Reflexión sobre resultado electoral en Colombia

Lo primero que debe comentarse, en relación con el finalizado proceso electoral en Colombia que de determinó la necesidad de una segunda vuelta para decidir quién será el próximo presidente colombiano, es que las encuestadoras estafaron a la dirigencia política pero no al pueblo. Creyeron, con su falsedad de opiniones, que se burlaban de la realidad, pero terminaron siendo burladas por la objetividad electoral. No reconocieron a la realidad, pero ésta sí las reconoció a ellas por toda su carga de fraude de criterios ficticios.

Las encuestadoras en Colombia se ganaron chorros de millones de pesos creyendo engañar ala opinión pública por la percepción de trajes, corbatas y sonrisas, pero no por la percepción de realidades objetivas que se producen independientes de las voluntades de las encuestadoras. Se limitaron a los pronósticos astrológicos por hechos muy concretos, porque no pudieron o no quisieron captar en el desarrollo de la campaña electoral y en la realidad colombiana los elementos distintos, las fuerzas y tendencias que pueden predominar en un instante o en otro. No tuvieron las encuestadoras ninguna fórmula seria y objetiva de orientación. Fueron, en definitiva, un fraude que les aportó mucho, pero mucho, dinero. Sin vaticinar con objetividad las tendencias del electorado, las encuestadoras vieron crecer sus arcas económicas. La mentira sigue siendo, en el capitalismo, una fórmula de contribuir al enriquecimiento de unos pocos sobre la pobreza de muchos sin el uso de las armas de la guerra pero sí con la deformación de las realidades con el arma de las palabras.

El resultado electoral demuestra, de verdad verdad, el estado de ánimo de las fuerzas sociales en Colombia. Eso es lo primero en objetividad de un análisis político que tenga el pronóstico como una orientación y no como dato histórico. Las variantes no fueron utilizadas para nada por las encuestadoras. La realidad mandó al carajo el academicismo estéril de las encuestadoras.

Además de un análisis de clase de la sociedad colombiana, de los diversos estamentos –por lo menos- de las dos fundamentales clases sociales colombianas, de los sueños de riqueza desenfrenados de sectores medios de la sociedad, del Estado colombiano, de la correlación de fuerzas sociales y políticas, no puede dejarse de lado, para determinar el estado de ánimo de una población, el prolongado y costoso conflicto político armado que vive Colombia. Todos los candidatos, en su campaña, destacaron esencialmente lo que iba a ser su posición política frente a la insurgencia –primero- y contra el narcotráfico –después-. Todos, con palabras más o palabras menos, anunciaron la continuidad de la guerra o el rendimiento con desarme y desmovilización de la insurgencia y cero diálogos en medio de la confrontación. Y la guerra, aprendido de los franceses, requiere de métodos de guerra. Y hasta ahora, en Colombia, el presidente más perseverante en buscar una solución realmente violenta al conflicto político armado ha sido, sin duda alguna, el presidente Uribe. Si a éste se le hubiese permitido una tercera reelección presidencial, seguro de segurísimo, no hubiera sido necesario una segunda vuelta. Hubiese obtenido más del 60% de los votos. Y para saber eso no se requería de falsos pronósticos astrológicos de las encuestadoras. Su candidato tiene nombre y apellido: Juan Manuel Santos, un alto miembro de la oligarquía colombiana. Esto lo saben hasta los gamines en Colombia que, por cierto, sirven de objetivo para que sicarios y paramilitares ganen puntería en prácticas de tiro.

Juan Manuel Santos, político de muchas expresiones tercas o aparentemente contraproducentes o contradictorias en política, es el único de todos los que fueron candidatos que posee cualidades ya hechas y maduras en dirigir violencia contra la insurgencia colombiana Es un dirigente oligárquico de la guerra que, hasta ahora, se ha ganado el “mérito” de ser el mejor alumno político del maestro Alvaro Uribe Vélez y éste, sin duda, será su mejor consejero político.

De todos los candidatos, fue Rafael Pardo el único que señaló en la campaña electoral, más o menos con objetividad, que las encuestadoras falsifican la realidad, alteraban resultados y desviaban la intención del voto de manera ficticia. El resultado de la elección, vino a confirmar esa verdad. El empate técnico, Tan publicitado y tan mediatizado por las encuestadoras en conchupancia con importantes medios de comunicación privados, entre Santos y Mockus fue una estrategia consciente para arrastrar a los votantes a que se olvidaran del resto de candidatos y se concentraran en los dos antes nombrados buscando que el primero ganase en la primera vuelta con el suficiente porcentaje para que no hubiese segunda vuelta. Esa verdad, no podían decírsela al pueblo colombiano que, en su mayoría desea –por cualquier vía- una solución al conflicto armado que padece el país siempre y cuando, no tenga orientación o significado de revolución socialista, por lo menos, en este momento de la historia colombiana.

