En la historia está más que probado, que una Nación digna y orgullosa de su historia, siempre estará dispuesto a defender, por encima de cualquier circunstancia y sacrificios, su Dignidad Nacional, amenazada o violentada por algunos de sus propios integrantes y, especialmente, por el interés de una potencia extranjera, aún cuando quienes estén al frente de los Poderes del Estado hayan renunciando a cumplir con su sagrado deber de defenderla.
La defensa de una Nación violentada en su Dignidad y su Soberanía no es un asunto de números ni de leyes, sino un acto de conciencia de cada uno de sus integrantes, quienes hacen de la defensa de esa Dignidad Nacional y de Soberanía de la Nación, parte inseparable de su propia dignidad como persona, por lo que siempre habrá quienes estarán dispuesto a rebelarse contra todo acto que someta al escarnio moral la Nación a la cual pertenecen. Alvizú Campo y Lolita Lebrón, así lo proclamaron.
Una Nación sino es soberana, carece del atributo supremo de la Dignidad, por cuanto no es realmente Libre para determinar sus asuntos sin interferencias de potencias extranjeras; por lo que la lucha de los Naciones por la Soberanía, no solo se sustenta en el Derecho a la Autodeterminación, sino en la preservación de sus valores fundamentales que la sustentan y en el establecimiento del orden social y político que más la sea conveniente, sin obstrucciones indeseables de otros Estados.
El Sistema Capitalista en su etapa imperialista y globalizadora, es incompatible con el respeto a la dignidad de las Naciones y a su Soberanía, por cuanto su irrefrenable impulso de dominación y explotación, lo conduce a someter a los Estados a sus condiciones hegemónicas, que termina por herir la dignidad de las naciones y promover su rebelión contra tal opresión neocolonial, especialmente en estos tiempos en lo que el sistema Capitalista se encuentra sumergido en una profunda crisis sistémica que lo lleva descargar sobre los países de economía dependiente el costo de su propia crisis.
Durante siglo y medio, el imperialismo norteamericano, merced de su indignante Doctrina Monroe (“América para los americanos”), ha mancillado la dignidad de la mayoría de los pueblos del continente, robando su territorio como en el caso de México, Cuba y Puerto Rico, invadiéndolos e imponiendo gobiernos serviles como en Panamá, Haití, Nicaragua, Republica Dominicana y Grenada o, aplicando inaceptables condiciones económicas como a Venezuela, en el inicio de la industria petrolera, así como acuerdos militares que afectan la Dignidad de Naciones y lesionan seriamente sus Soberanías, como en los casos de Honduras, Colombia, Perú y Costa Rica, invadidas temporal o permanentemente por tropas norteamericanas, las cuales amenazan la paz y la seguridad en la región.
Las agresiones imperialistas a la dignidad de las Naciones de Nuestra América y la pérdida de la Soberanía política de algunos Estados, está directamente asociada a dos aspectos fundamentales de nuestra realidad histórica: el control del Estado y la sociedad por parte de grupos oligárquicos burgueses, que asumen la defensa de sus bastardos intereses a la subordinación total a las políticas del gobierno imperialista de los Estados Unidos y, a las debilidades económicas de algunos Estados Nacionales, que los hacen estructuralmente dependientes de las empresas transnacionales y de las políticas migratorias del gobierno de los Estados Unidos.
No debe haber duda que después de casi 200 años de alcanzar la independencia del genocida imperio español, los pueblos de Nuestra América tienen un patrimonio moral y político suficiente para seguir resistiendo la política de reconquista neocolonial que hoy desarrolla en nuestro continente el gobierno del Premio Nobel “de la Guerra”, Barack Obama, pero es esencial comprender que, solo la unidad de voluntades diversas de Nuestras Naciones, dirigidas hacia la generosa solidaridad, la cooperación para el desarrollo y la integración de nuestras economías, nos podrá dar la fortaleza suficiente para que las hermanas naciones empobrecidas y con gravísimos problemas sociales (marginalidad, violencia, drogadicción, delincuencia, etc), puedan deslastrarse del chantaje y la dominación imperialista, transitando el orgulloso camino de la afirmación de su Dignidad Nacional y su Soberanía. De lo demás, como siempre, se encargarán los propios pueblos.
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