La Cumbre Iberoamericana fue, una vez más, un fracaso. Un fracaso para España que financia la Cumbre, desde hace 20 años, con mucho continente y ningún contenido.
De los 22 Estados invitados a la XX Cumbre sólo asistieron 11 presidentes. Los medios de comunicación españoles quisieron disfrazar la indiferencia de los latinoamericanos por una España que nada les aportó (ahora menos que nada) y El País tituló en su portada: América Latina da la espalda a Europa, «Los ojos de la mayoría de los países de América Latina, quizás con la excepción de México, están puestos en Asia, especialmente en China e India...».
El título es capcioso, porque de dar la espalda Latinoamérica la da a España y no a Europa y no es que prefiera a China o India por España es que ésta en nada puede competir con los mercados emergentes de Asia o de la propia Latinoamérica.
El «desembarco» español en Latinoamérica de los 90 no es casual. El Estado español empieza a organizar y financiar estas reuniones, «Cumbres» en las que imitando pobremente a la Commonwealth inglesa, España «limpia y da esplendor» a 500 millones de hispanohablantes y a un futuro mercado recíproco. Pero no nos engañemos, ni los jueces latinoamericanos usan pelucas como los de Jamaica o Canadá (para emular a sus conquistadores) ni la cabeza del Estado es el rey español en ninguna República del Río Bravo al Tierra del Fuego como sí lo es la reina británica en muchas excolonias.
Después llegó el otro desembarco... el de los bancos y empresas españolas de tres al cuarto que ni trajeron riqueza a Latinoamérica ni ofrecieron nada distinto o novedoso por venir de la Unión Europea, porque dar sartenes o cuberterías en lugar de intereses por el dinero ya lo hacía Colón en 1492.
Fueron tan torpes durante todos estos años que como representantes del mal llamado Primer Mundo (habría que preguntarle a los millones de desempleados españoles en cuál viven) pretendieron hacer hablar en la «Cumbre» a los representantes del FMI, OCDE y otros, antes que los presidentes elegidos democráticamente. Poco se puede esperar de un Estado, como el español, que organiza Cumbres con presidentes elegidos democráticamente y lleva a un rey que además de no tener legitimidad democrática manda callar, como si fuesen sus vasallos, a los descendientes de los que hace 200 años lo mandaron a mandar a otra parte.
«Cumbre Iberoamericana»... R.I.P.
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