En Colombia, además de las cientos de miles de muertes que arroja la violencia sin control que azota a ese hermano país desde hace décadas, una vida en particular corre hoy peligro.
Aún cuando en nuestra región el asesinato político pareciera una abominación ya superada, el fantasma del exterminio por encargo, ampliamente conocido como "sicariato" (esa aborrecible industria de origen colombiano), no sólo acecha, sino que pareciera cobrar auge ante la expresa indiferencia o complicidad del actual gobierno neogranadino.
Las condiciones que en el pasado determinaron la abrupta muerte de algunos de los líderes populares con mayor perspectiva en nuestro continente, de manera paradójica tuvieron siempre como factor común su reclamo por un modelo social, económico y político más justo y equitativo para nuestras naciones.
Hace ya más de dos décadas, al final de una campaña electoral signada por el carácter progresista de su propuesta de gobierno, el colombiano Luis Carlos Galán, virtual ganador de las elecciones presidenciales para aquel entonces, era abatido al terminar un discurso, por un brutal atentado que acabó con su vida en la cundinamarqueña población de Soacha.
Sin llegar a ser tan siquiera un abierto antagonista frente a los intereses de la rancia oligarquía de ese país, el líder liberal significaba sin embargo por sus avanzadas ideas sociales un peligro para el férreo control que ese poderoso sector ha tenido por más de dos siglos sobre las riquezas y el manejo económico de esa nación. Exactamente las mismas ideas que ya habían costado la vida, a finales de los años cuarenta, a Jorge Eliécer Gaitán, cuyo asesinato por encargo marcó el inicio de la larga y cruenta era de violencia en Colombia que todavía, lamentablemente, pareciera no tener fin.
Varios años después del asesinato de Galán, también en un atentado a un virtual ganador de las elecciones presidenciales, pero esta vez en México, a mediados de la década de los noventa, caía abaleado entre sus seguidores el líder del Partido Revolucionario Institucional (PRI) Luis Donaldo Colosio, cuyo discurso esperanzador contra la injusticia y las profundas diferencias sociales en su país le acarrearon a ese partido una fractura que terminó ocasionándole a la larga la salida del poder a esa organización política. Un atentado a todas luces orientado a asegurar el control del poder a quienes lo detentaban desde hacía ya más de cinco décadas y que fuese completado con el asesinato, apenas meses después, de Francisco Ruiz Massieu, Secretario General del partido y cuñado del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, señalado desde entonces como autor intelectual de aquellas dos muertes.
Una similitud tal, que refleja claramente la convicción (y la torpeza) de una derecha atrabiliaria negada tercamente a reconocer el curso de la historia como hecho inexorable.
Los recurrentes intentos de magnicidio contra el presidente Chávez, varios de ellos de comprobada factura colombiana, así como muchos otros que a lo largo del tiempo se han descubierto y comprobado por diversas investigaciones realizadas, como el del fiscal Danilo Anderson en Caracas, dejan claro que el recurso del asesinato político por encargo sigue siendo la loca aventura a la que apela la irracionalidad de algunos sectores que se niegan, como siempre, a aceptar su condición cada vez más reducida en la sociedad, así como el avance de las ideas progresistas en nuestra región.
Ahora preocupa la suerte del líder popular colombiano Antanas Mockus, quien con su extraordinaria capacidad comunicacional ha concitado el favoritismo en una campaña electoral por la presidencia de ese país, en la cual se consideraba hasta hace apenas unos días como virtual e indiscutible triunfador al inefable Juan Manuel Santos, exministro de Defensa de ese país, autor confeso del atroz bombardeo perpetrado contra la nación ecuatoriana hace apenas dos años, cabal exponente del pensamiento ultraderechista de Colombia, fiel seguidor de la política entreguista y belicista del actual mandatario, Alvaro Uribe Vélez, y seguro y leal guardián de las pretensiones del imperio en el continente.
Acentuadas con el riesgo que para ellos sería poner en manos no afectas el enorme gasto que representa para la golpeada economía norteamericana la costosa presencia militar en Colombia, así como por el avance incontenible de las ideas progresistas en el ámbito suramericano (y de la amenaza que ello representaría para los supuestos "intereses" de Estados Unidos en la región), las condiciones que en el pasado motivaron a la derecha a ordenar asesinatos políticos son hoy infinitamente mayores.
Si en otro tiempo el sicariato fue para ellos necesario, hoy seguramente les resultará poco menos que indispensable.
Ojala que quienes de esa manera brutal y salvaje razonan, y pretendan resolver sus miserias tratando de sacar a Antanas Mockus del camino en forma violenta, comprendan que es éste un nuevo siglo y que ya el avance de los pueblos no se contiene con la siembra de un mártir.
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