Henry Kissinger dijo hace tiempo
que quien controla la comida controla la gente. Dicho de otro modo,
el mundo se somete cuando ve a sus hijos perecer de hambre. Así sometió
a los indígenas que defendían sus tierras el gobierno norteamericano:
exterminó los bisontes que los proveían de alimento y ofreció comida
en reservaciones. Algo parecido hizo el gobierno británico para someter
a las repúblicas boer en Sudáfrica: encerró su población civil en
los primeros campos de concentración de la historia y la dejo perecer
de hambre.
El control global de la alimentación
es una aspiración de los de carteles apátridas que lucran con
ella. En esencia son seis grandes empresas transnacionales que controlan
los precios de compra y de venta de los productos agrícolas. Los precios
de la comida se fijan en los centros bursátiles de Chicago, New York
y Londres. Algunos países productores defienden a su población restringiendo
la exportación hasta que sea satisfecha la demanda nacional. Es un
objetivo claro y legítimo: estabilizar los precios internos y asegurar
el abastecimiento propio. Esos precios nacionales son un testimonio
incómodo de los precios reales y estorban el control total de los mercados.
Estando así las cosas,
se reunieron hace unos días, en Berlín, los ministros de agricultura
de 50 países, para debatir sobre el alza, a fines del 2010, de los
precios internacionales en los productos agrícolas básicos. Ante la
asamblea, el infatigable Pascal Lamy, Director de la OMC, hizo méritos
a favor del cartel de la alimentación. Es de esperar que le den empleo,
cuando pierda el suyo. Su intervención atribuyó el alza record de
los precios internacionales de los productos agrícolas a esos limites
a la exportación que algunos países aplican1. Un caso de
lo que en Norteamérica llaman “spin”, que es dismular la verdad
con un falso argumento; una versión del sofisma griego.
“Las restricciones a la exportación
son una causa primaria de la presente y reciente alza súbita en los
precios globales de los alimentos y los países deberían encontrar
otros medios para asegurar el abastecimiento doméstico” dijo el sábado
[22/01] el jefe de la OMC2. “Las restricciones a la exportación
siembran pánico en los mercados cuando diferentes actores ven subir
los precios a velocidad estelar”. ¡Sólo faltó que en lugar de pánico
dijese terror!
El Sr. Lamy parece no comprender
que la súbita alza de los precios en productos agrícolas, reportada
hace tres semanas por la FAO (Organización para la Alimentación y
la Agricultura), no puede atribuirse a unos controles que han estado
siempre allí. Controles que, como él reconoce, son impuestos
para no desabastecer a la población de los países productores y que
– aunque él no lo diga- estabiliza precios agrícolas nacionales
e internacionales. Este último punto es el que más molesta a los carteles
que manejan el comercio internacional.
La propuesta del Sr. Lamy para
responder de otro modo a la garantía de alimentos a la gente propia
es engañosa. Dice “se debe aumentar la producción global de alimentos,
más redes de seguridad social, más ayuda alimentaria y reservas de
alimentos y …exceptuar la ayuda humanitaria de las restricciones a
la exportación.”
Miremos lo de aumentar la producción
global de alimentos. Hay países que hoy deben importar alimentos y
antes vivían de sus campos, hasta que los subsidios a la exportación
de los países ricos arruinó a sus agricultores. Más producción en
países que subsidian empeoraría la crisis rural del Tercer Mundo.
Los altos precios tampoco incentivarían más producción, porque no
obedecen a una mayor demanda ni benefician a los productores. Quienes
fijan y ganan con esas súbitas alzas de precios son otros. Un aumento
de la producción de alimentos para estabilizar precios, tendría sentido
sólo si sucede en países que perdieron su autonomía agrícola. Para
eso, es necesario eliminar los subsidios a la exportación y las ayudas
que distorsionan los precios agrícolas.
Sobre la ayuda alimentaria.
Es bueno recordar que es un instrumento para desplazar y destruir la
producción local. Hay casos en que es una importación impuesta, como
en Guatemala, que debe aceptar una cuota de “ayuda” aunque no haya
necesidad. Otro ejemplo es Honduras, autosuficiente en arroz antes del
huracán Mish. El desastre liberó el ingreso a toneladas de arroz norteamericano,
subsidiado al 80%. Los precios no se recuperaron y la producción nacional
murió. Es notorio el caso de Haití, porque el Presidente Bill Clinton
reconoció su culpa en la destrucción de la agricultura haitiana, cuando
impuso su ayuda alimentaria “manu militari” y obligó al gobierno
de Haiti a obedecer la receta del FMI y bajar su arancel del 35% al
3%; pero esos antecedentes no parecen hacer mella en el Sr. Lamy.
El Sr. Lamy dijo más adelante,
que “es probable que un resultado de [la Ronda] Doha sea que haya
mas alimentos producidos donde pueda hacerse con más eficiencia”.
