En las últimas décadas del siglo pasado y en la primera de este siglo XX, le ha tocado vivir al pueblo haitiano, por un lado, pesadillas y tormentos, dictaduras genocidas, represiones masivas y selectivas, incertidumbres y desconocimiento de sus voluntades; y, por otro, hechos terribles y desastrosos supuestamente naturales, como el terremoto del mes de enero del presente año que costó miles y miles de vidas y la destrucción de casi toda la infraestructura urbana, una epidemia de cólera que ya sobrepasa en muertes el millar de personas y son miles los contagiados, y, para remate, un huracán que ha venido agravar la caótica situación socioeconómica que les agranda la pobreza y el dolor. Todo en menos de un año.
Pudiéramos decir, sin tapujos y sin temor a equivocación, que las grandes potencias imperialistas y, especialmente, la estadounidense y la francesa, tratan de someter por el estómago y el dolor al pueblo haitiano. Pero el cinismo y la burla no se detienen en esas fronteras sociales. Van mucho más allá: le imponen una elección presidencial sin respeto alguno al dolor y a las voluntades del pueblo haitiano. La ONU, en vez de invertir y hacer que se invierta correctamente, los millones y millones de dólares aportados al pueblo haitiano como consecuencia del devastador terremoto que padeció en enero del presente año, en sus más apremiantes y supremas necesidades materiales y sicológicas, lo que han es determinar la forma en qué debía producirse la elección presidencial y que nadie, internacionalmente, se percatara del fraude tejido con la complicidad del Presidente René Preval y sus huestes de saqueadores y mercenarios.
Es bochornoso, es perverso, es –terriblemente- antihumano, cuando un pueblo tiene el estómago pegado a las espaldas y, además, sufriendo de enfermedades de muchos géneros, imponerle unas elecciones desde fuera para conservar un gobierno que nunca marchó ni funcionó en defensa de los intereses económico-sociales de su pueblo. Preval, se quitó la máscara demasiado temprano y su cinismo no tiene comparación en la historia de Haití, confabulado –especialmente- con el gobierno estadounidense montaron ese parapeto electoral para favorecer, con descaro y de la forma más irrespetuosa posible a la voluntad del pueblo haitiano, al candidato del señor Preval y de la Casa Blanca. Aun así no lograron su cometido porque la mayoría del pueblo haitiano, por encima de su hambre y su dolor, no quería ni quiere que lo que tengaolor a Preval se quede en la continuidad del gobierno.
Pero, además, la mayoría del pueblo haitiano no quiere en su territorio la presencia militar ni de la ONU y de Estados Unidos. No han sido pocos los hechos violentos y las muertes que ha generado esa presencia militar que actúa mucho más como impostor sin nada de redentor. Y esas fuerzas militares han sido las encargadas de custodiar los últimos procesos electorales en Haití. Es como si se pusieran a lobos y zorros a cuidar un gallinero o una cría de conejos. Pero lo que más duele, lo que aparece como incomprensible, es que gobiernos que dicen servir incondicionalmente a la justicia y a sus pueblos, tienen soldados en Haití cometiendo o justificando toda clase de tropelías contra el pueblo haitiano. ¡Que bárbaro! ¿Será eso política revolucionaria?
La mayoría de las opiniones del pueblo haitiano han calificado la elección presidencial como un vulgar fraude, mientras que el gobierno del señor Preval y los voceros de grandes potencias imperialistas, señalan que fue ajustado no sólo a derecho sino, igualmente, a las normas más elementales de la convivencia en justicia social. ¡Que monstruosidad de política intervencionista en los asuntos internos de otras naciones!
No somos ni pretendemos ser voceros de las inquietudes y esperanzas del pueblo haitiano. Este tiene suficiente potestad para decidir lo que más le convenga y, en no pocas oportunidades, ha salido a las calles a solicitar que se vayan, que se larguen, que se marchen los impostores del territorio haitiano. Sin embargo, esa voluntad, por las buenas, no ha sido respetada por los transgresores de fronteras. Están conduciendo a ese pueblo a que haga ejercicio de la violencia revolucionaria contra la violencia reaccionaria. ¿No lo verán lo mismo el camarada Lula que su país tiene soldados brasileños en Haití y otros gobiernos también de América Latina?
Valdría la pena, primero antes de haber montado el parapeto de la elección presidencial, que los gobiernos de Estados Unidos y de Francia le explicaran al pueblo haitiano y al mundo ¿qué han hecho con los miles de millones de dólares que fueron donados al `pueblo haiti8ano para que solventara, en parte, la terrible y costosa tragedia que vivió con y después del terremoto del mes de enero del presente año? ¿Por qué dejaron que entrara y se propagara el cólera y esté cause nuevos daños al pueblo haitiano?¿Por qué el señor Preval no presenta cuentas claras ante el pueblo haitiano y pueblos que hicieron cuantiosas donaciones para ser invertidas en beneficio de su pueblo?
No comprenden o, mejor dicho, no quieren entender los gobiernos de las altas y poderosísimas potencias imperialistas que el Haití actual es el de las tragedias, los dolores, los sufrimientos de las almas, de las incertidumbres y la suma vertiginosa de las inquietudes, aunque nada ni nadie podrá despojarle de su grandeza y de su enorme capacidad para el sacrificio como pueblo.
Haití vive tragedias de autenticidad y no de ficciones, pero que nadie dude que el pueblo haitiano esté encinta de grandiosos acontecimientos históricos futuros. Si se describiera la historia actual del pueblo haitiano desde el punto de vista homérico, podríamos decir que es un poema que verbenea sus quejas y reclamos sobre la situación de dolor que está padeciendo; es como una vida colectiva en el dolor y por eso es una tragedia colectiva que se traduce en una imperiosa necesidad de conquistar una libertad colectiva.
La solidaridad no es una ayuda para condicionar el comportamiento de un pueblo que la necesita, para imponerle norma extrañas de vida a sus voluntades, para someterlo a designios foráneos. No, es, ¡he allí el valor revolucionario de la solidaridad!, el ejercicio de las profundas razones humanitarias para contribuir a solventar sus grandes necesidades y que continúe disfrutando de su indeclinable derecho a la autodeterminación. Eso, no tiene la menor importancia para los imperialistas, porque jamás tendrán un concepto y menos para aplicarlo de la verdadera solidaridad revolucionaria.
Muy pronto, pero muy pronto, sonarán las clarinadas del pueblo haitiano para hacer valer sus derechos y deberes contra todos quienes han tratado y tratan de vulnerárselos. ¡Viva el pueblo haitiano!¡Fuera las manos de los imperialistas de Haití! ¡Viva la solidaridad revolucionaria con el pueblo haitiano!