Semanas atrás malinterpreté la posición de David Paravisini, ex embajador en Libia, sobre el conflicto en ese país. Él mismo la aclara: "La del pueblo libio es la tragedia de las tragedias. De una gesta de luchas por la soberanía y la autodeterminación al inicio de la era Gadafi, que marca épocas gloriosas, a los grotescos espectáculos de los últimos años, con entreguismo y claudicación de los principios del famoso Libro Verde.
Hasta finales de los 90 Gadafi se caracterizó por un nacionalismo independiente, con un Estado fuerte y centralizado, y alto porcentaje de apropiación de la renta externa petrolera y de inversión de esos recursos en infraestructura y servicios para el pueblo libio. Libia se colocó a la cabeza de los movimientos pro Palestina. Por más de una década acompañó y dirigió acciones terroristas propalestinas.
Propagó las tesis socialistas panárabes de Gamal Abdel Nasser, practicó la solidaridad con países pobres y se convirtió en líder de las luchas de los no alineados.
El auge de esta gesta llevó a compatriotas como Pedro Duno, Núñez Tenorio, Domingo Alberto Rangel y a Maruja Tarre (¡!) a convertirse en propagadores del Libro Verde para Latinoamérica. Este proceso no era revolucionario, aunque sí con alto contenido de modernidad relativa al mundo árabe, democracia directa, solidaridad con el entorno regional, reconocimiento de la organización ancestral tribal como base para la gobernabilidad y apego al Islam como doctrina de vida, gran porcentaje social de la inversión estatal, entre otras.
Ya para el 2000 casi todas estas características no sólo habían desaparecido, sino que se desarrollaron en contrario. Declarado el liberalismo (privatizaciones), entrega de toda la información relativa a las acciones terroristas, devolución de las propiedades e indemnización a los judíos, apertura a revisión de los armamentos a EEUU para identificación de material como armas de destrucción masiva, desplazamiento y segregación de tribus y clanes no afectos a la tribu kadafa, entrega a las costumbres occidentales, renuncia pública a la condición de árabe, cosificación del gobierno de las mayorías o de las masas (Yamahiriya) y prescindencia de las instancias de los congresos y comités populares como medios para la democracia popular.
A esa voltereta se suma el decaimiento de la gestión y empeoramiento de la calidad de vida, de los servicios y el desempleo. Esta traición de Kadafi al pueblo libio es lo que produce la debilidad del régimen y propicia, en un ambiente reclamos, renovación y reformas en el mundo árabe, la lucha fraticida que hoy se adelanta. A la lucha intestina tipo guerra civil entre clanes y tribus se agrega un profundo rechazo a la gestión.
Ese pueblo lucha por liberarse de un régimen que se convirtió en oprobio, pero no puede impedir ser la víctima de la voracidad de EEUU y los europeos, sus nuevos verdugos. Tal vez el enfrentamiento interno cese a la salida de Gadafi, pero comenzará una lucha aún más difícil y larga contra la ocupación occidental.
Hay que denunciar el caradurismo de EEUU y los europeos, defender el derecho de los libios a resolver sus asuntos, rechazar la invasión extranjera y solidarizarnos con ese pueblo. Hay enseñanzas para el proceso que vivimos en Venezuela, pero eso lo dejamos para la próxima".