La política es el arte de lo posible y también, para algunos, puede ser la fuerza de lo imposible, porque su ejercicio no es solo el resultado de leyes del desarrollo social ni de operaciones matemáticas sino, es el resultado de la confluencia de diversos factores de la realidad en un momento histórico determinado, en donde la subjetividad y la emocionalidad juegan un papel mayor al que tendemos a reconocerle.
En Bolivia, los asesores del gobierno del hermano presidente Evo Morales Ayma seguramente realizaron un minucioso estudio político, económico, financiero, social y de seguridad, para decidir un asunto que, “objetivamente”, era conveniente: el aumento de de los precios de la gasolina y el diesel; dado que tales “expertos” habrían concluido que la medida era congruente con los planes de desarrollo del país que han permitido, en estos tres últimos años, un crecimiento importante del Producto Interno Bruto y del nivel de las reservas internacionales de divisas, así como un substancial aumento del ingreso de los sectores menos favorecidos de la población, lo que garantizaría, junto con las contramedidas sociales y económicas compensatorias de tales aumento (aumento de sueldos y salarios y otras), una aceptación general de la población de tales decisiones.
Incluso, el hecho de que se hiciera el anuncio los últimos días del año y fuera el vicepresidente del Estado, García Linera, quien tuviera la responsabilidad política de anunciar tales aumentos de precios, en momento en que el hermano presidente Evo Morales, se encontraba visitando a Venezuela, llevando ayuda humanitaria a las poblaciones afectadas por las inundaciones del occidente del país, era indicativo de que, aún presumiendo que la respuesta social y política a tales medidas fueran importantes, se “protegería” al presidente del daño político directo que se iba a ocasionar al gobierno.
Todo fue “sabiamente calculado”, como dice el payaso mexicano de la tv, pero es evidente que no se tomó en cuenta el factor sicológico y “el general emoción”, que tantos gobiernos han derrocado o debilitado en Nuestra América que, aún siendo estas medidas justificadas por el “desangre” que le produce a las finanzas públicas el contrabando de combustibles y la compra a precios internacionales de tales productos, no podía ser asumido solo por un gobierno, por mucho nivel de legitimidad y apoyo popular que tuviera, en un país en donde la sensibilidad de los “paquetazos” neoliberales, anunciados “entre gallos y mediana noche”, han sido el motivo de grandes movimientos sociales que han provocado la renuncia o destitución de gobernantes.
Pero especialmente, pareciera que en el presente acontecimiento político boliviano, el gobierno del hermano presidente Evo Morales Ayma, se le olvidó aplicar una máxima de su gobierno extraída de la mejor tradición comunitaria de sus ancestrales pueblos originarios: “Hay que gobernar oyendo al pueblo”; pueblo al que solo se le oyó después que en El Alto, esa emblemática comunidad resistente a las políticas neoliberales, comenzaron a cerrarse las calles, a quemarse los cauchos y se dieron los primeros enfrentamientos con la policía, posiblemente con participación de elementos contra-revolucionarios, pero determinado por la furia popular ante una medida inconsulta que “golpea” duramente el salario social de los menos favorecidos.
Aún cuando los decretos de aumentos de los precios de los combustibles y los relacionados con las medidas compensatorias fueron anulados, lo cierto es que el mal ya está hecho, y frente a sus consecuencias es inevitable tender puentes de diálogo social, construir escenarios de concertación, conciliar con factores sociales y económicos identificados con la Revolución Cultural y Social boliviana, las nuevas medidas que habrán de tomarse y rescatar, ahora y para siempre, la consigna fundamental del primer gobierno de los pueblos originarios en Nuestra América:” Hay que gobernar oyendo a la gente”, no a los burócratas ni a los enemigos del pueblo.
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