Allí estaríamos de acuerdo, pero no lo creemos probable. La Ronda
Doha se aceptó por el mandato de eliminar los subsidios que distorsionan
los precios agrícolas; el resultado sería que exportaran solo las
agriculturas eficientes, que son casi todas de países en desarrollo.
Lo que sucede en la realidad es que la Ronda Doha está trabada porque
no se quiere disminuir los subsidios y lo que se pide ahora es más
apertura comercial, mas concesiones en Propiedad Intelectual y Servicios
y menor espacio para políticas económicas nacionales.
La especulación con la comida
El FMI manda austeridad fiscal
a los gobiernos arruinados por pagar las deudas de sus bancos, pero
omite mencionar los subsidios de la Política Agrícola Común europea
-PAC. Tampoco menciona los subsidios agrícolas la nueva mayoría republicana
del Congreso USA cuando pide recortes al gasto público. Hay muchos
privilegiados que ganan dinero con ellos. La austeridad se centra en
quitar protecciones contra la miseria y que coincide con el alza vertical
de precios en los productos alimentarios y una disminución del empleo.
Esta en obra un proceso de
empobrecimiento general causado por prácticas que enriquecen a los
banqueros y especuladores bursátiles globales. El Sr. Lamy y los “lideres”
del G-20 , que acusan las restricciones a la exportación por el alza
de precios, deberían estudiar más de cerca esa especulación que no
mencionan y los medios que usa para hacer subir los precios.
La teoría economía dice que
los precios siguen la oferta y la demanda. Mientras los humanos tengamos
un solo estómago, no puede subir súbitamente la demanda de alimentos.
¿Es que nos van a contar, como en 2008, que los precios subieron por
la demanda de cereales para producir etanol?. Se probó que mentían.
No hubo aumento en la producción de etanol y los precios bajaron tan
súbitamente como subieron, sin aumentar la producción agrícola. Esta
claro que el hambre de millardos en 2008 fue obra de ávidos especuladores
bursátiles.
Los diarios establecidos investigan
poco y repiten lo que sale de las bocas más encumbradas. Las sequías
o las inundaciones no son la causa principal de alzas súbitas y globales
de precios. Tampoco las restricciones a la exportación. Las alzas súbitas
son obra de la manipulación en mercados bursátiles, que es donde se
forman los precios. La existencia física del bien, como digamos, cereales,
no es ni siquiera necesaria para la formación de su precio, porque
en la realidad los cereales ni se compran, ni se venden, ni se entregan:
se cotizan.
Las cotizaciones se suelen
basar en el índice de los fondos para productos básicos3,
que son apuestas sobre el comportamiento bursátil de valores agrícolas
específicos. La manipulación se coordina entre agentes bursátiles
institucionales, instituciones financieras y comerciantes globales.
Se apuesta a la suba o a la baja de un producto específico y luego
se manipula el precio para ganar la apuesta. Para contar la ganancia
basta vender opciones de compra, sin detentar la propiedad de algún
producto existente en alguna parte. También se puede apostar a la baja,
ganando cuando el precio bursátil colapsa, con el llamado “short
selling”4.
Del 2006 al 2008 subieron escandalosamente
los precios de los productos básicos, sobre todo en arroz, trigo y
maíz. La tonelada de arroz subió de $600 en 2003 a $1800 en 20085.
Luego de los disturbios populares que causaron en el mundo, los precios
bajaron tan rápido como habían subido. Otra prueba de que la causa
no era económica.
El informe de la FAO dice que
los cereales subieron un 32% en la segunda mitad de 2010 y que el índice
compuesto de azúcar, carne, leche, cereales y oleaginosas superó en
diciembre los niveles del 2008. Si no se controla la especulación,
esta vez habrá disturbios en Europa.
El papel del dólar
Una causa fundamental de la
inestabilidad de precios es la debilidad del dólar. No puede ser la
referencia de valor comercial una moneda que, en cuatro años, se devaluó
un 400% contra el oro y 60% contra el franco suizo. Esa devaluación
causó perdida de poder adquisitivo a todos los salarios, pensiones
y rentas fijas del mundo, pero también la reducción real de todas
las deudas denominadas en dólares. Por eso, tampoco es admisible que
el país más endeudado del mundo garantice la estabilidad financiera
de los intercambios comerciales.
Es una situación que se agrava
desde 1971, cuando Estados Unidos desconoció sus deudas y renegó el
patrón oro. El dinero y valores emitidos desde entonces por la Reserva
Federal y las entidades financieras que esa respalda sobrepasa largamente
el PIB de Estados Unidos y el mismo Producto Mundial Bruto; es decir
deuda impagable, que Estados Unidos quebró.
Conclusión
Para que haya estabilidad de precios y recuperación económica es indispensable que se substituya el dólar como moneda de referencia y se discipline el funcionamiento de las bolsas de Londres, New York y Chicago. Eso lo debieran considerar -y no lo harán- los capos que se juntan en Davos. Se concentrarán, como siempre, en recetas de prosperidad excluyente, inmediata y personal.
Ginebra, 23/01/2011