Desde 1947 vienen siendo los palestinos víctimas de los perversos instintos del imperialismo y del sionismo. Lanzados al ostracismo, demasiada sangre, demasiado sudor y demasiadas lágrimas han derramado en sus múltiples y desiguales combates por la sobrevivencia, pensando que un día se produzca la vuelta completa para vivir en paz en su Tierra Santa. Ha sido un pueblo condenado por la casi total indiferencia del mundo a sus tragedias y sus dolores permanentes. Quienes en el mundo crean que ¡basta! con el verbo para santificar la solidaridad, terminan siendo presas devoradas por sus propias faltas de acciones. Demasiado dolor de pueblo tiene, incluso por simple rumor de lógica, que producir mucho odio de pueblo contra el Estado sionista como reacción. No es para menos.
Palestina es el único pueblo del mundo que conscientemente ha sacrificado, parte importante de su vida por larguísimas y trágicas décadas, disputándose su derecho a la autodeterminación en la Tierra Santa, respondiendo con piedras –hacedoras de patria- contra las balas de fusiles y cañones del sionismo –hacedoras de muerte-.
Pensamos que nadie en el mundo tiene potestad para dictar lección de lucha política al pueblo palestino. Su experiencia, tan costosa en sangre y pérdida de vidas, por sí sola, podría decirse, lo ilustra en enseñanzas para su autodeterminación en el conocimiento de cómo hacer una guerra tan prolongada, que a los ojos del futuro pareciera no encontrársele una raya o un punto para su culminación en auténtica dignidad para los bandos en conflicto. Hay que estar dentro del pecho de un palestino, ser su propio corazón, para saber cuánto duele y cuánto cuesta que lo despojen de su suelo y separado de su gente, para que ande errante por el mundo como si fuese un nómada sin derecho hacerse de un destino digno. ¿Qué pueblo en el mundo puede conocer más que el palestino lo que es rodar por la tierra sin una diosa de frutos y jardines, sin mar, sin ríos, sin aves, sin bosques, sin siembras propias y con el incierto destino de no saber por cuánto tiempo la bota y las armas del sionismo ahogarán con sangre los gritos de libertad del pueblo palestino? Ya no son los bizantinos ni los otomanos; ya no son los viejos conservadores de la monarquía inglesa alentando a los árabes contra un enemigo foráneo para que reine otro enemigo extranjero. El libro blanco británico está demasiado teñido de sangre de pueblos ajenos e inocentes. Ahora es el imperio capitalista, revuelto de sionismo, quien degolla a un pueblo que le expropiaron su derecho a decidir su destino en su Tierra Santa.
Lo único que nos autoriza a escribir esta opinión, porque nada tenemos que enseñarle a ese heroico pueblo, es que conocemos a algunos camaradas palestinos excepcionales: de esos que todo lo sacrifican por su causa; de esos que si se ven en otra parte del mundo, es porque sólo andan en cumplimiento de un deber para regresar más pronto a su puesto de combate, donde es que más se decide una causa. Por ellos, repetimos, es que nos atrevemos dar una opinión –más interrogante que otra cosa- sobre lo que está aconteciendo en ese pedazo de suelo que el imperialismo capitalista ha determinado sea el campo de concentración sionista para que vivan hacinados y en miseria miles de miles de sus propios dueños, los palestinos.
La eterna lucha del mundo por la emancipación de la humanidad tiene en Palestina un ejemplo digno de consideración y de admiración. Mil doscientos veinte años (1220) antes de nuestra era y dos mil seis (2006) años después, Palestina ha sido una lucha persistente por la vida del hombre, de la mujer y de su pueblo. Un desafío demasiado prolongado aún no resuelto. En 1994, en Gaza y Jericó, se estableció el asentamiento palestino con un régimen de autonomía, vista y aceptada ésta por el imperialismo y el Estado israelita como un “obsequio” al pueblo palestino y no el resultado de cruentas luchas por reconquistar lo que le habían expropiado desde 1947: su tierra y su derecho a la autodeterminación. “Autonomía” que ha cobrado más sangre y vidas que muchas guerras intestinas en varios países del planeta.
