Una vez más una cumbre europea termina con frustración y me atrevería a decir que, como en los últimos tiempos, dando un paso más hacia el abismo

Europa, por el peor de los caminos

Una vez más una cumbre europea termina con frustración y me atrevería a decir que, como en los últimos tiempos, dando un paso más hacia el abismo. No puede ser de otro modo cuando sus dirigentes se empeñan en adoptar decisiones cuya ineficacia se viene comprobando desde hace tiempo y cuando, además, se quieren imponer de un modo dictatorial a la ciudadania

Los dirigentes europeos, bien sea por su incompetencia, por su servilismo hacia los poderes financieros o por su ceguera ideológica, siguen sin percatarse de que están centrados en resolver un problema principal que no lo es y que ese desenfoque agrava el que verdaderamente se está sufriendo.

El problema de Europa no es el de la deuda soberana. Esta es, por un lado, el resultado estructural de las políticas que en los últimos años vienen frenando la generación de ingresos y produciendo un incremento continuado de la desigualdad. Y, por otro, de la coyuntural pérdida de ingresos e incremento del gasto provocados por la crisis financiera. Por tanto, la solución no puede venir, cómo se empeñan, en disminuir más aún los ingresos aumentando la desigualdad porque de esa manera solo se consigue fortalecer los factores que han producido la explosión de la deuda pública al llevar de nuevo a la recesión a las economías europeas.

Los dos problemas que realmente están minando a la economía europea y provocando ya una crisis política que no sabemos si va a poder tener solución son otros. Uno es el defectuoso diseño de la zona euro que impide aplicar las políticas necesarias para afrontar una crisis como la que estamos viviendo. Y el otro, algo que las autoridades no quieren reconocer para salvar la cara de los bancos que provocaron la crisis: la insolvencia generalizada del sistema bancario y su incapacidad y falta de voluntad para poder volver a financiar convenientemente a la economía.

Los dirigentes europeos se están empeñando en circular por este camino de las políticas económicas equivocadas y así solo van a llevar a Europa al descalabro económico, al desastre social y a un conflicto político irresoluble.

Y lo están haciendo con maldad y con incompetencia. En primer lugar, porque no han querido resolver el problema de la deuda con decisión imponiendo desde el principio una solución que hubiera sido fácil de aplicar e infinitamente menos costosa, obligando a intervenir al Banco Central Europeo, sino que han preferido convertirla en un gigantesco negocio para la banca y los grandes fondos de inversión privados, a costa de aumentarla y de convertirla en un lastre dramático para los pueblos europeos.

En segundo lugar, porque han renunciado a adoptar medidas contra las causas reales de la crisis (de rediseño institucional y estructural, de regulación financiera y de fortalecimiento fiscal) para limitarse en la práctica a la imposición de políticas de recorte de gasto. Unas políticas cínicamente llamadas de austeridad (cuando solo lo son en lo que toca a los recursos destinados a financiar derechos sociales y capital social que necesitan principalmente las pequeñas y medianas empresas) que frenan la actividad en el conjunto de la economía pero que lo hacen afectando de una manera muy desigual a los distintos sujetos económicos. Y así, lo que de verdad están haciendo las autoridades europeas no es tratar de resolver los problemas de Europa o de la economía europea en su conjunto sino solo los de las grandes empresas y, particularmente, los de los bancos privados. Y esa orientación tan asimétrica es lo que está dando lugar a que la crisis económica se haya convertido en otra grave crisis política e institucional.

Y en tercer lugar porque el contraste entre la mano dura de la que hacen gala los dirigentes europeos a la hora de aplicar estos recortes y la generosidad con que miran a otro lado para no poner sobre la mesa el problema de la quiebra bancaria prácticamente generalizada es ya mucho más que vergonzosa. Comenzaremos a contemplar en breve otra ronda de ayudas a los bancos que han provocando la situación en la que estamos, bajo la forma de  nacionalizaciones  que en realidad no lo son porque la propiedad y la capacidad de decisión siguen en las mismas manos, de creación de bancos malos como el que está previsto que cree el próximo gobierno del Partido Popular, o de nuevas ayudas multimillonarias, y sin que nada de ello repercuta en una mejor y más urgente financiación a las empresas y consumidores. Porque esas no son las soluciones que precisa un sistema bancario quebrado, rentista y dedicado con preferencia a la especulación.

Este es uno de los dos principales caminos que llevan a Europa al abismo: el de las políticas equivocadas y cómplices con la banca privada y el de la ceguera ideológica ante una realidad que muestra cada vez más inequívocamente que así no se sale de la crisis sino que nos hunde más en ella. Y no solo eso: en mi opinión, deberíamos empezar a considerar que lo que están haciendo las autoridades europeas, el daño que sus políticas están provocando en la población civil de bastantes países, está comenzando a aproximarse mucho al nuevo concepto de crimen económico contra la humanidad (ver Lourdes Benería y Carmen Sarasúa,  Crímenes económicos contra la humanidad).

Y lo malo es que no es ese el único camino hacia el abismo por el que se empeñan en transitar los dirigentes europeos. Otro, el de la imposición dictatorial de estas políticas, conlleva consecuencias semejantes. En lugar de buscar la complicidad de la ciudadanía y convertirla en un sostén decisivo mediante el debate y la participación para salir de la crisis con equidad y eficacia, las autoridades europeas buscan una vez más sortear el pronunciamiento de los pueblos y eso es algo de nuevo inaceptable.

Se puede volver a hacer trampas como en ocasiones anteriores, llevar a cabo reformas constitucionales por la puerta de atrás, imponer las políticas mediante instrumentos legislativos de tercer orden o, como también se está haciendo ya, dar golpes de estado para derribar a gobiernos legítimos y poner en su lugar a banqueros, pero creer que así, convirtiendo a Europa en una auténtica dictadura de los poderes financieros, se va a conseguir resolver de verdad algún problema es una quimera. Al revés, se está creando el mayor al que nos podríamos enfrentar en Europa, que no es otro que el de su propia autodestrucción y el del enfrentamiento general que eso va a llevar consigo.


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