Sobre el rompimiento de relaciones con el Estado colombiano

Creemos y confiamos en que un día la diplomacia política de los Estados llegue a ser pública y no privada. Será como una de las pruebas más fehacientes que se marcha, inexorable y victoriosamente, por el sendero de la construcción del socialismo y el soterramiento definitivo del capitalismo para que nazca, ese otro día, en que desaparezca o se extinga por completo toda diplomacia política con la desaparición de naciones o fronteras nacionales. Mientras tanto, la diplomacia política privada, en su generalidad, seguirá siendo una olla podrida o una cocina donde se preparan los caldos para que los grandes y poderosos monopolios económicos que dominan el mundo se queden con las presas y las verduras y dejen, al resto de la población, lo sobrante para que se lo distribuya bajo las reglas de la miseria social.

Somos profundamente creedores y propagadores de la hermandad entre los pueblos, de la solidaridad entre los pueblos como de la integración de los Estados que se sienten comprometidos con los más sagrados intereses socioeconómicos de los pueblos. Vivimos un mundo donde sólo existen dos alternativas sin términos medios: o seguimos siendo víctimas y esclavos del capitalismo salvaje o nos decidimos a romper con las cadenas que nos oprimen y plantearnos la construcción del socialismo. Cualquier otra alternativa que nos sea expuesta por ideólogos de cualquier naturaleza, no sería más que una utopía de filántropos creyendo que dando limosnas se logra resignar por siempre a los pueblos a un status de explotación y de opresión.

Nos produce rabia que algunos pueblos tengan que pagar por las tropelías que cometen sus Estados, porque éstos sirven a los más oscuros y leoninos intereses de oligarquías y del imperialismo que los subsidia, los domina y los embarca en políticas contrarias a los propios postulados y sueños de su sociedad. Sin embargo, entendemos que mientras perdure el capitalismo señalando el destino del mundo, los pueblos serán los primeros sufridos de las contradicciones entre Estados o gobiernos. Pero un Estado o gobierno que se sienta comprometido con ideales sublimes y libertarios para su pueblo, tiene el sagrado deber de defender su territorialidad, su nacionalidad, sus políticas contra quienes pretendan vulnerarlos y convertirlos en epígonos de las políticas expoliadoras que ejecuta el imperialismo capitalista.

Sabíamos que detrás de los señalamientos o acusaciones del gobierno colombiano sobre la presencia de guerrilleros colombianos en territorio venezolano, se escondía otra intención, la esencia de la levadura de la política internacional del gobierno estadounidense, la creación de una convicción en la opinión mundial de que el gobierno venezolano ampara y subsidia terrorismo y narcotráfico. Todo estaba meticulosamente planificado, orquestado en un laboratorio desde donde salen las más descaradas mentiras pero bien custodiadas de algunas verdades a medias.

El gobierno de Estados Unidos quiere lanzarse a una jugada política al estilo de la que hace unos cuantos años realizó en Libia contra Kadhafi para, luego, informarle a la opinión mundial que Chávez va a ser juzgado en Estados Unidos y, por consiguiente, decretar la orden de su captura como antes lo hicieron con Manuel Antonio Noriega de Panamá. Dos acusaciones (la de cooperar con el terrorismo y el narcotráfico) son suficientes, bien caladas en la opinión pública mundial, para que el gobierno imperialista estadounidense se atribuya la potestad de actuar e, incluso, intervenir militarmente en un país. Potestad dada por las grandes potencias imperialistas y hasta por el silencio y la complicidad de quienes en la ONU vetan una resolución pero no mueven un solo dedo para evitar que se aplique, tal como aconteció con la invasión imperialista a Irak. No es cualquier situación la que está viviendo el gobierno bolivariano, en lo particular, y la sociedad venezolana, en lo general, independiente o no de los anhelos políticos de la oposición que siguen creyendo y vendiendo la idea que la situación venezolana se resuelve satisfactoriamente con la salida del presidente Chávez del gobierno. Si el gobierno de Estados Unidos, hasta ahora, no ha bombardeado de madrugada el lugar donde cree duerme el presidente Chávez es, simplemente, porque la situación internacional no le es muy favorable en este momento concreto que vive el mundo. Ha creado tantos frentes armados que sabe, de llevar a cabo su plan, desatará no sólo en Venezuela sino en varias regiones de América Latina una ola imparable de violencia social, independiente de que algunos movimientos revolucionarios latinoamericanos no congenien con el socialismo del siglo XXI propuesto y propagado por el presidente Chávez.

La intervención del embajador de Colombia en la Organización de Estados Americanos (OEA) fue tan agresiva, tan irrespetuosa, tan belicosa, tan grosdera, tan arrogante, tan provocadora, tan fuera de foco, que más bien parecía que estuviese hablando un virrey en nombre de un rey con dominio absoluto sobre toda la geografía latinoamericana. Fue algo así como una orden donde el acusado tenía que responder con o, porque no se acepta el no. No se puede o debe catalogar esa intervención o alocución como una injerencia en los asuntos internos de Venezuela, sino un catálogo de órdenes irrestrictas e inviolables del rey para ser aplicadas en cualquier colonia que ose el atrevimiento de cuestionar los dictámenes de la monarquía. Y, peor aun, ponerle un tiempo para la ejecución del dictamen no fue más que una grosera y desproporcionada manera de incurrir en la desfachatez de creerse el gobierno colombiano con la potestad de una potencia imperialista, la cual, por medio del terror psicológico, cree asegurar su dominio o influencia en toda la América Latina para así servir, mucho mejor y con mayor fidelidad, a los intereses del imperialismo estadounidense.

