Más de 100 jóvenes paramilitares colombianos, fueron detenidos en una hacienda en los alrededores de Caracas. El propósito de quienes comandaban el grupo era asesinar al presidente de Venezuela.
Muy poco tiempo después, por la juventud y origen social de aquellos mercenarios, se les indultó. Muchos fueron entregados directamente a familiares, otros se les puso en la frontera. Venezolanos de quienes respaldan al presidente a éste censuraron por excesiva generosidad, “ingenuidad” y hasta subestimación de aquello. No obstante, por la idiosincrasia nacional, terminaron asimilando el gesto.
La canción de Alí Primera, “La Guerra del Petróleo”, que dice, “soldado (colombiano o venezolano) suelta el fusil, tómalo oligarca”, recoge el sentimiento popular venezolano frente al histórico y calculado estado de animadversión que han intentado propalar las clases dominantes de los dos países.
Si algo ha rechazado y abusado la clase adinerada en contubernio con quienes antes gobernaban en Venezuela, es al humilde colombiano. Era habitual en la frontera y en algunas ciudades venezolanas, aprovecharse del indocumentado colombiano para explotarle y someterle casi a un estado de secuestro. A eso le puso fin este gobierno; que otorgó a colombianos en Venezuela, traídos bajo engaño o desplazados por diversos motivos, los documentos correspondientes. Les prestó ayuda legal y respaldo oficial por sus derechos. Es decir, dejaron de ser perseguidos y chantajeables.
En los primeros años de esa guerra interminable que se desarrolla en Colombia, derivada de la exclusión y la injusticia, al oriente venezolano, no habían llegado colombianos. Escuchábamos hablar de ellos a través de la prensa sensacionalista, manejada por la derecha y la oligarquía venezolanas, que les mencionaban usualmente de manera peyorativa. Ante cualquier delito, destacaban la presencia de quienes tuviesen aquella nacionalidad. Tanto que a los jóvenes nos formaron una deforme idea del vecino; sobre todo de los de origen popular, que eran quienes a Venezuela venían en solicitud de refugio. Del mismo modo, de aquel lado, la misma gente, hizo que al venezolano le llamasen “venoco”, que es una mal disimulada forma de recordarnos la madre, aparte de expresión vulgar y despreciativa.
Para las clases dominantes de este país y la mohosa oligarquía colombiana, era un asunto de primer orden crear rechazo mutuo entre ambos pueblos. Estaba en la esencia de sus intereses estratégicos; dividirnos era su divisa.
Pero Venezuela terminó llenándose de colombianos. Tanto que usted puede encontrarles en los espacios más alejados de la frontera común. Hasta en Guiria o Macuro, en el lado oriental del Estado Sucre, casi en la frontera con Trinidad, hoy se les encuentra. Tuvieron que venirse por varios motivos. Es más fácil para ellos encontrar los medios de subsistencia y seguridad en este país que en Colombia; siempre ha sido así.
La guerra y especialmente los paramilitares han arremetido contra la población humilde de Colombia, para arrebatarles sus tierras y desatar bajas pasiones. El número de desplazados hacia Venezuela es el más alto del mundo. Sumados a quienes por años se han venido en busca de la vida, siguiendo a familiares que aquí se asentaron, han llegado a la impresionante cifra del 15 por ciento de la población actual del país. ¿Cómo se puede pensar entonces que aquí corren peligro? Además de infamante es absurdo. ¿Cómo odiar a quienes en gran número son nacionales por nacimiento, nacionalización o son familiares de estos y gozan de derechos humanos?
Los hijos de colombianos indocumentados pudieron y pueden en este país, estudiar mientras hacen los trámites que les permitan obtener el título en la escuela media para luego seguir estudios universitarios. Intentaron evitarlo siendo Ramón Escobar Salón, Ministro de Relaciones Interiores, en la época de la IV república. Aquel procedimiento se paró cuando Chávez llegó a Miraflores. El colombiano aquí no tiene esos problemas, porque para nuestro gobierno decir que es un hermano, va más allá del discurso.
Los colombianos están más seguros de este lado que de aquel; de no ser así, ¿cómo explicarse el problema que representan los desplazados, fenómeno que mortifica al mundo? La Organización de Naciones Unidas, tiene una comisión dedicada exclusivamente a ese asunto. También cabe preguntarse ¿si el gobierno y el poder económico colombianos garantizan a sus nacionales seguridad y respeto, por qué estos salen de su país en cantidades tan alarmantes?
Los gobernantes de Colombia, que poco interesados están por la dignidad de su pueblo al otorgarle derechos injustificados al militarismo gringo, como inmunidad e impunidad absolutas, se valen de unos incidentes comunes, que deberían ser manejados con discreción por los medios indicados para ello y unas provocaciones de origen nada extrañas, como las que dieron origen a detenciones bajo sospecha de espionaje, para desatar campañas de xenofobia, con fines divisionistas y electorales.
El uribismo no las tiene todas consigo. Los problemas de las bases militares gringas y la cesesión de soberanía no acaban de ser entendidos por los ciudadanos. Parecieran haberle dado una razón más a la guerrilla para reimpulsar su lucha. La derrota sufrida en las instancias correspondientes, que impidió presentar de nuevo la candidatura de Uribe y manifestaciones que indican que su candidato, Juan Manuel Santos, pareciera descender en lo electoral, les están incitando a arreciar ataques contra Chávez y el proyecto bolivariano.
Desatar odio contra Venezuela y venezolanos, podría ser una manera de intentar voltear la tendencia y crear condiciones para justificar una acción que jamás ambos pueblos convalidarían.
Como cosa curiosa y hasta de chanza, como se dice en el lenguaje coloquial venezolano, la derecha venezolana y su prensa, también se prestan para el juego.
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