Luego de terminar la Segunda Guerra Mundial,
el mapa geopolítico del mundo comenzó a cambiar de color hacia el rojo. A
medida que pasaba el tiempo, más zonas geográficas abrazaban, por una u otra
vía, el sistema socialista de inspiración marxista, identificado hacia finales
del siglo pasado como socialismo real. Éste no debe ser confundido, por lo
menos en su deber ser, con los sistemas socialdemócratas imperantes en Europa y
en otras naciones, aunque las diferencias en algunos casos no sean muy grandes.
El socialismo marxista está descrito como una etapa de transición y se trata no
sólo de una forma de gobierno, la dictadura democrática del proletariado, sino
de un modelo económico que supuestamente comienza a desplazar al modelo
capitalista en su vía hacia el comunismo. La social democracia, en cambio, es
fundamentalmente una forma de gobierno dentro del régimen capitalista.
Para 1945, la gran extensión de la Unión
Soviética ya era roja y, a pesar de las calamidades de la guerra, vivía un
momento de triunfo y expansión al haber derrotado al nazifacismo; la acompañaba
la República Popular de Mongolia. Luego de la guerra, la URSS incorpora al
color rojo del mapa a la Europa Oriental: Hungría, Checoslovaquia, Polonia,
Bulgaria, Rumanía, Yugoslavia y la mitad de Alemania, entre otros. Para 1949,
se agrega China al rojo del mapa, luego del triunfo de Mao; más adelante, Corea
del Norte, Cuba, los pueblos de la península de Indochina (Vietnam, Laos y
Cambodia) y algunas naciones africanas como producto de sus luchas anticoloniales.
Chile, Nicaragua y Granada fueron parte de este crecimiento en nuestra América,
aunque sólo por muy poco tiempo. El mapa era rojo, así como en algún momento
había sido rosado, cuando Inglaterra colonizaba a una buena parte del mundo,
sólo que en el caso descrito no se trataba de ninguna colonización, por lo
menos no en el sentido tradicional de lo que se consideran colonias.
Con algunos reveses, la situación permaneció
más o menos estable hasta la última década del siglo XX, cuando la tendencia
creciente no sólo se frenó sino que se revirtió totalmente con la caída del
socialismo real. El mapa dejó de ser rojo y hubo quien proclamó la llegada del
“fin de la historia”, queriendo ilustrar que se trataba del triunfo definitivo de
la hegemónica capitalista monopólica, sin enemigos importantes y por lo tanto
sin conflictos. La humanidad supuestamente había alcanzado la última formación
económica social viable, imposible de ser cambiada por otra mejor; nacía un
mundo “unipolar” con EEUU a la cabeza y el marxismo había sido totalmente
derrotado. Poco duraron las alucinaciones, como el propio autor de la hipótesis
posteriormente reconoció.
Las contradicciones entre los pueblos atrasados
y las potencias imperiales, así como las existentes entre las naciones en
desarrollo y esas mismas potencias, se hicieron protagónicas en el escenario
mundial con gran fuerza, acabando con el “mundo feliz” que se había anunciado.
China, Rusia, el sudeste asiático, Brasil, India, constituyen parte de esa
lucha, diferente de la que existió en el mundo polarizado del pasado, pero
luchas nacionales importantes al fin y al cabo. Otro tanto ocurrió con varios
países latinoamericanos, Venezuela entre ellos, y ocurre con gran beligerancia en
algunas naciones del mundo árabe: Túnez, Egipto, Yemen, independientemente de
la claridad de los conductores políticos de estos combates, de las distorsiones
y desviaciones de los distintos procesos, de sus peculiaridades internas y de
sus fuerzas.
A pesar de lo anterior, indudablemente que el
mundo se derechizó y el imperialismo internacional pudo efectuar avances
importantes en su control económico, político y militar. Si bien se equivocaron
quienes celebraron su triunfo omnímodo, se equivocan también quienes profetizan
su inmediato desplome. Tiene ocupados a Irak y a Afganistán, muy sometido a
Pakistán, agrede militarmente a Libia, desestabiliza a Siria, amenaza y hostiga
a Irán, mediatiza las luchas en Egipto, Túnez y Yemen; controla a Arabia
Saudita, apoya a Israel en la matanza del pueblo palestino, no afloja en Cuba,
intimida a Venezuela, tortura impunemente en Guantánamo y Europa oriental y se
pasea militarmente en forma amenazadora por mares, océanos y cielos.
No se trata de producir temor con este
relato, sino de conocer realmente las capacidades del enemigo y de no
subestimarlo en forma alegre. Para enfrentarlo, se requiere de la unidad
nacional de todos los susceptibles de ser unidos, como enfatizó Mao refiriéndose
al frente anti-japonés. El tema de las recientes sanciones imperiales contra
Venezuela no puede tratarse sólo para sacarle partido electoralmente; hacerlo
en esa forma es irresponsable y traiciona los intereses patrios.
La Razón, pp A-5, 19-6-2011, Caracas