Hugo Chávez, para buena parte del liderazgo opositor, se ha convertido en una obsesión, ignoro si fatal. Esta dirigencia no analiza la realidad ni planifica sus acciones, sino que reacciona frente a lo que haga o deje de hacer el presidente de la República. Los enemigos de Chávez, no importa quienes sean, son sus amigos, sus compañeros, sus aliados. Álvaro Uribe, en este sentido, tiene para ellos dimensiones de héroe. Al jefe del Comando Sur de Estados Unidos, general Douglas Fraser, lo miran como a alguien arrancado de la epopeya.
Bajo esta óptica, miran al gobierno colombiano como el modelo más acabado de democracia. Es el paradigma que los obnubila y alienta su admiración. En la Asamblea Nacional, en sus artículos de prensa y en declaraciones a los medios, la dirigencia opositora no se ahorra elogios para la “democracia” que disfruta el vecino país. Lo que hace el Palacio de Nariño es su ideal político y su utopía posible.
La parapolítica, debido a la cual unos 30 congresistas están encarcelados y a otros se les sigue proceso judicial, es apenas un lunar en la piel de la impoluta “democracia” colombiana. El espionaje y las chuzadas telefónicas a los que el gobierno sometió a medio país, fue sólo una travesura del inmarcesible Álvaro Uribe.
En el paraíso democrático que la Mesa de la Unidad tiene como paradigma, sobreviven 4 millones de colombianos, en su mayoría campesinos, desplazados de su tierra y lugar de origen. En los tres últimos años de Uribe, unas 38.255 personas han sido víctima de la desaparición forzosa. Esa cifra de desaparecidos supera, en la última década, los 100 mil ciudadanos. Las fosas comunes, con miles de inocentes asesinados y conocidos como “falso positivos”, ya son comunes en el paisaje colombiano.
La libertad sindical tiene un obstáculo en la democracia paradigmática: la muerte de los sindicalistas. Por encargo de grandes empresas nacionales o transnacionales, el sicariato ha asesinado a más de 30 dirigentes obreros en lo que va de 2010. Los desplazados de la violencia endógena (llámese guerrilla, narcotráfico, paramilitarismo o cuerpos de seguridad del Estado) buscan amparo en los países vecinos. La Venezuela bolivariana acoge y brinda atención actualmente a unos 200 mil refugiados venidos del vecino país. Estos se suman a los 4 millones de compatriotas colombianos que viven y trabajan en nuestro territorio.
Los números cuantifican pero no reflejan la verdadera dimensión de la tragedia. Las palabras pierden todo significado ante la atrocidad de los crímenes. El horror y el dolor son inenarrables. Estados Unidos diseñó el Plan Colombia para acabar con el narcotráfico. Después de ocho años del mandato de Uribe, la guerrilla campea en el territorio colombiano, los paramilitares siguen matando y la producción de cocaína ha aumentado para mantener al país como el primer productor del mundo. La respuesta ha sido ampliar la presencia armada estadounidense, con la instalación de siete bases militares. La democracia paradigmática ha devenido, así, en democracia ocupada por una potencia extranjera. Es el modelo que obnubila y nos ofrece la oposición venezolana, eso que llaman MUD.
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