Echemos una mirada a los resultados del proceso electoral: Juan Manuel Santos, el candidato más comprometido con la violencia social, obtuvo el 46,6% de los votos que hicieron uso de su derecho o deber a votar (unos 6.758.539 votos). Sólo le faltó un 3,4% y un voto para ganar en la primera vuelta. Mockus, el del supuesto empate técnico con Santos, obtuvo un 21,5% (unos 3.120.716 votos). Quedó a 25,1% detrás de Santos. Aseguró el placé en la carrera a 3.637.716 cuerpos de distancia del ganador. Esos datos demuestran que todos los análisis preelectoral de la mayoría de los analistas políticos y de las encuestadoras fueron un producto mental de orinar fuera del perol, y éste es la realidad y no la mentira.

Ahora, fijemos bien los sentidos en lo siguiente: las encuestadoras y los analistas políticos colocaban entre los últimos puestos de la carrera electoral a Petro (con un 6%) y a Vargas (con un poquito menos del 6%). El primero obtuvo un 9,6% (1.329.512 votos) mientras que el segundo logró un 14,8% (1.471.377 votos).Las encuestadoras y los analistas políticos daban a Sanín y a Pardo por encima de los dos anteriores. ¿Cuál fue la verdad?: la primera con un 6,1% no llegó a los 900 mil votos y el segundo con el 4,1% no alcanzó los 700 mil votos. Eso quiere decir que el partido conservador y el partido liberal, como los más tradicionales de la sociedad colombiana, apenas obtuvieron, sumado entre los dos, un 10,2% del porcentaje que hizo uso del votó. Como partidos no están muertos, pero sí en terapia intensiva. Lo que sería un gravísimo error, de un análisis político de la realidad ideológica colombiana, es creer que el conservadurismo y el liberalismo ya no tienen vigencia en la política colombiana, porque la votación obtenida por Santos (46,6%) es mucho más conservadora que la obtenida por Sanín (6,1%) De la misma manera la votación obtenida por Mockus (21,5%) sigue teniendo carácter del liberalismo colombiano como la obtenida por Pardo (4,1%)

Pero existen dos elementos dignos de analizar para trazarse políticas en Colombia. Vargas con su 14,8% es el único que puede ser considerado como fenómeno político, porque se enfrentó a dos maquinarias superpoderosas (Santos y Mockus) en una situación de extrema desventaja y arrastró tras de sí casi el millón quinientos mil votos. Sin embargo, Vargas siempre ha sido un allegado al uribismo y su votación es, en su mayoría, gente que simpatiza con el presidente Uribe más no así con Santos. La mayoría de sus votos, aun cuando de libertad de decidir por quién votar a sus partidarios, irán a engrosar el listado de los que sufragarán por Santos en la segunda vuelta. Habrá diálogos, ofrecimientos y reacomodos que por razones tácticas de la política de derecha serán bien vistas y de alta consideración por Vargas y sus más allegados en la cúpula de Cambio Radical.

Quien sí no fue ningún fenómeno, contrariando a los analistas políticos colombianos que fueron entrevistados en los grandes medios de comunicación colombianos y lo señalaron como tal, es Petro. Está demostrado que éste no fue el mejor candidato de la izquierda tradicional que hace vida política legal en Colombia. Petro, frente a Santos que no tiene el arrastre y la influencia de Uribe en la sociedad colombiana, obtuvo, como dijimos antes, el 9,1% (1.329.512 votos) de unos 16 millones de personas que concurrieron a las urnas electorales. Carlos Gaviria, el anterior candidato de la izquierda frente a Uribe que se conocía ganaría fácilmente en la primera vuelta en 2006, obtuvo más de 2 millones 600 mil votos, es decir, que Petro hizo que el 50% de los votantes por la izquierda se abstuviera de participar en la elección presidencial de 2010. Ese es un elemento estratégico o neurálgico de discusión, meditación, análisis, estudio y reflexión política para, por lo menos, el Polo Democrático.

