Desde el breve espacio de su propia esperanza, la sociedad chilena espera la maduración de las condiciones que permitan provocar el necesario y verdadero cambio en política y en economía. Quiérase o no, un nuevo liderazgo es punto menos que vital.
TENGO LA IMPRESIÓN de que últimamente los políticos de aquí, de allá y de acullá nos han estado agarrando “pa’l divino chuleteo”. Con mayor certeza puedo aventurar que esos políticos llevan meses –quizás años- sobajeándoles las ‘quetejedi’ a los pater familia de los principales clanes de la mafia empresarial y bursátil de Pelotillehue, mafia que como bien hemos llegado a descubrir -luego de infaustas experiencias y traumáticos eventos- incorpora además a pelafustanes con uniforme, entorchados y cabezas rectangularmente adoquinadas por cascos prusianos.
Todo ello me ha llevado releer –con una pasión digna de adolescente fans de Justin Bieber- los principales episodios de la revolución francesa entre 1789 y 1799, especialmente aquellos que describen la época “del terror” y los guillotinazos ordenados por la Montaña y los Sans-Coulotte (que podrían interpretar a las ‘nanas’ del club de golf en Chicureo) bajo la influencia del siempre malhumorado Maximiliano Robespierre, un tipo que me parece cada día más necesario no sólo allá con los gabachos sino, muy especialmente, acá en Chilito.
Me asiste la duda –más por convencionalismos cartuchones católicos que por otra cosa- respecto de cuán fructífero podría ser para nuestro país un reventón tan dramático y profundo como aquel que comenzó un 20 de junio de 1789 en el Salón del Juego de Pelota en París, cuando los ineficaces Estados Nacionales se transformaron en la gran Asamblea Nacional que dio inicio a la caída de la monarquía y del antiguo régimen. He llegado a confundir –en mi mesiánica esperanza- a esos Estados Nacionales con el actual poder legislativo bicameral, y a la revolucionaria Asamblea Nacional con la tan ansiada Asamblea Constituyente…pero para ello, qué va, nos hace falta un Maximiliano Robespierre, pues con los guarapos políticos actuales no podríamos construir siquiera un castillito de arena en la Playa Chica de Cartagena. Por cierto, también nos haría falta contar con un diario al estilo del “Amigo del Pueblo”, que dirigía el histérico y fanático extremista Marat para salirle al paso al no menos mesiánico y colijunto talibán “El Mercurio” y sus colgajos (LUN y La Segunda).
Como no tenemos nada de lo ya descrito, el empresariado predador –bajo el cobijo de políticos yanaconas y corruptos asociados en una corporación duopólica de patrones y mayordomos- se permite hacer lo que se le antoja, limpiándose las partes pudendas con las mismas leyes que banderean ante los ojos de la multitud pero que jamás cumplen. Y no solamente incumplen sus propias leyes, sino también defecan sobre las opiniones y decisiones mayoritarias de la ciudadanía, a la cual miran como dígitos laborales desechables y de rango escuálido en lo social…e incluso en lo humano. Como se ve, nada nuevo bajo el sol desde la época de los Luises en Francia….pese a que han transcurrido más de dos siglos. Tal vez la principal diferencia entre esa era y la nuestra –en cuanto a caracterizar a los poderosos- sea solamente el uso de cetro y corona, reemplazado hoy por algunos aparatos tecnológicos y unas tarjetas plásticas que son capaces de diferenciar con extrema rapidez al rico del pobretón.
Ciertamente, en Pelotillehue no tenemos dinastías nobles y cuasi ‘divinas’ como los Habsburgos, Borbones y Hohenstauffen, pero nuestra Historia patria relata algunos episodios en los que ciertas familias –herederas de los primeros iletrados aventureros hijos del garrote y la cárcel que llegaron a estos territorios escabulléndose de la justicia peninsular- luego de asesinar nativos y apropiarse gratuita y criminalmente de sus tierras en nombre propio, de la Corona y de la santísima iglesia inquisidora, tuvieron la exitosa idea de ‘construir’ escudos de noble tradición, inventando además una historia familiar en la cual era dable pensar que por las venas de sus componentes circulaba una sangre que si bien no era azul-azul, al menos se coloreaba de celeste pálido.
