¿Una vez más la sociedad civil traicionará a su juventud?

Pese a que la juventud ya demostró que la democracia verdadera no puede privatizarse, la sociedad civil y el mundo político mantienen vivo el miedo a la libertad que les infundió la dictadura militar.

“LE TENGO TERROR a los plebiscitos”; la frase pertenece al inefable senador designado y carcamal político, Carlos Larraín, cuya posición clasista y neoliberal ad infinitum también habría provocado disensos en la corte del monarca francés, Luis XV, llamado le Bien-Aimé (el Bien Amado). Así de extemporáneo y ahistórico es este parlamentario con fórceps, que además ejerce como presidente de Renovación Nacional, partido político que es hijo pródigo de los sediciosos y golpistas Víctor García Garzena y Sergio Onofre Jarpa.

Pero, no sólo el ‘presbítero’ Larraín siente pánico por los plebiscitos, pues también se aterran con ellos muchos dirigentes de tiendas concertacionistas e, incluso, varios miembros de organizaciones políticas extra parlamentarias que han mostrado audacia en planteamientos constitucionales y económicos. Es lo que Erich Fromm llamó “El miedo a la libertad”, un siempre vigente estudio sicológico respecto de los mecanismos de evasión utilizados por el hombre moderno, a lo que no escapa ni por medio milímetro el mundillo de la política partidista, especialmente el nuestro.

Esos mismos temores a la libertad y a conocer de primera mano la opinión del pueblo, han sido los elementos que con mayor enjundia aliancistas y concertacionistas estimularon durante dos décadas. Pero, en sus lenguajeos como en las verborreas discursivas afirmaron exactamente lo contrario. Con tales píldoras mantuvieron  adormilada durante años a la población nacional, hasta que surgió un elemento que no han controlado: la Internet y las redes sociales. Para ambos conglomerados, la principal razón política pareciera ser aquella vieja frase de “todo para el pueblo y por el pueblo, pero sin el pueblo”. Lo reafirmó –quizá “se le chispoteó”, como diría el Chavo del Ocho- el ministro Pablo Longueira cuando dijo que este gobierno (y él, en su calidad de autoridad ministerial) deseaba lograr la máxima participación ciudadana. No obstante, al momento de hacer referencias a un probable plebiscito en materias tan significativas como la educación, sin ambages manifestó que los plebiscitos eran asuntos que ‘destruían la democracia’ (aunque meses atrás él mismo había sugerido un plebiscito para dirimir el asunto de “mar para Bolivia”).

Cuando Longueira habló, ya había crecido la movilización estudiantil y el gobierno sentía, por primera vez en su administración, que el piso se movía bajo sus pies al mismo tiempo que la aprobación ciudadana a la conducción de Sebastián Piñera iniciaba un rápido descenso. Si durante más de una década el mundillo político fustigó a los jóvenes por no participar en materias públicas ni interesarse en los aspectos republicanos de las mismas, la respuesta que la muchachada comenzó a exteriorizar fue un verdadero mazazo en pleno corazón de las cúpulas partidistas. Lo que en un primer momento pareció ser sólo un gemido de alerta, se transformó finalmente en pánico.

En este momento, el conflicto superó el aspecto netamente estudiantil/educacional y creció convirtiéndose en un masivo movimiento social de amplias impetraciones. Más que el gobierno, e incluso más aun que el duopolio binominal, es el sistema quien ha entrado en crisis evidenciando síntomas de una enfermedad altamente riesgosa para cualquier ‘ismo’: le ha atacado el “virus democrático”…y el agente transmisor fue el mundo juvenil, los estudiantes secundarios, los universitarios. Para el duopolio y para el sistema mismo, se trata entonces de un jaque al rey.

MECANISMO DE RECUPERACIÓN DEL SISTEMA

Es lo que en estricto rigor comienza a operar no bien se produce una disfunción social y/o política que pueda causar el derrumbe de las estructuras vigentes. Ese mecanismo -que poseen todos los sistemas- se caracteriza por su capacidad para revertir situaciones anómalas o disfuncionales convirtiéndolas en parte activa, positiva, del conjunto de funciones que conforman el corazón del andamiaje.

