Pero esta vez, como tantas, será válida la sentencia de que cada cual tiene lo que merece.
Los estallidos de la llamada primavera árabe en Egipto y Túnez, y extendida prontamente a Yemen y Qatar, todos regímenes aliados de los Estados Unidos, provocaron una inmediata estratagema de éste y los países europeos, para tratar de mediatizar lo que de progresistas tuvieran los movimientos populares que los provocaron, como fueron los casos de Egipto y Túnez, y por otro lado buscar alternativas de apuntalamiento o retraso de victoria, como ha sido respectivamente los casos de Qatar y Yemen. En fin, actuaron pronta y maquiavélicamente para convertirse en pescadores en río revuelto.
A la vez rápidamente los Estados Unidos y algunos potencias europeas planificaron cómo dirigir aquella avalancha en forma teledirigida contra gobiernos desafectos como lo fue en el caso de Libia, para lo cual lograron que el Consejo de Seguridad de la ONU les permitiera desarrollar una guerra contra Gaddafi y a favor de los opositores, en franca violación de la letra de la lamentable e impúdica Resolución de ese órgano. Y acto seguido han tratado, hasta ahora infructuosamente, dirigir sus acciones en el Consejo de Seguridad contra Siria, a fin de enfilar aviones y cañones tal como lo hicieron contra Libia. Y así probar suerte en una solución de fuerza consentida y aplicable a escala planetaria.
Pero, ¿quién lo iba a pronosticar? Pronto empezaron las manifestaciones de los indignados españoles en la Puerta del Sol, en Madrid, el 15 de mayo, y luego fueron seguidas en casi toda Europa, con sus protestas y reclamaciones debido a la situación social por la que atraviesan diversos países, desde Grecia hasta Gran Bretaña, y más tarde, a partir del el 17 de septiembre, el fenómeno social ha ido cobrando fuerza, como llama en un pajar, en los Estados Unidos, con la toma de la plaza Zucotti situada en el centro financiero de Wall Street: Este movimiento se ha extendido por decenas de ciudades y los manifestantes exigen de la plutocracia dirigente norteamericana soluciones a los múltiples problemas sociales que hoy aquejan al pueblo norteamericano, como son el desempleo, la discriminación, las medidas antiinmigrantes, las guerras que todavía llevan a cabo y otros muchos. ¿Por cierto, han visto que trato más “delicadito” ha dado la policía a muchos de los manifestantes en Europa y EE.UU?
Por lo tanto, Estados Unidos ya tiene su primavera interna que mantiene organizados y bajo circunstancias de protestas callejeras a las minorías preteridas, pero que suman millones de personas, a las cuales se suman sindicatos y otras organizaciones, y todos expresan con claridad sus razones anti sistema, y denuncian el egoísmo y la apropiación despiadada de los recursos materiales por una minoría que sólo representa el uno por ciento de la población estadounidense.
¿Qué dicen y qué harán ahora los políticos, los gobernantes y los magnates de las financias y el mercado, que son responsables de la inequidad e injusticia más salvaje en el país más rico del mundo? ¿Convocará el presidente Obama a esas masas vociferantes y que enarbolan consignas y verdades como templos, para lanzarles su consigna electoral del YES, WE CAN CHANGE? ¿Estará dispuesto a mover un dedo para que las cosas actuales tomen mejor camino? ¿Le permitirá el sistema, que las masas repudian en calles y plazas, algún cambio que afecte los intereses creados por la oligarquía y su complejo militar industrial?
Por otra parte, es una realidad que el sistema político y económico instaurado en los Estados Unidos es incapaz de dar soluciones a los problemas existentes en su pueblo, y es por eso mismo insoportable en lo interno. Pero también lo es en lo externo, pues es incapaz de propiciar soluciones favorables a los problemas mundiales, ya que predomina una concepción egoísta y avara en sus relaciones con el resto del mundo. Por eso no puede extrañar el reciente llamado a una jornada global de protesta contra los responsables de la actual crisis económica, la desigualdad social y la falta de una democracia real.
Es en ese contexto de crisis económica y social en los países capitalistas desarrollados, que próximamente, el 25 de octubre, la Asamblea General de las Naciones Unidas, discutirá y votará una Resolución contra el bloqueo comercial, financiero y económico contra Cuba. Los resultados esperables serán, sin duda alguna, una nueva condena de la comunidad internacional, por vigésima vez, a los Estados Unidos por mantener una política genocida contra Cuba, pero que también afecta al resto de los países del mundo, debido a la persecución y las represalias que implican las diversas medidas extraterritoriales que instrumenta el gobierno norteamericano contra empresas, bancos y personas de cualquier país que mantengan relaciones con Cuba. Nadie escapa a las medidas injerencistas y demenciales de la política de sanciones para hacer efectivo un bloqueo que asfixie a la población cubana, aunque se trate de niños y ancianos enfermos.
Hasta ahora los gobiernos sucesivos en más de cincuenta años han sido remisos a escuchar el reclamo particular de gobiernos amigos y adversarios, el apabullantemente mayoritario de la Asamblea General de la ONU, el del Papa y los dirigentes de muchas otras iglesias, el de organizaciones, instituciones y parlamentos, los contenidos en las declaraciones de las diversas organizaciones regionales de países y el de las numerosas personalidades de todos los confines del planeta, incluyendo a norteamericanos ilustres y comunes.
Sordera absoluta, obstinación prepotente, actuación cruel y demencial han caracterizado la actitud de los gobernantes norteamericanos ante un asunto que ha involucrado cada vez más a todos los países representados en la ONU.
Por eso no debe sorprendernos que después de la votación en la Asamblea General de la ONU, se repita un resultado similar a la del año pasado, cuando los Estados Unidos se quedó sólo acompañado por su cancerbero Israel, y quizás esta vez –está por ver- se le una Libia. Pero lo importante será que una abrumadora mayoría apoyará la Resolución favorable a la necesidad de la eliminación del bloqueo contra Cuba, y condenará la contumaz posición de los Estados Unidos en mantenerlo, y extender sus tentáculos sobre el resto de los países para hacerlo efectivo extraterritorialmente.
Al final se escucharán los aplausos de las delegaciones representadas en la ONU, y se verán los rostros pétreos y la presencia muda y aislada de los representantes del gobierno norteamericano. ¡Qué gran desprestigio para su autoridad hegemónica representa este reclamo y condena de la Asamblea General! Pero esta vez, como tantas, será válida la sentencia de que cada cual tiene lo que merece.
wilkie.delgado@sierra.scu.sld.cu