Recientemente tuve la oportunidad de leer de nuevo el “Proyecto Camelot”, elaborado y financiado por los departamentos de Estado y de Defensa de los Estados Unidos en el año 1964, cuya ejecución tendría una duración de cuatro años, a un costo de millón y medio de dólares anuales, como parte del plan diseñado, por el gobierno de esa nación, para la dominación de Latinoamérica.
Lectura que me indujo a recordar la interesante discusión que se había llevando a cabo en América latina, desde comienzos de los años sesenta, sobre todo en el mundo académico, con el propósito de establecer las razones que explicaban la dependencia y el subdesarrollo latinoamericano; así como también, sobre la posibilidad de formular lineamientos teóricos generales, para el diseño de un nuevo modelo de desarrollo de la región.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), fue la institución que promovió dicho debate y, con ella, o mejor dicho junto a ella, el Instituto Latinoamericano de Planificación Social (ILPES), la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), serían -entre otras- unidades académicas que servirían de escenario a dicho foro.
Para ese entonces, se había arraigado con mucha fuerza la creencia de que la única manera de imaginar el futuro de la región era relacionándolo con las “leyes” y “principios” del capitalismo. Por lo que, la orientación de las políticas del “cambio social” estuvieron orientadas a encontrar la vía que permitiera transitar, de una “sociedad tradicional a una moderna”, de “una sociedad feudal a una capitalista”.
Transición que entrañaba, en su interior, una contradicción determinada por el choque de intereses entre los sectores oligárquicos y burgueses. Choque que pondría en “riesgo” la estabilidad política y la consolidación del “capitalismo periférico”, en Latinoamérica.
Pues bien, es en el marco de esta contradicción donde debe ser inscrito el “Proyecto Camelot”. El mismo, fue concebido como un estudio de la región con el propósito de establecer los lineamientos generales para el diseño de las políticas de “cambio social”, para los países en “vías de desarrollo”.
Entre sus principales objetivos puede destacarse: “proyectar procedimientos para evaluar las situaciones potenciales de guerra interna en sociedades nacionales; segundo, identificar con mayor precisión las medidas que un gobierno pueda tomar para mitigar las condiciones que se juzguen favorecedoras de la guerra interna; y tercero, evaluar la posibilidad de establecer las características de un sistema destinado a obtener y utilizar la información básica necesaria para hacer todas las cosas necesarias…”.
No hay ninguna duda. El “Proyecto Camelot”, fue un plan del imperio para profundizar su intromisión en los asuntos internos de nuestros países. Sus propósitos políticos fueron expuestos de manera precisa, clara y contundente. Constituyó una flagrante violación de la soberanía y libre determinación de los pueblos latinoamericanos.
La mayoría de la comunidad científica del hemisferio alzó su voz de protesta, manifestó su rechazo a dicho proyecto. Recordamos –entre muchos otros- a Torcuato Di Tella, Jorge Graciarena, Aníbal Quijano y, a nuestro compatriota, el Maestro Rodolfo Quintero.
La “modernización” y el “desarrollo”, basados en la consolidación de la “burguesía nacional”, como clase dominante, fueron objetivos alcanzados para la colonización del poder interno. Pero, la dominación absoluta del poder en el hemisferio requería la implementación de una nueva tarea: la dominación vía el pensamiento.
Con el “Proyecto Camelot”, Estados Unidos, esperaba lograr tal objetivo. Por lo que, la penetración imperial, dio inicio a una nueva estrategia: la colonización del saber.
Profesor ULA
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