El mecanismo en comento ha sido puesto a prueba exitosamente miles de veces. Recordemos, por ejemplo, lo acaecido con Ernesto ‘Ché’ Guevara, quizá el más disfuncional de los personajes según la óptica capitalista. En pocas décadas, el sistema lo transformó en ‘negocio’, en ‘comercio’, en ‘moda’, mediante la venta de poleras, boinas, discos, CD’s, posters, etcétera. El marketing del capitalismo, prontamente, comercializó su estampa cual si fuese una especie de rockero metalero cuyo rostro –muchas veces junto a un boceto de Jesús, a fotografías de James Dean, Santana o Bob Marley-  fue adosado a las paredes de las habitaciones de millones de adolescentes que, en estricto rigor, poco y nada conocían de sus escritos, discursos y pensamientos. Cuando el ‘Ché’ –su recuerdo, su acción, su mensaje- comenzó a ser vendido en ferias y locales comerciales cual si se tratara de una producción musical o cinematográfica (vale decir, desde el momento en que se le mimetizó con los artículos de moda en el mercado), el sistema supo que tenía ganada la batalla pues había transformado en ‘funcional’ a un personaje que durante años fue una muy preocupante ‘disfunción’.

Algo similar ocurrió en Chile con el movimiento ‘pingüino’ el año 2006. Millones de jóvenes se tomaron las calles y las plazas. El país entero se sintió convulsionado y sorprendido (gratamente sorprendido, en verdad)  por la capacidad organizativa de la muchachada. Pero, cual azúcar bajo la lluvia, ese movimiento se deshizo, fue engañado y, finalmente, retornado a las capas interiores del sistema. Hoy es casi solamente un grato recuerdo de una disfunción sin producto final. El comercio lo amansó y lo amasó, transfigurándolo en artículos de liquidación de retail, en ‘zonas pingüinas’ de comida chatarra, en caleidoscopio periodístico de programas matinales televisivos, en la sombra de la luna sobre el lado norte del charco…ergo, en cualquier cosa que le borrase los perfiles de potencial amenaza para el establishment.

Sin embargo, a pesar de los pesares, lo que el sistema no logró derrumbar fue la ideología que dormitaba bajo las capas mediáticas de ese movimiento, pues de alguna forma, en una u otra medida, es ella –la ideología- por pequeño volumen numérico y alcance nacional que pareciese tener, quien mantuvo viva las brasas de la rebeldía y la razonable argumentación de la protesta. Un lustro más tarde, esas brasas volvieron a arder y el fuego se reavivó. Nuevas generaciones –hijas del vértigo virtual- tomaron las viejas banderas, pero esta vez la crítica apuntaba a la universalidad del sistema y de la política que lo ampara, independiente del color o del partido, superior a la verborrea mentirosa de los parlamentarios y, además, sólida acusadora de la falacia perenne publicada por la prensa oficial.

No obstante, hay un problema…un serio e indesmentible problema. Lo describí hace algún tiempo en un artículo publicado por la revista POLITIKA y por www.laizquierda.cl, asunto que provocó más de alguna discusión pero que, pasados los días y las semanas, comenzó a desnudar su realidad confirmando lo ya comentado. “Tal vez, mucho cacareo para tan poco huevo”, me escribió un amigo, refiriéndose a los logros concretos que hasta este instante pudiese haber conquistado esta masiva, emotiva, larga y magnífica movilización de estudiantes. A riesgo de aburrir, me permito plagiarme a mi mismo transcribiendo algunas líneas de aquel artículo: “Sin sustento ideológico el pueblo no construirá un nuevo Chile”:

“Ningún movimiento masivo perdura en el tiempo -ni logra objetivos políticos mayores- si no se sustenta en una base ideológica determinada, pero debe ser una base ideológica que cuente con aceptación mayoritaria y consciente en la población. Es por ello que empresarios como Lavín, Hinzpeter y el propio Piñera, se esmeran en repetir hasta la saciedad  que las movilizaciones estudiantiles se están ‘ideologizando’, pues de ese modo creen poder evitar lo principal: es decir, impedir que realmente se ideologicen, ya que ocurrido ello es un  hecho de la causa que el gobierno se iría por el excusado rumbo a la alcantarilla política. Y en el Chile actual no se tratará solamente del gobierno sino, específicamente, del sistema mismo, arrastrando incluso a las tiendas partidistas que conforman la hoy desaliñada Concertación.”