Un candidato a la Presidencia de una nación expresa un determinado programa político, económico e ideológico, tanto a lo interno como lo externo. Santos: es vertical en la defensa y en la perseverancia para la continuidad del programa de gobierno del Presidente Uribe y eso le garantizó el 46,6% de los votos y le garantizará el triunfo en la segunda vuelta. La demagogia política de Santos, entre tantas cosas que promete y no podrá cumplir por mil razones realistas, es que, luego de asegurarse su triunfo en la primera vuelta, ha dicho públicamente que se hará abanderado de algunas de las propuestas de la izquierda representada por Petro. Mockus: no fue ni chicha ni limonada y lo confirma que para la segunda vuelta, luego de haber admirado elementos esencial de la política uribista, lanzó –sin estudio previo sino por oportunismo político- la consigna: “¡No más mafia en el poder!”. Mockus, que en su campaña dijo “nada con Petro”, ahora implora por los votos del Polo Democrático. Así son las cosas en política electoral.

Igualmente, creemos que un verdadero análisis del proceso electoral en Colombia debe contener, por lo menos, un distinguido y largo párrafo sobre el papel de la izquierda que representa la insurgencia armada en la sociedad colombiana. Nosotros, por profundo respeto y hasta admiración por la insurgencia colombiana, hemos decidido esperar, primero para luego opinar, el análisis que hagan y publiquen las FARC y el ELN (en conjunto o por separados) sobre la materia. Igualmente, se le debe dedicar un estudio muy objetivo a ese 49% de abstención que sigue siendo completamente indiferente al destino de su nación o de su pueblo. La resignación de un porcentaje tan elevado que no hizo uso del voto a que otro porcentaje –casi igual- decida por él, es un elemento que en política, a largo plazo, puede causar traumas y un costoso proceso de conflictos sociales. De todas formas, lo repetimos, seguimos creyendo que los procesos electorales miden, en primera instancia, el estado de ánimo de las clases, sectores, estamentos y organizaciones políticas o sociales que se desenvuelven en una sociedad. En Colombia, la abstención (14 millones de personas), haciendo una analogía y respetando la diferencia poblacional, es más elevado que el porcentaje que hace uso del voto en nuestro país (Venezuela).

Y no podemos, en este breve análisis de nuestra opinión sobre la elección presidencial en Colombia, pasar por alto dos elementos digno de estudio y de consideración. En la zona frontera considerada como la más tensa o caliente entre Venezuela y Colombia, es decir, la del Táchira con Norte de Santander, en este departamento el candidato del uribismo, Juan Manuel Santos, obtuvo más del 54% de los votos y desconocemos al momento de escribir nuestra opinión si obtuvo, igualmente, mayoría de votos de los colombianos y colombianas que viven en Venezuela, lo cual sería muy significativo para los estudios políticos inmigraciones. Ojalá que a nadie se le ocurra desvirtuar nuestra opinión y creer que estamos proponiendo violencia, persecución o expulsión de colombianos y colombianas que hacen vida en Venezuela pero están con la política del uribismo.

Y el otro elemento es denunciar el cinismo de las encuestadoras, luego de los resultados del proceso electoral que determinó una segunda vuelta, cuando ahora (para no reconocer sus mentiras o fraude, sus errores o pronósticos astrológicos adulterados –creemos- conscientemente) culpan de sus desatinos, demasiado alejados de la realidad, a las personas que en último momento cambiaron su intención del voto o que la ley en Colombia no les permitió decir la verdad verdadera en la última semana antes del día de la elección. Además de mentir y engañar a la población, creyendo ganar incautos para sus felonías, también se burlan de la opinión pública colombiana e internacional.

En fin: nosotros creemos que Santos ganará con facilidad la segunda vuelta, porque ya eso está decidido en los pasillos del Congreso de la república colombiana y de la casa de Nariño. Sobre esa realidad o verdad tendrá que enfrentarse o convivir el Estado venezolano, porque las masas que viven pegadas a las fronteras tienen sus propias normas de convivencia económico-sociales y hasta familiares. Ni Venezuela es una isla ni Colombia tampoco. Mientras no triunfe el socialismo en el mundo entero y se desarrolle poniéndole punto final, entre tantas cosas, a los límites fronterizos y transforme a los pueblos en humanidad, la clandestinidad de las masas en las fronteras seguirá burlando leyes para satisfacer sus necesidades primarias.



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El Pueblo Avanza (EPA)


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