El escenario político de Nuestra América cada vez se llena de un variopinto
político como consecuencia de procesos electorales basados en reglas de la
democracia burguesa en los que salen triunfadores personajes que, en algún
momento, tuvieron destacadas actuaciones en sus respectivos países y que,
finalmente, contra toda predicción de propios y extraños, terminaron siendo
electos a la máxima magistratura; circunstancias históricas totalmente distintas
a las que vivieron en su lejana juventud.
El teniente coronel Hugo Chávez Frías, oficial de tanque del ejército de la
Republica dependiente venezolana, Inacio Lula Da Silva, dirigente obrero del eje
proletario ABC (Sao Andrés, Sao Bernardo y Sao Caetano de Río de Janeiro), Evo
Morales, dirigente de los cultivadores de la hoja de coca en el Chapare
boliviano, Fernando Lugo, obispo de pobres del Paraguay y adherente a la
Teología de la Liberación, Pepe Mujica, guerrillero Tupamaro de la tierra de
Artigas y, ahora, Dilma Roussef, guerrillera urbana contra la dictadura militar
brasileña, conforman un inédito grupo de nuevos liderazgos de Nuestra América,
que han alcanzado la presidencia de sus países, luego de transcurrido muchos
años de sus primeras experiencias políticas, pero siempre teniendo el voto y no
la rebelión militar, la sublevación popular o la guerrilla revolucionaria, como
vía para alcanzar el ejercicio del Poder Político.
Mas allá del análisis de las coincidencia o diferencias entre las ideas y
ejecutorias políticas de su lejano pasado, el nuevo presente y el impreciso
futuro; lo importante es resaltar el hecho de que la presencia relevante de
estos personajes en la presente arquitectura política de América Latina y, con
ello, en la construcción del nuevo escenario mundial, requieren de un razonado
estudio que permita, no solo explicar las importantes modificaciones que se
vienen produciendo en estos lideres, sino, especialmente, las transformaciones
que se vienen “macerando” en el seno de nuestros pueblos, lo cual hacen posible
que ellos puedan alcanzar estas posiciones políticas; hechos inimaginable en
los comienzos de sus luchas políticas y sociales.
Sin duda, Chávez, Lula, Evo, Lugo, Pepe y, ahora Dilma, están lejos de abrazar
la misma visión que sostenían en los comienzos de sus historias políticas
particulares porque, mientras unos fueron paulatinamente radicalizando sus
posiciones nacionalistas y reformistas hasta llegar a la prédica de políticas
radicalmente anticapitalistas y antiimperialistas, otras fueron deslizando sus
discursos y conductas políticas radicales hacia proceso de concertación con
sectores políticos y sociales inmersos en el escenario democrático burgués,
“matizando” sus anteriores definiciones ideológicas, sin renunciar
explícitamente a sus viejas banderas de Justicia, Democracia, Paz, Bienestar,
Libertad y Soberanía; ampliando con ello su auditorio y posibilidades de
erigirse en la referencia fundamental de sus pueblos, con vistas al cambio
pacifico y “democrático” de los oligárquicos sistemas políticos, económicos y
sociales imperantes en sus respectivos países.
Hoy, los pueblos de Nuestra América parecieran necesitar íconos de una nueva
Democracia que sepulten definitivamente a los Carlos Andrés Pérez, a los
Tancredo Neves, a los Quiroga, Cubas y Lacalle, que durante los últimos 50
años, se han dedicado a construir y sostener sistemas políticos de élites,
aliados a los intereses de la infraelitescas clases propietarias, subordinados
a los intereses estratégicos del imperialismo norteamericano e incapaces de
darle a sus pueblos, las condiciones de bienestar y de acceso real a la toma de
decisiones del Estado, mientras fariseicamente claman por la Defensa de la
Democracia y la Libertad.
Es demasiado evidente para no ser cierto: hoy estamos en presencia de un cambio
de época y una época de cambios en la cultura y la conciencia de los pueblos de
Nuestra América que, sin sepultar los gritos de Justicia y Libertad de nuestros
antepasados, ni los sueños heroicos y las utopías de la juventud revolucionaria
del siglo XX, pareciera apuntar a construirse más sobre el cambio social posible
y necesario, cuya profundidad, intensidad y celeridad, estará determinado por
las circunstancias histórico- concreta en que se desarrolle cada proceso en
particular, y en los efectos que tales cambios nacionales se proyecten
positivamente en el conjunto de la región y las consecuencias que los fenómenos
telúricos de la crisis del Capitalismo en su fase global, provoquen sobre el
conjunto de la Humanidad y la región en particular.
Pareciera que no se trata de nuevas utopías, sino, fundamentalmente, de nuevos
caminos y tiempos que van modelando una nueva realidad, que no renuncia al
pasado ni prescribe el futuro, sino que impulsa, desde su compleja variedad de
circunstancias sistémicas e históricas, la construcción de procesos de cambios
con rupturas y evoluciones, en tiempo y espacios, en donde el voluntarismo y la
predeterminación fracasaron en el siglo XX: el más luminosos, creativo y
libertario, de cuantos siglos ha podido vivir y soñar esta Humanidad.