Un viejo amigo (y eso de ‘viejo’ no es una metáfora), médico y guitarrista, comentó el artículo anterior enviando su opinión a una de las páginas electrónicas que reprodujeron la publicación de POLITIKA.

“Las pequeñas victorias logradas con pequeños estallidos siempre son disfunciones que el sistema logra recuperar con rapidez. Solamente una movilización permanente basada en una ideología sólida y compartida por las mayorías es lo único que asegura el triunfo del pueblo”. Excelente párrafo el del articulista y lo comparto plenamente. Soy un médico ya viejo. Tengo 76 años y he visto desfilar cientos de movilizaciones y de esperanzas. Todas ellas fracasaron y no sirvieron de "lección para las futuras generaciones" porque cada generación creó su propio escenario. Por eso concuerdo con el autor del artículo ya que es imposible crear o fundar un nuevo Chile basándose únicamente en demandas sectoriales separadas unas de otras pero sin un fondo ideológico común.” 

Si bien el senador designado Carlos Larraín le tiene terror a los plebiscitos (que son democráticas formas ciudadanas para expresar decisiones), a la vez que el ministro Pablo Longueira intenta desacreditarlos aduciendo que encierran perfiles atentatorios contra la democracia institucional, lo que se obtiene luego de pasar por el cedazo del análisis tanta estulticia es el remanente perenne de la derecha totalitaria: su odio a las ideologías, porque ellas no pueden ser  combatidas con armas ni verborrea demagógica, sino que con otras ideas…y ese es el preciado stock del cual carecen los talibanes de la derecha chilena.

Pero, en definitiva, la actual movilización estudiantil y sus justas demandas corren el peligro de “disolverse y fusionarse con el resto del sistema”, pues lo que afirmaré a continuación, nadie hasta este momento -aunque suene a insulto- ha podido desmentirlo con hechos fríos y duros. La sociedad civil, más allá de la parafernalia mediática o de las opiniones y críticas vía twitter o facebook, ha mostrado nulo apoyo al movimiento juvenil en los términos y hechos concretos. El mundillo político supuestamente progresista tampoco lo ha hecho. En esta ocasión, la sociedad comercial y de intereses Alianza-Concertación, conocida como Duopolio Binominal, se ha desprendido de máscaras y antifaces mostrando su real faz, exteriorizando además  su verdadera línea de acción: continuar enriqueciéndose económica y socialmente hasta el hartazgo, para lo cual requiere mantener incólume el actual sistema, tanto en lo económico (neoliberalismo) como en lo político (binominalismo).

Los jóvenes, una vez más, se encuentran solos –o con escasa compañía-, representando a un universo social disperso y carente de liderazgo, el que pese a estar de acuerdo con las demandas estudiantiles no ha movido, ni moverá, un solo dedo para horquillar a un gobierno que representa ‘la créme de la créme’ del neoliberalismo rampante y expoliador. El cuerpo social chileno aún no internaliza que las masivas movilizaciones sociales encabezadas y dirigidas por jóvenes universitarios enfrentan a la más dura, despiadada y poderosa de las ideologías: el capitalismo, pero al igual como las ideas se combaten con ideas, esa ideología sólo puede ser derrotada por otra ideología. Ello lo saben muy bien la derecha y la Concertación, pues ambas son conscientes que si la gigantesca masa de ‘indignados’ abraza una determinada ideología, las prebendas y corruptelas así como el gobierno y el mismo poder legislativo actual, marcharán directamente al tacho de los desperdicios. Por ahí va la verdadera batalla que estas generaciones, y el país, deberían librar.

arturoalejandro90@gmail.com


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Arturo Alejandro Muñoz


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