No sé
si en otros países iberoamericanos se dan situaciones similares a las que se
producen en Venezuela, en relación a la falta de opinión de sus ciudadanos sobre
una serie de temas vitales para la nación. Se trata de hechos o circunstancias
sobre los cuales la gente mantiene una conducta idéntica, generalmente
contraria al interés nacional; son cosas de las que no se habla y se deja que
ocurran, a pesar, repito, que para el futuro del país tengan una importancia de
vida o muerte. Temas escondidos o sobre los que se habla muy superficialmente y
casi siempre en forma politiquera, para agredir al adversario y no para
construir o impulsar una política seria y nacionalista. Son aspectos de la vida
política interna e internacional en los que el gobierno y la oposición, no sólo
en la actualidad sino también durante los gobiernos adeco-copeyanos, coinciden
plenamente en lo fundamental, aunque no lo manifiesten en forma explícita, y no
desean que los mismos sean debatidos públicamente.
Este
tipo de coincidencias envuelve a creyentes y ateos, a social cristianos, social
demócratas y comunistas; a las diferentes clases sociales, por lo que las voces
disidentes se encuentran en absoluta minoría y sus quejas y reclamos caen en un
vacío absoluto y quedan sin ninguna respuesta. Las delimitaciones limítrofes
con nuestros vecinos constituyen una de estas situaciones, que por lo extraño,
calificamos de curiosas. El problema permanente de los límites de Venezuela con
Colombia pareciera ser ajeno a la inmensa mayoría de los venezolanos, cosa muy
contraria a la que ocurre en el vecino país. Este desinterés ha sido
responsable, a lo largo de nuestra historia, de que hayamos perdido casi la
mitad de nuestro territorio ante los reclamos colombianos. La forma de Venezuela
era casi redonda, cuando comenzó la tarea de quitarnos tajadas territoriales,
con la desidia o complicidad de gobernantes, el silencio o ignorancia de la
mayoría del país y la actuación manifiesta de los poderes internacionales.
Los
venezolanos han estado más preocupados por sus “hermanos” colombianos o por algún
tipo de internacionalismo: Proletario, social demócrata o bolivariano, que por
la integridad de su territorio. La gente en general no habla del tema, no sé si
se hacen los locos o si, por alguna razón escondida, les da vergüenza reclamar
lo que territorialmente nos corresponde. Ésa ha sido la actitud no sólo con
Colombia, sino también con Guyana. Pareciera que el tema no es trascendente,
que son más importantes una serie de casos banales como los gastos de ropa del
presidente Chávez o el lanzamiento de la candidatura de María Corina en un
centro comercial. Largos debates sobre estos temas insulsos se efectúan en la
Asamblea Nacional y en programas de opinión de radio y televisión, además de
artículos de sesudos autores en la prensa escrita y en Internet, mientras las
cosas importantes siguen ocurriendo sin notarse, afectándonos negativamente como
nación, sin que nadie las reivindique.
Colombia
nos está imponiendo un tratado de libre comercio y nada se dice al respecto;
tiene un proyecto de acuerdo sobre seguridad fronteriza con Venezuela y la
gente ni sabe de qué se trata; hablan de la vía fluvial Meta Orinoco, que les
daría plenos derechos a navegar nuestro Padre Río, violando el Tratado de
Límites de 1941 y todo el mundo callado. No son temas importantes para nadie.
No reclamamos ni fuerza ninguna nos recuerda que tenemos que reclamar. En
cambio, estamos alerta sobre los derechos de Bolivia a una salida al mar,
problema que sí nos hace opinar, actuar en consecuencia y asumir posiciones
tajantes. Y a los bolivianos no hay que recordarles esta reivindicación, que
tienen siempre presente, sin importar el grupo político que esté gobernando.
Para Bolivia es un problema de la mayoría y está por encima de cuestiones
circunstanciales de carácter partidista.
En
Chile, la salida boliviana al mar no los divide. Tirios y troyanos se resisten
a entregar el territorio norteño arrebatado a Bolivia como resultado de una
situación de guerra con Perú, en la que este país también perdió una porción de
su geografía. El Partido Comunista chileno no habla sobre el tema, lo elude, por
lo que pareciera que su interés nacional está por encima del internacionalismo
proletario que deben profesar. Lo cual es lógico y yo diría casi natural. Si un
país no se reconoce a sí mismo como nación, es imposible que pueda ser
verdaderamente internacionalista. Hasta los cristianos lo afirman con aquello
de “amar al prójimo como a ti mismo”. Sólo en Venezuela pareciera que amamos
más al prójimo que a nosotros mismos, lo cual es una total incongruencia. Y
esta situación no es nueva, no es producto del gobierno actual, ha sido así
siempre, desde que nos convertimos en república, con muy contadas excepciones.
La
cuestión limítrofe no es la única de estas curiosas situaciones; existen otras
sobre las cuales son muy pocos quienes realmente se preocupan: La
proporcionalidad del voto, el modelo rentista de explotación petrolera, el
desarrollo científico y tecnológico del país, parecen no preocuparle ni a la
oposición ni al gobierno, ni a los partidos más grandes ni tampoco,
paradójicamente, a los pequeños; ni a la derecha más recalcitrante ni a la
ultraizquierda más “revolucionaria”. Al parecer, se instaló una suerte de
cultura en la cual lo trivial es lo importante y lo fundamental no se discute.
Asumimos los derechos de los pueblos aborígenes o de los supuestos
afrodescendientes con una vehemencia que quisiéramos sentir en el tratamiento
de los derechos de la nación venezolana. Somos venezolanos y como que hemos
dejado de reconocernos como tales y de estar orgullosos de serlo.
lft3003@yahoo.com
La Razón, pp A-6, 9-10-2011, Caracas