad privada!
León Tolstoi, famoso escritor ruso, escribió un cuento en el cual un caballo no logra entender a los seres humanos, en su afán desmedido por la propiedad privada. Es el caballo, el que habla: “la posibilidad de hacer algo o no hacerlo, es entre ellos, entre los hombres, menos apreciada que la de hablar de diversos objetos, con las palabras, por ellos, convenidas. Las palabras que juzgan importantísimas son éstas: MÍO, MI. Las aplican a diversos objetos, a diversos seres, a diversas cosas, aún a la tierra, a los hombres, a los caballos. Pactaron que, relativamente a una cosa determinada, sólo un hombre diga “MÍA”. Y el hombre que según el juego entre los hombres convenido, dijese “MÍAS” con referencia a un mayor número de cosas, este tal será reputado el más dichoso”. Sigue el caballo reflexionando: “la idea “MI” tiene por única base el instinto bajo y grosero que los hombres llaman SENTIMIENTO o DERECHO DE PROPIEDAD…Hombres hay que llaman MÍA” a una tierra, y no anduvieron jamás por ella, ni la recorrieron con los ojos. Hombres hay que llaman ¨”MÍOS” a otros hombres, y no vieron jamás a estos hombres; y si alguna relación mantienen con ellos, es únicamente con el fin de dañarles”. Finalmente, concluye: “Y los hombres aspiran a la vida no para llevar a cabo lo que les parece bueno, sino para llamar “SUYO” al mayor número posible de cosas”.
La otra conclusión es obvia: más sabiduría tiene el caballo que el ser humano. Son cosas del capitalismo, Sancho…
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