A veces ya uno no sabe en qué van a parar las cosas en este mundo, ni sabe con certeza cuál será y dónde se conservará la unidad de medida que se tomará como referencia universal para medir y justipreciar los hechos que ocurren aquí, allá o acullá dentro de las fronteras de los países, y en cuyos límites, según la carta de las Naciones Unidas, rigen los principios inviolables de independencia, soberanía, autodeterminación, y otros que los protegen de las amenazas, la injerencia en los asuntos internos, la agresión, cualquiera que esta sea, y la invasión de su espacio terrestre, marítimo o aéreo.
Cuando pensábamos que después de los horrores desencadenados por tres jinetes del apocalipsis antiterrorista, tristemente célebres por mentirosos y sádicos en el ejerció del poder imperialista como Bush, Blair y Aznar; cuando todo lo ocurrido en estos años de guerras ilegítimas, despiadadas, genocidas, y preñadas de actos criminales de lesa humanidad; cuando todo el trasfondo de la motivación y la justificación para desencadenar tales actos violatorios de la paz había sido revelado como mentirosamente fabricado; cuando todo el mundo conoce los millones de víctimas muertas o heridas o sufrientes por las incontables razones a que son expuestos los seres humanos, en que la destrucción, la violencia, la privación y la inseguridad se convierten en compañía omnipresente días tras días durante años, y sin que se tenga la menor esperanza de cuándo terminará la venganza, el sacrificio y el sufrimiento atroces; cuando todo eso es una verdad reconocida e inobjetable, nos llega, nada más ni nada menos que sancionado por el Consejo de Seguridad de la ONU, un nuevo episodio de guerra, diz que humanitaria, contra un pueblo, en que la prepotencia imperial, la hipocresía y la cobardía de todos sus miembros contribuyeron a engendrarlo, aunque sea doloroso decirlo por el carácter, trayectoria y posiciones de algunos de los países que se abstuvieron.
A partir de ahora, pudiera inscribirse en los diccionarios el término de posición o comportamiento ponciopilatista, válido especialmente en política internacional, mediante el cual algún país, pudiendo evitar lo evitable, y, con ello, consecuencias nefastas para otros o para el mundo, o impedir el acto de sentar precedentes que puedan convertirse en práctica común contra cualquier nación en e fu turo, o al menos, para los que no tienen poder de veto, reafirmar ante la conciencia mundial que la defensa de los principios que aseguran la paz y la seguridad de las naciones bien vale que se levante el brazo a modo de un NO mayúsculo, independientemente de las presiones, cabildeos o conveniencias, que traten de impedir que ese brazo cumpla con lo que la propia conciencia dicta como un acto digno, justo y salvador.
Cuando no se actúa en forma consecuente, de nada sirven las justificaciones de un voto culpable ni valen las mea culpas posteriores ni las exhortaciones para que no se practique el crimen que estaban seguros que se cometería en nombre tanto de los votantes afirmativos como de todos los votantes abstencionistas. Bien clara es la frase de José Martí en el sentido de que “contemplar en calma un crimen es cometerlo”, y pudiéramos añadir que quien no evita un crimen que puede ser evitable dentro de determinadas circunstancias, es tan culpable como su ejecutor, o es su cómplice.
Conociendo la historia de las agresiones imperialistas, con respaldo o no del Consejo de Seguridad, se sabía de antemano que la resolución de ese órgano, dejaba las manos libres a los promoventes y seguros ejecutores de la misma para realizar cuantas tropelías se les antojara.
Al aprobar una zona de exclusión aérea sobre territorio libio, no se estaba proclamando una celeste y paradisíaca región custodiada por ángeles y arcángeles, sino una zona terrífica de inclusión de guerra custodiada por las más sofisticadas naves aéreas de destrucción masiva, agravado por el hecho de que sus acciones agresivas de destrucción cuentan con una impunidad real para la riposta defensiva del país agredido. Por si eso fuera poco, a larga distancia de los escenarios reales, los mísiles de los portaviones yanquis vuelan con su carga mortífera destruyendo lo que la estrategia militar considera pertinente y de necesidad vital.
En fin, la agresión se anuncia y está planificada hacia todas partes, y nunca se sabrá la duración pronosticada. El conteo de las muertes, militares o civiles, ya empiezan a demostrar que las llamadas operaciones quirúrgicas no son asépticas y sí letales para el agredido. Y mientras transcurra el tiempo ya veremos que sumarán cientos o miles. ¿Alguien podrá decirnos si las muertes de militares y civiles libios, poseen una sublimación especial por provenir de la llamada “coalición comunitaria” extranjera, y si es mucho más justificable y beneficiosa para el derecho humano a la vida, en comparación con las muertes inevitables que ocurran entre los dos bandos combatientes por intereses encontrados en su propio país?
Ante la realidad que ya vivimos y viviremos, los académicos de la lengua debían inscribir el término ponciopilatista en una nueva edición del diccionario general o en un glosario especializado sobre política, cuya definición sea la siguiente: “Dícese de cualquier país perteneciente a cualquier organización internacional con la misión de preservar la paz y que, a pesar de no creer a otro país merecedor de un tratamiento agresivo, deja la responsabilidad de la suerte y de la muerte de ese pueblo en manos de fariseos imperiales, y, luego, con declaraciones inconsecuentes de lamentos, como si se tratase de un nuevo Pilato redivivo y moderno aunque exactamente igual al antiguo procurador romano de Judea, expresara: “Soy inocente de las muertes que mi actitud provoque en ese pueblo, vosotros, los prepotentes promotores y ejecutores, responderán de ellas”.
En conclusión, en Libia se ha iniciado una nueva lección de la historia, y como ocho años atrás en Irak, se han juntado otros tres jinetes del Apocalipsis para librar su guerra: Obama, Sarcozy y Cameron. Nombres distintos, con misiones imperiales iguales, los mismos métodos guerreristas y el mismo lenguaje prepotente y corruptor de la verdadera significación de las palabras.
Esperemos. Un día las cosas tomarán mejor camino: ¡ya lo verán!
wilkie.delgado@sierra.scu.sld.cu