La guerra es, en consecuencia, un acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario
Carl von Clausewitz - en De La Guerra.
Me parece estar convencido que de verdad en éste momento estamos viviendo un momento histórico importante para la consolidación de un proyecto alternativo a la depredación y devastación en la que nos ha imbuido la lógica acumulativa-organizativa del capital. Es más, no es que exista la posibilidad de transformar el mundo, en términos de acumulación de fuerzas, porque también debemos tener presente que es imposible hacer la revolución socialista en el marco del capitalismo, y ese parece ser el modelo que impera por lo menos en nuestra región (Latinoamérica en su conjunto). Es que ya nuestro planeta no aguantaría otra revolución industrial que no avizora rupturas definitivas con la lógica del capital, que aunque mucho más moderadas, en sus pretensiones, sigue destruyendo y mercantilizando las relaciones sociales de nuestros pueblos.
Con este abordaje no queremos ser pesimistas, por el contrario, nuestra intención es plantearnos una serie de cuestiones que nos permitan salir de la esquizofrenia en la que nos encontramos inmersos. Hacernos preguntas no es un acto de contrarrevolución, ya que como afirmaba Heidegger, con todas sus desavenencias, “preguntar es la piedad del pensar”; y eso es lo que surgen, muchas preguntas, que la historia será la única jueza capaz de juzgar en su tribunal, dictando veredictos adversos o sumándose definitivamente a la escritura y vivencia militante, al lado de quienes en este mundo no tienen más esperanza que sus propios sueños de construir un mundo totalmente distinto.
En una biografía escrita al Libertador Simón Bolívar, Waldo Frank decía que para los años de la independencia y mucho antes (y por supuesto, mucho después), “en la Colombia cortés y refinada, el asesinato político es cosa corriente”, en consecuencia, recordemos a Gaitán, Galán, miles de militantes políticos de izquierda, sumado a los más resientes “falsos positivos”, que no son más que vulgares asesinatos, de un Estado, que no puede ser catalogado como aliado para consolidar la revolución bolivariana. O es que acaso nuestra política institucional termina legitimando la casa de Nariño, y quienes históricamente han dado al traste, no solo con el sueño grancolombiano, sino con las esperanzas de un pueblo, que no ha encontrado otra forma de lucha que la montaña y el fusil. ¿Será que algunos de nuestros dirigentes políticos piensan que estar en las FARC o el ELN, es como pagarse unas vacaciones en un Resort en las selvas colombianas? En todo caso, ¿dónde queda la premisa que cada pueblo escoge sus formas de lucha?
Creo que es incompatible, el llamado que hace el presidente Chávez a la entrega de las armas de los grupos insurgentes en Colombia, porque además de vivir bajo la égida de un Estado terrorista, que no dudaría en desaparecerlos del mapa, no les daría espacio para incursionar libremente en el juego “democrático”; sumado a que con esta solicitud avala la criminalización de la protesta, legitimando el discurso antiterrorista, que como política imperialista, ha desplegado la casa blanca después del dudoso ataque terrorista a las torres gemelas del World Trade Center en el 2001. Peor aún, se señala públicamente que el gobierno de Colombia es “soberano”, y por esta razón puede hacer tratados de cualquier índole con el país que le plazca, cuestión que no es falsa, así ponga en riesgo la paz en la región. ¿No era que en estos tiempos la soberanía residía en el pueblo? Y ¿Por qué no se le pide al gobierno colombiano que abandone el terror a su pueblo? O se nos olvida que Santos, antes el peligro para Latinoamérica, el malo, ahora en el que confiamos, era el brazo ejecutor de las políticas del terror de Uribe, y que tiene sus garras metidas en casos abominables como el de la “macarena”.
Hernando Calvo Ospina, en un texto titulado “El terrorismo de Estado en Colombia” señala que: “El hecho de que la insurgencia, dentro del marco de ese conflicto interno, haya cometido abusos inaceptables contra la población, no desmerita su condición de fuerza beligerante, menos ponerla como un grupo de bandidos terroristas”; y precisamente a eso le hace el juego nuestra institucionalidad diplomática, porque no es que nos oponemos al restablecimiento de las relaciones con Colombia, que viene siendo un pueblo hermano, ni que estábamos contentos porque se avecinaba un conflicto bélico entre las dos naciones, pero si debimos haber salido mejor parados, con la cabeza en alto ante el pueblo de Colombia, y no pactando con los empresarios de un país que ha estado secuestrado, desde sus inicios republicanos, por la oligarquía más rancia del cono sur.
No obstante todo esto, la confusión se torna más peligrosa y esquizofrénica. El congreso colombiano ha asegurado en los últimos días que el tratado militar con los Estados Unidos, y la implementación de siete bases militares, tiene un rango anti-constitucional. Dudamos sinceramente de la sinceridad de los que la desconocen. Existen intereses económicos que sobrepasan incluso la carta magna del Estado que le abrió las piernas al plan militar del pentágono para la América latina, léase “plan Colombia”, cuestión que al final no pasará de ser un buen intento de una noble política capitalista-terrorista, que busca aplacar las voces de la comunidad internacional que tiene desplegada una verdadera campaña de dignidad ante un gobierno que efectivamente pretende convertirse en el Israel de América.
Ya para dejarme de cuestionamientos, producto de lo que para algunos pueden ser extremismos paranoicos, cabe preguntarnos si es posible construir el socialismo en un solo país; pero ¿dónde queda, en este caso, el internacionalismo revolucionario? Podemos realmente emanciparnos como pueblo, y hablo por Colombia también, con más de siete bases militares en el vecino país, y con una bandada de paramilitares que ya no sólo atormentan al pueblo colombiano, sino que desde hace tiempo vienen incurriendo en la sociedad venezolana, extorsionando y cobrando vacunas a quienes se le atraviesen en el camino. Que cosa tan confusa esto de la diplomacia, hasta dónde estirará la filigrana de una confianza que nunca ha existido.
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