En verdad, nunca hemos estado de acuerdo en el uso de términos descalificativos, vengan de donde vengan, en la diplomacia internacional, porque las cosas es mejor llamarlas por su nombre propio. Ningún Estado o gobierno en América, ha sido sometido a tantos apelativos, seudónimos y descalificativos como el cubano, cuando el camarada Fidel Castro era su figura principal. Pero nadie como el gobierno del camarada Fidel supo responder, con argumentos irrefutables y convincentes, a cada una de las falsificaciones, a cada una de las mentiras y a cada uno de los engaños que salían, como balas disparadas de cañones, de las bocas de los voceros imperialistas contra la revolución cubana y sus principales personajes de dirección. Incluso, hubo un 26 de julio en que Fidel dedicó toda su intervención a desmontar todas las atrocidades inventadas en laboratorios de propaganda psicológica mediática lanzadas al aire por el expresidentes de Estados Unidos, George W. Bush. Fue, precisamente, una cátedra dictada por Fidel para que el mundo comprendiera, entre tantas cosas, la descomposición, la alteración y las fluctuaciones psicológicas de quien, para entonces, ocupaba la más alta magistratura política del país imperialista más poderoso, influyente y belicoso del planeta: Estados Unidos. En este país, para ese momento, se repetía la historia para desgracia del mundo de un nuevo 18 Brumario pero sin rey francés.

Nosotros, porque lo hemos visto y lo hemos escuchado por ejemplo, en la televisión colombiana, dos veces a la semana, divulgan un programa informativo humorístico (NPi) sin incluir otros programas de entrevistas que se guían por el mismo editorial, donde se ocupan en tratar de demostrarle a la sociedad colombiana y hasta la internacional que Chávez es “loco y violento”. Eso, para nosotros independiente de lo que piense el Estado colombiano, es un vulgar irrespeto más que al Chávez presidente de la república bolivariana de Venezuela al Chávez como ser humano. Eso no es gratuito ni es por azar ni tampoco por hacer un buen acto de humorismo. No, eso tiene sus raíces en la política de desinformación para tratar de convertir una mentira, repitiéndola hasta el cansancio, en una verdad irrefutable. ¿Por qué no hacen eso contra el presidente Obama o contra el presidente Uribe?

¿Qué creemos nosotros se esconde con las acusaciones del Estado colombiano en la OEA?

La intervención del embajador de Colombia en la OEA, tal como se produjo, no salió planificada de la casa de Nariño en Bogotá, sino de la Casa Blanca en Washington. Se busca crear una matriz de opinión para que el Estado colombiano pueda hacer lo mismo que hizo en Ecuador pero ahora en Venezuela. Mientras existan límites fronterizos no existe posibilidad alguna que gente de uno o de otro país las crucen por una u otra razón. ¿Acaso, con todo y el muro, mexicanos no traspasan las fronteras que separan a Estados Unidos de México?

Valdría la pena y sería lo correcto que el Estado colombiano, quien reconoce la facilidad con que se pasa la insurgencia colombiana a territorio venezolano, explicara, de eso ser cierto, ¿el por qué tiene sus fronteras tan desguarnecidas, tan desprotegidas, tan desoladas, que mil quinientos enemigos armados y enemigos del gobierno colombiano las caminan y se desplazan por ellas sin que nada se los obstaculice? ¿Acaso no es responsabilidad del Estado colombiano custodiar bien sus fronteras para que no exista tanta violación de las mismas? Y también sería interesante que el Estado colombiano explicara ¿si violó o no territorio venezolano para tener en sus manos tantas grabaciones, fotografías, conversaciones y otros datos sobre insurgentes colombianos en territorio venezolano? La salsa que es buena para el pavo debe ser también buena para la pava. Bueno es cilantro, pero no tanto. Las palabras de un desertor, aceptemos, son creíbles en lo inmediato pero al correr los días ya pierden toda su vigencia cuando se trata de asentamientos guerrilleros. ¿Acaso éstos son bobos o tarados mentales para no desplazarse de lugar sabiendo que un desertor ya ha denunciado el campamento y su composición humana y de armamentos?

En verdad, no nos agradan los rompimientos de relaciones diplomáticas entre Estados vecinos, porque los más afectados no son los pobladores que viven en las fronteras que siempre se valdrán de genialidades para burlar todos los dispositivos de vigilancia y control fronterizos, sino de las más alejadas, las cuales dependen, en muchos casos, del intercambio comercial entre naciones. Sin embargo, también creemos que existen determinados momentos en que no se deja otra salida que el rompimiento de relaciones diplomáticas como única medida de presión para buscar una nueva salida que ponga las íes sobre la mesa y se lleguen a acuerdos factibles de ser aplicados sin perjuicio para las partes comprometidas con los destinos de sus pueblos.

Añoramos que el nuevo gobierno de Colombia, sin que en nada congeniemos con sus políticas de clase, pueda aliviar las tensiones, mejorar las relaciones y contribuir a crear un medio ambiente para que la normalidad de las relaciones vuelvan a establecerse entre los Estados de Colombia y Venezuela y quede atrás, el infortunado episodio del gobierno saliente y de su macabra intervención en la OEA. Pero si por algunas circunstancias se desatara un conflicto armado (quieran los pueblos eso no suceda) entre ambos Estados, no vacilaríamos ponernos a disposición y orden del gobierno venezolano haciendo, igualmente, un llamado al pueblo colombiano para que aplique la política del derrotismo revolucionario; es decir, active para la caída del gobierno colombiano y proclame a un gobierno revolucionario en el poder político que piense y accione a favor de la creación de un nuevo régimen económico-social, que no es otro que el socialismo. Eso no es injerencia en los asuntos internos de Colombia, sino una concepción del internacionalismo revolucionario.



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El Pueblo Avanza (EPA)


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