América latina debe presenciar otro lío diplomático con amenazas militares entre Costa Rica y Nicaragua, con la misma escenificación mediática, a solo medio año de un conato similar, promovido en la OEA por el gobierno de Colombia contra el de Venezuela.
Algo más específico que el tradicional fraccionamiento vulnerable de nuestros Estados-nación y sus burguesías mezquinas y genuflexas, debe estar moviéndose en las placas tectónicas del sistema político del continente. Es como si estuviéramos frente a nuevas presiones contrarrestantes de las últimas convergencias estatales, sociales y políticas de América latina, expresadas en entidades emergentes como UNASUR, PetroCaribe, ALBA, y sobre todo, la Asociación de 33 países latinoamericanos y del Caribe, sin EEUU y Canadá, proyectada para fundarse el 5 de julio del 2011 en Caracas. ¿Cuántos de estos conflictos tienen como santo y seña esa fecha?
Es altamente llamativo que las denuncias del gobierno de San José en la sesión especial de la OEA este jueves 4 de noviembre, hayan dejado de lado, como si nada, tres Resoluciones de la Corte Internacional de la Haya. Las tres fijan la línea de frontera del río San Juan, compartido por ambos territorios, y según ellas, Nicaragua no habría violado nada. Incluso, el reciente dragado del río, que es la causa del embrollo, se ajusta a la demarcación pautada por La Haya y fue anunciada por el gobierno de Ortega.
Un dato de alta curiosidad política, según nos informa la activista social costarricense Leda Navarro, es que “las dos poblaciones asentadas a la vera de ese río, tanto de un lado como otro, se llevan lo más de bien, no entienden por qué ambos gobiernos se están peleando”. Entonces ¿quién mueve las aguas en Costa Rica?
En cambio, esto no es lo que opinan en Washington y en la diplomacia costarricense. Ambos han dicho, cada uno por su lado, que si existen motivos. El Canciller René Castro declaró este año que “el río San Juan es cada vez más una zona conflictiva” (3-10-10). Él se refería a su uso como vía navegable del narcotráfico. En una perspectiva concurrente, el Jefe del Comando Sur de EEUU, general Charles Wilhelm, se tomó la cosa en serio, y desde 2008 viene negociando con el gobierno de San José “sobre la posibilidad que EEUU utilice la pista aérea de Liberia (cerca de la frontera con Nicaragua)” para la supuesta lucha contra el narcotráfico (Marco Gandásegui, ALAI, 4-4-2008).
El resultado habla por si solo: La Asamblea Legislativa aprobó el 6 de agosto de este año, el permiso para el atraque y permanencia de buques de guerra de los Estados Unidos, con una tripulación de casi 5.000 infantes de marina, 150 médicos y 50 ingenieros militares, y la consabida inmunidad diplomática.
En los últimos años, hemos visto el estruendo de fuegos artificiales sobre varias fronteras. A mediados de año fue Bogotá, pero otros los alentó Alan García en Lima contra Bolivia, por el Titicaca; en Chile fue el pinochetismo contra la negociación del río exboliviano Siloli. Hubo otros activados por la “pastera” finlandesa Botnia en el Río Uruguay que mantuvo agrias y complejas las relaciones entre Buenos Aires y Montevideo desde 2006. También entre Nicaragua y Colombia por las islas de San Andrés, siempre reclamadas por Managua, incluso, conocimos en 2007 un amague diplomático que no pasó a mayores entre Dominicana y la condenada Haití.
América latina tiene su historia dibujada con quebraduras fronterizas, a pesar de contar con un tercio apenas de los conflictos sufridos por Europa en el mismo lapso histórico (Hobswawn).
Costa Rica ha tenido conflictos con dos vecinos en seis ocasiones, 3 con Nicaragua en 1858, 1916 y 2010, y con Panamá en 1903, 1910 y 1921. En cinco oportunidades, Estados Unidos tuvo presencia político-militar directa. Nunca, con la actual imponencia del plantel de Marines estacionados en sus aguas territoriales.
En 174 años, desde 1825 a 1999, América latina sufrió 102 conflictos fronterizos, 44 de ellos durante el siglo XIX, o sea, más de dos tercios entre el siglo XX y lo poquito que va de éste.
Argentina ha litigado 19 veces contra Chile, Bolivia, Brasil, e Inglaterra. México seis veces contra un solo Gobierno: Estados Unidos. La burguesía nacional que más peleó judicialmente contra otros países es Bolivia, con 21 demandas, 10 de ellas contra Chile. Nicaragua ha actuado contra Honduras en siete oportunidades, dos veces con armas, por la actuación de la “Contra” de los años 80; Ecuador 8 veces contra Perú; Paraguay enfrentó a Argentina en 7 ocasiones, una por vía bélica. Los tres países menos peleones, si los medimos por litigios incoados o guerra contra algún vecino han sido Uruguay, República Dominicana y Venezuela. Brasil y Chile son los dos países latinoamericanos más acusados por vecinos en tribunales internacionales o en conflictos bilaterales, con 20 y 16 juicios respectivamente por apropiación de territorios vecinos. Los tres Estados imperialistas más enfrentados en Latinoamérica por conflictos territoriales desde 1848, son Gran Bretaña, Estados Unidos y Holanda, en ese orden. (J. García Pérez, Revista de Historia, 2005)
Con esa historia cosida a furiosos litigios –y unas 5 guerras– como fondo, el conflicto entre Costa Rica y Nicaragua, reviste el mismo signo favorable al dominio imperial, que hace 6 meses, o hace 100 años.
La novedad es que América latina, o parte importante de ella, se relaciona hoy de manera distinta, con más comercio propio, una diplomacia de aproximaciones sudamericanas, organismos subregionales más estables, y más de 200 pactos y protocolos entre sus Estados, como nunca tuvo desde 1824.
Aún siendo esto limitado y vulnerable por su carácter de clase y la ambigüedad ante el sistema mundial de Estados, el hecho es que no le gusta nada a Washington. Ahí se esconde una causa principal del conflicto entre San José y Managua.
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