Un filósofo amigo, me aseguró que en estos dos últimos siglos los poderosos y sus apéndices correspondientes (curas y milicos) habían logrado sacarle lustre a los antiguos edictos reales transformándolos en “leyes modernas”, pues en verdad lo que hicieron fue sólo aggiornar la barbarie clasista, cobijándola bajo una plutocracia disfrazada de libertad mediante garantías constitucionales tan insípidas e ineficaces como las que una vez firmara Luis XVI poco antes de perder la cabeza. Y es aquí donde en Chile entran a tallar personajes como Diego Portales y el binomio Montt-Varas, quienes construyeron sobre la represión para, una vez edificado el andamiaje totalitario y clasista, continuar reprimiendo al pueblo y coartando toda posibilidad de disenso verdadero. Jorge y Pedro Montt, Ibáñez del Campo, González Videla, Onofre Jarpa, Jaime Guzmán, fueron buenos émulos de los anteriores…y Pinochet junto a sus ‘agentes del estado’ exacerbó tal herencia.
Hoy, dos décadas después del término de una feroz dictadura, todo ha cambiado para que todo siga igual (parafraseando a Tomasso di Lampedussa), pero esta vez la represión es una mano de hierro enfundada en un guante de seda llamado televisión y farándula, o estulticia y carencia de información. Los clanes familiares continúan existiendo, continúan adueñándose del país sin obstáculos legales, políticos ni religiosos; constituyen ahora un gobierno de “familisterios” donde se cruzan apellidos provenientes de la más rancia y conservadora Derecha política, con otros que -perteneciendo a clases sociales menos afortunadas- han ascendido en la pirámide a través del uso y abuso de las granjerías que extrajeron de los cargos públicos, asociándose con aquellos vástagos del régimen totalitario que recibieron del dictador, en bandeja de plata y a costos risibles, las empresas estatales. La nueva sociedad duopólica monopolizó entonces banca y comercio, a la vez que obtuvo astronómicas sumas de dinero vendiendo o alquilando el país a manos extranjeras.
Ante estas desgraciadas circunstancias en las que el pueblo –la mayoría de él- se encuentra subsumido en la política de endeudamiento eficaz y jolgorio sin fin, carecemos de tipos audaces y decididos como lo fueron en su momento Robespierre, Danton y Marat en el viejo y monárquico ‘antiguo régimen’ francés…en su defecto, a duras penas contamos con aguas tibias al estilo de Marquito, Escalonita, Eduardito, Michelita y otros de menor prosapia que fácilmente doblan la cerviz ante los requerimientos de los verdaderos patrones, muchos de los cuales pertenecen a los mismos grupos familiares de los recién nombrados.
Pero ‘aún tenemos patria, ciudadanos’, ya que nuevos liderazgos, jóvenes dirigentes, han venido surgiendo desde las tribunas estudiantiles, lo que augura al menos un viso de futuro promisorio, pues tarde o temprano habrá de producirse la necesaria conjunción de las fuerzas sociales estructurando un solo cuerpo, un organismo, un referente, un movimiento, frente o partido, que detenga esta locura neoliberal salvaje y ponga de pie lo que el duopolio dejó de cabeza. Para ello será imprescindible cercenar administrativa y políticamente al actual Poder Legislativo reemplazándolo por una Asamblea Constituyente y, a partir de ese momento, discutir, redactar y votar un nuevo cuerpo Constitucional que consolide las bases de una verdadera democracia y una sólida política de justicia social.
“¿Estás proponiendo guillotinar a ciertos eméritos corruptos antichilenos, vástagos y herederos de la dictadura, así como a algunos ‘aparecidos mayordomos’ obsecuentes, serviles y traidores?”, me preguntó mi amigo filósofo con cara de espanto. “Lo de la guillotina es tan sólo una metáfora; reemplázala por cadena perpetua, la que si se aplica luego de un proceso judicial en el que esos corruptos tengan pleno derecho a defensa legal, sí…estaría de acuerdo en que fuesen encarcelados de por vida, si ese es el dictamen del tribunal” –respondí.
El pésimo y vergonzoso ejemplo que soportó el país con un genocida y ladrón como Pinochet, quien falleció tranquilamente de muerte natural porque los políticos derechistas y los ‘progresistas’ así lo acordaron, es un asunto que jamás, nunca más –y en ningún tipo de caso ni circunstancia- debemos repetir ni aceptar. Que tomen nota ladrones, corruptos, vendepatrias y totalitarios…muchos de ellos revolotean por los organismos del estado y tiendas partidistas, con ínfulas de superioridad racial, económica y de clase…al más puro estilo del “Rey Sol”. Pero la rueda de la Historia ha comenzado nuevamente a girar a favor del pueblo y del país todo; por ello, las sanguijuelas que han profitado por décadas de las abominables garantías del ‘antiguo régimen’, o se unen a la mayoría o serán aplastados por ella Ya están sobre aviso.
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