Benjamín Netanyahu, todo blanco y seguro que en su patio estaba, en el mismísimo Congreso de Estados Unidos, haciendo gala de su refinado inglés, como evaluó alguna prensa, le dijo sin eufemismo alguno, ni cuidadoso estilo diplomático, pero sí con la “guapetonería” habitual, tajantemente ¡NO!, a la propuesta de Obama de volver a los límites de junio de 1967, como condición para un acuerdo de paz con Palestina.
Es decir, Netanyahu, fue allá, a Washington y le ladró a Obama en su propia cueva. No le importó un pito que éste fuese el presidente de los Estados Unidos de América, supuesto jefe de la CIA y de la señora Clinton. Y lo que es más grave, y de ahora debe llamarle la atención a quienes suelen llevarse por cuentos de caminos, el Jefe de Estado de Israel, punto por punto negó lo solicitado por Obama, mientras cada cierto tiempo, era “interrumpido por aplausos de las dos alas del congreso norteamericano.”
Esto último dijo la prensa. Pero si se observa el video, uno constata que quien redactó lo que hemos citado, fue demasiado comedido o discreto, pues omitió en gran medida lo que allí aconteció.
La verdad fue que a las palabras de Netanyahu, cuando negaba cada punto de lo relativo a la propuesta de Obama, casi todo el congreso, por no pecar de exceso, no sólo aplaudió con euforia, sino que se ponía de pie para darle mayor énfasis al respaldo. Lo que es lo mismo que mandar para la porra la proposición del presidente.
Netanyahu, un “extranjero”, de paso de un país pequeño y hasta “protegido” de Estados Unidos de América, desautorizó al presidente de éste “en su propia casa y frente a la gente suya”. Algo insólito, nunca visto y por demás inédito.
¡Viva Netanyahu, muera Obama!, parecían decir aplausos y puestas de pie.
Demócratas y republicanos, éstos últimos copartidarios de Obama, mayoritariamente se acordaron, por lo menos esa tarde, para respaldar la política de la coalición extremista gobernante de Israel, contra la iniciativa de aquél para lograr la paz, en una parte del mundo donde la guerra es el pan de cada día.
Obama, de quien uno todavía no entiende por qué le dieron el premio Nobel de la paz, no ha hecho otra cosa que hacer lo que ordenan quienes optaron por aceptar su llegada a la oficina oval. Lo que es lo mismo ponerse al servicio de los sacerdotes de las guerras.
“Está bien” dijeron los tipos que controlan los sanedrines, todavía encapuchados, “no le pudimos parar. McCain, más que un intento frustrado, fue un verdadero bacalao”.
“Usted ganó, no hay forma de negarlo. Le aceptamos y hasta premios le daremos, si deja que las vainas sigan como vienen y no intenta meter su cucharada y nariz.”
Obama, que no es bruto, por algo llegó hasta a hablar con el niño Jesús, entendió el mensaje claro y contundente de los sumos sacerdotes.
“A sus servicio estoy. Díganme en qué y cómo servirles y lo haré sin chistar ni buscarle las cuatro patas al gato. Demasiado hermoso es este sueño para interrumpirle.”
Quienes creyeron en él; pensaron en el afrodescendiente partidario de la paz, solidario con quienes temían perder todo, se dijeron con encantadora pero ingenua fe, “por fin nos llegó alguien enviado del reino de los cielos”.
Celebraron y anunciaron el cambio. Hasta enviaron emisarios a los cuatro puntos cardinales que el ungido a la Casa Blanca había arribado.
“¡Dios nos salve la parte”!, dijeron en plegarias, condenados, temerosos, amenazados del mundo, invadidos y hasta embargados.
Obama mismo, quien en principio se creyó el cuento, no pensó que aquello sólo era un sueño, ofreció villas y castillos, juegos florales en vez de guerras y en Trinidad, que de allí en adelante, todo sería distinto para América Latina. Otros más ilusos que él o en exceso avispados, le ungieron como Dios de la Paz.
Como en la canción mejicana se dijo “ha llegado quien ausente estaba”.
“Lo único que pido, es que pasemos la página y olvidemos el pasado.”
Aún resonaban sus palabras en el espacio de nuestra isla vecina, cuando tumbaron a Zelaya. El pasado no quedó en el olvido sino que se nos vino encima.
Todo lo demás es resabido. A Obama le cogieron de gallo careador y trompo servidor, tanto que Netanyahu, se dio el lujo de caerle a “quiña” impunemente en su propio patio. Mientras “sus barras aplaudían entusiasmadas al contrario.”
El poder no está en el trono y menos en cómodo sillón de la oficina oval de la Casa Blanca, sino en oscuros sanedrines. Donde se vende al contado y por cuotas; bate el cobre, plata, oro y cuánta falta hace “pá mandá.”
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