No necesito
silencio,
yo no tengo en qué pensar.
No necesito silencio,
yo no tengo en qué pensar.
Tenía, pero hace tiempo,
ahora ya no tengo más.
Tenía, pero hace tiempo,
ahora ya no tengo más.
El verso sencillo transita la soledad del recuerdo. Una reiterada nostalgia evoca un entonces. Un pasado anida en una soledad contundente. La voz de Facundo transitó 165 naciones. La Canción Necesaria ahora anda de luto. Las balas se estrellaron contra la Fe. En el barrio más de un camarada lo imitaría para que la memoria no se extraviara. El verso se hizo fiel compañero de batallas.
El sarao de Facundo Cabral comenzó en la cárcel. Cuatro años de presión le dictaron por haberse robado tres botellas de licor. “Por supuesto me escapé mucho antes”. “Pero allí vino el primer regalo porque en la prisión había un jesuita y allí empezó la fiesta…” El cura lo condujo a un lugar en el cual no pelaría con ninguna persona: la biblioteca. Aquel religioso de la Compañía de Jesús sacó una humilde caja con el abecedario y te dijo con las vocales solas no haces nada, tampoco con las consonantes solas se puede construir nada. Pero si juntas unas y otras haces maravillas. Hemos vuelto a recorrer tu anecdotario magistral, tu canto sereno, tu compromiso de mensajero de la paz. Todas las patrias reclaman ante este crimen atroz, impensado, súbito. Se trastocó la alegranza de vivir. Pero “llorar por la muerte es faltarle el respeto a la vida”.
efrainvalen@cantv.net