Sería una necedad, en perjuicio mismo de la parcialidad o de la verdad, negar que el método del terrorismo de grupo o individual no haya sido un arma de combate palestino en su interminable conflicto político con Israel, y que no pocas veces muestra un rostro hasta repugnante de venganza. Pero también el terrorismo sionista del Estado israelí ha llevado la voz cantante en su afán de hacer rendir por completo al pueblo palestino, y que éste acepte resignado la migaja de suelo que se le ha determinado como su campo de concentración bajo estrictas condiciones impuestas por el sionismo. ¿Acaso puede ser “autonomía” de un pueblo en un pedazo de tierra donde el Estado enemigo determina si se le deja entrar o no alimentoso si le permite o no tomar sus propias decisiones? Es una lucha desigual, sin duda, donde los palestinos resultan ser los más afectados, los más débiles cuantitativamente, aunque en moral y en la razón tengan la superioridad cualitativa. Pero un conflicto político armado no se fundamenta en criterios morales ni sentimentales, sino en su concepción social de un sistema y de sus relaciones con los otros. Hay intereses materiales del imperialismo que están muy por encima de la espiritualidad de la filantropía.
Preocupa, sí, preocupa que ahora el conflicto palestino-israelita haya hecho brotar una rama antagónica en la interioridad de Palestina. Pareciera que ahora la contradicción principal no es con el imperialismo y el sionismo, sino entre tendencias de pensamientos propios de los palestinos. Produce una sensación de tristeza prolongada ver ahora a los propios palestinos matándose los unos con los otros, descalificándose los otros con los unos, maniobrando unos contra otros, disputándose las calles unos contra otros como enemigos, cuando hasta hace pocos años ni siquiera podían permanecer ni siquiera separados en un pedazo de suelo palestino. ¿Por qué matarse entre ellos mismos si el enemigo está allí: en su enfrente o incursionando dentro de lo que se concibe como autonomía de Palestina o en el propio corazón de la ciudad santa, Jerusalén?
Lo que acontece en Palestina, (¡que Alá nos perdone, pero que Lenin no nos desampare!), no es política de derrotismo revolucionario, cosa ésta que sí se justificaría en caso de que la Autoridad Nacional Palestina –Al Fatah- fuese una sucursal verdadera del imperialismo o del gobierno sionista de Israel. Creemos que ni Hamas se atreve a decir algo semejante.
El imperialismo nunca defiende patria, sino mercados, concesiones foráneas, fuentes de materias primas y sus áreas de influencia. Los revolucionarios, en cambio, defienden es los intereses de todos los explotados y oprimidos de su país y del mundo entero, porque su única patria es un mundo enteramente emancipado de toda explotación y opresión de clase o del hombre por el hombre. Palestina, aun cuando sea mucha la solidaridad moral que recibe de casi todos los pueblos del mundo, corre el riesgo de una guerra civil mientras Hamas y Al Fatah no resuelvan satisfactoriamente sus contradicciones. No somos nadie para decirle ¿cómo hacerlo? No, es deber sagrado de los palestinos y palestinas buscar una solución que ponga los intereses del pueblo por encima de los de grupos, partidos o movimientos políticos internos. Si eso no sucede, el sionismo, seguirá incrementando su intervencionismo militar en los asuntos internos de Palestina y se derramará demasiada sangre, demasiado sudor y demasiadas lágrimas.
El mundo se conduce, por obra y gracia del capitalismo salvaje, hacia grandes luchas que lo transformarán de pies a cabeza y de cabeza a los pies. Y toda solidaridad revolucionaria del mundo con el pueblo palestino se conduce en esa dirección. El socialismo será el brillo de un nuevo sol que se posará, con nueva luz y luciendo para toda la humanidad, cuando las campanas del comunismo se escuchen en todo el planeta sin fronteras que le soliciten visas o pasaportes.
¡Abajo el imperialismo y el sionismo!
¡Viva Palestina Unida! ¡Viva el socialismo!