Siempre, mientras exista capitalismo, habrá quien, por lo menos, intente hacer leña de lo que cree es un árbol caído. Por eso, no faltarán, y tal vez comenzando por el Estado colombiano, quienes no entendiendo o no queriendo entender el humanitario gesto y la correcta decisión política de las FARC de poner en libertad a los rehenes de guerra que están en su poder, se armen con el fusil de la especulación para disparar petardos y tratar de vendernos la falsa idea de que eso es una acción y un pensamiento de debilidad política, de fracaso de la lucha revolucionaria y un acto desesperado por ganar espacio y luego continuar con su política de guerra y terrorismo en mejores condiciones políticas que ahora. Ténganlo por seguro que eso se dirá por muchísimos medios de comunicación tanto de Colombia como del exterior. Ya el Presidente Santos, a los segundos del anuncio de las FARC, dijo: “Eso no basta”. Quiere más pruebas por la paz, según él, como la desmovilización y entrega de armas al Estado colombiano de parte de la insurgencia.
Sin duda que las FARC ha recibido duros golpes políticos y, especialmente, en su expresión militar. Y eso, quiérase o no reconocerlo, obliga a la reflexión y, sobretodo, cuando una lucha específica (como la guerra) se ha prolongado por casi medio siglo continuado en Colombia. No se necesita ser astrólogo ni brujo para saber que las FARC abrieron un proceso interno de profunda reflexión desde hace cierto tiempo. Incluso, así lo creo, solicitando igualmente valiosas opiniones en otras esferas del pensamiento social tanto en Colombia como más allá de sus fronteras.
Ahora podemos contar lo siguiente que antes no hicimos público por el grande respeto que tenemos por la insurgencia colombiana y, además, por dudar si era o no conveniente políticamente publicarlo. Cuando ganó la elección presidencial el doctor Juan Manuel Santos, en El Pueblo Avanza (EPA) hicimos una reflexión sobre la situación política interna de Colombia y pusimos el acento en concentrar el análisis sobre las circunstancias políticas (tanto internas como externas) que debían ser aprovechadas por la insurgencia para ganar espacio político de opinión pública y tratar de contrarrestar, lo máximo que se pudiera, el mediatismo propagandístico y desfigurativo con que trataba el Estado colombiano, los poderosos medios de comunicación colombianos y foráneos e, incluso, el nuevo Presidente a la lucha insurgente de las FARC y el ELN. Cierto es que la lucha política es una cuestión de intereses y fuerzas y no de argumentos, pero éstos por ello no pueden ser execrados de las condiciones concretas que determinan una táctica política.
La campaña política de todos los candidatos a la Presidencia de Colombia y, especialmente, la del doctor Juan Manuel Santos, prometía incrementar la guerra, más mano dura contra la insurgencia y cerrar todas las vías posibles a una paz concertada que naciera de un diálogo prolífico entre las partes que participan en el conflicto político y armado sin dejar de lado la intervención de los sectores, por lo menos, organizados de la sociedad colombiana como tampoco una idónea veeduría internacional. Hace poco, en la reunión de la CELAC realizada en Caracas, el Presidente Juan Manuel Santos le dijo de frente al resto de gobernantes, que hicieron presencia en la misma, que lo mejor que podían hacer por la paz en Colombia era no hacer nada, es decir, no intervenir en los asuntos internos de los colombianos y las colombianas. Sin embargo, el mismo Presidente Santos avala la participación del Estado estadounidense en los asuntos internos de Colombia y, más concretamente, en el conflicto político y armado como, igualmente, ha dado opiniones políticas cuadrándose, por ejemplo, con la OTAN y los grupos que derrocaron por la violencia al gobierno de Gadhafi. En fin: la salsa que es buena para el pavo no es buena para la pava de acuerdo a la creencia del Presidente Juan Manuel Santos. En otros términos: al Presidente Santos no le gusta que foráneos “subdesarrollados” se inmiscuyan en los asuntos internos de Colombia pero él sí se inmiscuye en los asuntos internos de otras naciones.
En el momento en que hicimos nuestra reflexión política y pensando en un éxito político para las FARC, llegamos a una conclusión que nos guardamos como secreto aunque se la comentamos a pocos camaradas de otras organizaciones políticas de la izquierda venezolana. Esa síntesis fue la siguiente: creíamos conveniente y políticamente correcto que las FARC, sin establecer mayores condiciones de por medio, debía anunciar la liberación de todos los rehenes de guerra que estaban en su poder el mismo día de la toma de posesión del Gobierno por el doctor Santos. Si alguna condición valía la pena, de haberse tomado esa decisión, era que una comisión de las FARC de alto nivel, comprometiéndose el gobierno colombiano a permitir la presencia de veedores internacionales, hiciera entrega de los rehenes de manera pública y en un lugar escogido de antemano acompañado, además, de un documento político para la prensa mundial donde la organización expusiera sus criterios más firmes y claros para el logro de una paz concertada con el Estado colombiano.
Por otro lado, creíamos que una decisión de esa naturaleza le ponía cierto freno –por lo menos temporal- al espíritu guerrerista del Presidente Santos, a los altos mandos militares que viven de la guerra y obstaculizan cualquier intento serio de búsqueda de paz, y a aquellos sectores oligárquicos que nutren sus arcas negociando mercancías necesarias para la guerra. Ante la opinión mundial el entrante gobierno de Colombia se hubiese encontrado con llamados a aprovechar el gesto humanitario y político de las FARC para abrirle espacios al diálogo entre las partes en conflicto armado y político. Y, esto es una simple creencia nuestra, de haberse concretado esa liberación, tal vez, el camarada Alfonso Cano no estaría muerto. Claro, repetimos, es sólo una creencia que si alguien tiene potestad para decir si poco, nada o mucho de razón tenía, seria las mismas FARC y no nosotros, que no estamos envueltos directamente en el conflicto armado y político que vive Colombia y, jamás, pretenderíamos creernos con capacidad o potestad para determinarle el rumbo político ni a la insurgencia colombiana ni a cualquier otra organización ni en Venezuela ni en el resto del mundo.
Ahora, si los camaradas de las FARC, en algún momento y no tienen ninguna obligación de hacerlo, nos solicitaran una opinión o reflexión política sobre la situación colombiana, con el mayor placer por los deberes, lo haríamos sobre la base de nuestros modestos conocimientos en relación con la materia. Hoy, sencillamente, aplaudimos la decisión de las FARC y les deseamos muchos éxitos políticos como también al ELN y al pueblo colombiano. Algún día, tardeo temprano, la lucha revolucionaria se internacionalizará, como si fuera un mercado mundial, para derrocar al capitalismo y abrir, de manera definitiva, las puertas a la construcción del socialismo con que soñaron los camaradas Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y tantas luminarias del proletariado y de la intelectualidad marxista y hasta de religiosos comprometidos con la liberación de los pobres y no con el dominio de los ricos sobre la sociedad.
¡Vivan para siempre los camaradas: Jacobo Arenas, Manuel Marulanda, Raúl Reyes, Mono Jojoy, Iván Ríos, Alfonso Cano y los sacerdotes: Camilo Torres Restrepo, Domingo Laín y Manuel Pérez!