El imperialismo, con su multipeligrosidad exacerbada, sigue internándose en el tramo inicial de su ocaso irremediable. Desenmascarado hasta en los “oscuros rincones” del planeta, prescinde de zarandajas tales como democracia, libertad, derechos humanos y otros taparrabos –los sigue nombrando, pero ya sin convicción ni énfasis– y fía su desesperación a la sola fuerza bruta. Los instrumentos de muerte y exterminio constituyen cada vez más su lenguaje, adobado hoy por el gagueo de los lacayos subimperiales, la fría sonrisa de una sayona rubia tan letal como su antecesora y el tomismo (de tío tom) de un afrodescendiente nobelizado y sinvergüenza, todos piezas de la historia del crimen.
La guerra, fuente de negocios del imperio yanqui, gran motor de su economía
y actividad profesional de la que nunca toma vacaciones, y para la cual gasta más que el resto de los países en conjunto, curiosamente no lo ha convertido en una Esparta contemporánea. Desde la segunda guerra mundial, cuya victoria se arroga aunque en verdad sólo tomó parte oportunista (y bien remunerada) de un lauro que corresponde fundamentalmente a los pueblos de la entonces Unión Soviética, no ha dejado un día de guerrear –siempre agrediendo–, pero apenas si les ha ganado, no sin encarar digna resistencia, a nuestras caribeñas hermanas República Dominicana y Granada. Proezas heroicas. Y ahí lo vemos empantanado en sus nuevas empresas de bandidaje y rapiña.
Y hasta los golpes de estado, con los cuales siempre había obtenido la satisfacción de su voluntad, se le han convertido en huesos de roca. El presidente Chávez se lo revirtió, en unidad de pueblo civil y armado; Evo y Correa, también pueblos en ristre, le desbarataron sus intentos; y el “triunfal” contra Zelaya se ha vuelto un mismísimo corozo: ha despertado a un pueblo que tenía muchas décadas dormido y que ahora lucha, se organiza, alumbra su conciencia, afina sus objetivos y es el sostén de un líder en creciente proceso de consecuencia y compromiso.
En Nuestramérica, por entre el bosque entrelazado (Carlos Augusto León a la memoria) del sistema electoral burgués, se han seguido colando gobiernos progresistas, con grados diversos de profundidad social y decisión política, pero anatemas para el bloque de poder en decadencia. Y ello es así aunque en Chile, de manos de una dirección “socialista” sin el espíritu de Allende, se haya repuesto o remachado, ahora con arreo “democrático”, el pinochetismo, cuyo talante represivo ya es moneda corriente para estudiantes, obreros y mapuches. La última elección, la de Humala, superador de una guerra sucia de máxima intensidad y producto esencial del sector de peruanos más humillados y excluidos, ratifica la tendencia.
¿Cuánto querrá o podrá avanzar Ollanta? En la izquierda hay interrogantes o temores debido al apoyo recibido de connotados sectores derechistas. Mas si recordamos las afirmaciones expuestas durante el curso de conformación de su liderazgo, así como la capacidad combativa del pueblo de Túpac Amaru y José Carlos Mariátegui, sólo nos quedarían por despejar las incógnitas relativas a la posición de las Fuerzas Armadas y al tino del líder para construir su equipo y surcar corrientes procelosas.
Citaré algunas de esas afirmaciones:
“Una cosa es pasearse por el interior del Perú y otra muy distinta es convivir con esta población sedienta de justicia que vive al margen del Estado. En esta circunstancia, fui enviado a servir, más que a mi país, al Estado peruano. Con el tiempo me he dado cuenta de que, en esta guerra interna, no servíamos al país sino a un Estado cuyos sucesivos gobiernos han favorecido a determinadas minorías”.
“Me doy cuenta de que he defendido a un Estado privatizado por los sectores económicos más poderosos del país, que responde a sus intereses; a un Estado colonizado por una clase política extraviada moralmente y puesta al servicio de esos grandes intereses”.
“El cambio es una necesidad que se siente, se respira; y no sólo en el Perú (que) está destinado a ser parte de esa gran corriente de cambio, de construcción de una alternativa al modelo económico neoliberal y de consolidación de un proceso de integración latinoamericana, sin ningún tipo de injerencias ni subordinaciones”.
“Construir una democracia (…) que sea capaz de resolver los problemas de los de abajo, de esa mayoría de peruanos, peruanas y de nuestros hijos; construir un Estado que no discrimine a sus ciudadanos”.
Hay claridad. Hay espacio para la esperanza.
En cuanto al área militar, ella no ha escapado a la primacía inducida de los sectores retrógrados y mediatizados, pero también ha producido manifestaciones de avanzada. Recuérdese que de allí surgieron oficiales patriotas encabezados por el general Juan Velasco Alvarado, un seguidor de las huellas nuestramericanas de Luis Carlos Prestes, Marmaduke Grove, Juan Domingo Perón y Jacobo Árbenz; coprotagonista de la siembra de dignidad encarnada en Francisco Caamaño, Omar Torrijos y Juan José Torres, y precursor de Hugo Chávez y la Revolución Bolivariana.
Si el líder traza y organiza caminos liberadores y logra forjarse el necesario encuentro de pueblo civil y en armas, es dable esperar que en el Perú comience a relumbrar de nuevo Inti, el Sol de sus hazañas ancestrales.
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