Hombres y mujeres que a lo largo de la historia de la humanidad de los últimos cincuenta o sesenta años no han hecho nada significativo, pese el boato y la facilidad en que viven. Ocupados sólo en deslumbrar al mundo por el lujo que derrochan y la vida licenciosa que muchos llevan. Reyes que no teniendo nada significativo qué hacer, sin hora para acostarse o levantarse, se la pasan todo el día pegados a la copa, como aquel José Bonaparte, hermano de Napoleón a quien llamaron Pepe Botella, quien nunca pudo hacer el cuatro. Por eso, en jornadas de Jefes de Estado, donde suelen colearse para justificarse ante el mundo y sus pueblos, se les van los tiempos y pronuncian improperios, que les perdonan porque “son vainas de borrachos”. Por eso, antes de esas reuniones “iberoamericanas”, a las que asista Chávez, se debe exigir a cada quien, antes de entrar:
“¡Vamos chavá, por Jesú, haga el cuatro!”
Príncipes que no trabajan, nada digno hacen y sólo se les nombra cuando viajan de visita a algún gobernante, un fingir que de algo se ocupan, porque aquéllas en nada se traducen, pues no son jefes de Estado, ni ocupación tienen; al salir de paseo en sus lujosos yates y a que les pesquen, porque esa actividad no se aviene con sus refinados modales y olfato. Siempre de vacaciones, de verano, invierno o cualquiera sea la estación y metidos en desfiles de modas, donde se apretujan a las pasarelas.
A una revista, en España, cerraron y su director encanaron porque, aparte de otras cosas, sugirió que el príncipe de Asturias nunca ha trabajado. ¡Vaya secreto! Hijo de gato …..¡Ah! Porque a ellos, según sus leyes ni con el pétalo de una rosa. Nadie puede decir que son inútiles aunque sea un hecho demasiado evidente. Claro, de lo contrario no habría príncipes, princesas, reyes, reinas ni ningún flojo y aprovechador de tal pedigrí.
Esas pequeñas cosas, no obstante, quitan el sueño a muchos. Decir eso no es una simple manera de hablar. A muchachas, porque los hombres al parecer dejaron de soñar con eso, por culpa de su machismo, que suspiran por un príncipe encantado que le bese, despierte de su pesadilla y le saque del hastío y hasta el hambre. Le llene de joyas, vestidos exquisitos y la lleve de paseo y farra eternos. Que el día y la noche se unan para que la fiesta nunca se acabe. Aunque sea un cero al lado de otro cero pero con los reales de otros.
Pero quitan el sueño a muchos, más de lo que uno se imagina. La televisión, no solo la europea, empezando por ese monumento a la mediocridad, mal gusto y ridiculez que es la española, sino la del mundo capitalista todo (¡digo yo! ¿Quién sabe?), se encadenó a trasmitir la boda de dos jóvenes de quienes el mundo nada ha recibido y, seguro, nada habrá de recibir y menos esperar.
Acá en América, la cosa fue peor; porque lo de quitar el sueño, no fue un simple decir o un poema, sino la más pura realidad. Soñadores en pajaritos preñados, se trasnocharon para ver dos sombras, en plena madrugada, en un espectáculo ridículamente lujoso, de mal gusto y alienante.
¿Qué significan aquellos dos jóvenes, a quienes eximimos de culpa, para la juventud del mundo? ¿Qué lección digna se saca de aquello?
Las monarquías, donde ellas se encuentren, de por sí, por su forma de ser y su historia, son el residuo y símbolo de la injusticia en el mundo, de odiosos privilegios de nacimiento e injustificados; contra ellas se han producido los movimientos e ideas que han movido al mundo desde el Renacimiento para acá. Entonces siendo así, porque quitarle sueños pertinentes, en sentido figurado y en la verdad verdadera, a los jóvenes, con esos mensajes ridículos y falsos.
¿Saben por qué? Porque aparte del negocio de la transmisión misma y del cual las coranas suelen sacar buenos dividendos, pues no es la honorabilidad su consigna y si el obtener ganancias, interesa bajear a la juventud para que sueñe no con “asaltar el cielo”, como los combatientes inconformes y conscientes, sino con príncipes y princesas que aparecen en alcobas, barracas, al lado de camas, hamacas y hasta catres, en plena madrugada, a repartir besos y despertar en la felicidad.
Como “en una noche tan bella como ésta”.
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