Un error al analizar las relaciones entre la Iglesia Católica y el gobierno de Cuba es no tener en cuenta que el socialismo cubano es de hondas raíces martianas, ha sido modulado en toda su extensión y profundidad por el pensamiento y el ejemplo de Fidel y del Che, y poco tiene que ver con el “socialismo real” desaparecido en los países de Europa del Este. Otro error es ignorar los cambios que han ocurrido en la proyección social de la Iglesia a partir de los años sesenta.
De los enfrentamientos iniciales, quizás inevitables, a raíz del triunfo revolucionario, las relaciones han ido mejorando lenta pero firmemente. No tiene una fecha precisa el comienzo de este acercamiento pero, sin duda, el decreto de duelo nacional en ocasión de la muerte de Juan XXIII (junio de 1963) y el envío de una representación oficial a las exequias fue un gesto del gobierno de Cuba que fue bien acogido por la Santa Sede.
Juan XXIII, a pesar de su conservadurismo, fue el Papa que convocó al Concilio Vaticano II (1962-1965) -en el cual participaron los obispos cubanos- que tanto impacto ha tenido en la doctrina social de la Iglesia. En su Encíclica “Mater et Magistra” (1961) atrajo la ira de la ultraderecha religiosa al afirmar que “una de las características fundamentales de nuestro tiempo es la socialización”, por eso la palabra “socialización”, que aparece en el original en italiano, fue sustituída en el texto oficial en latín por “multiplicación de relaciones sociales”.
Un acontecimiento importante fue la reunión de Fidel con el Cardenal Raúl Silva Henríquez y con representantes de Cristianos por el Socialismo, durante su visita a Chile en 1971. El cardenal chileno había declarado que “hay más valores evangélicos en el socialismo que en el capitalismo”. En la década de los setenta, y con puntos focales en esta visita, en la reunión con distintas comunidades cristianas en Jamaica en octubre de 1977, y más tarde en Nicaragua, Fidel desarrolló importantes ideas sobre la unidad de todos los revolucionarios, creyentes o no, para llevar adelante los cambios estructurales necesarios en nuestro continente.
Un libro extraordinario, “Fidel y la Religión” (1985) que contiene las conversaciones sostenidas entre Fidel Castro y el sacerdote brasileño Frei Betto y que circuló ampliamente tanto en Cuba como en el extranjero, disipó muchos malentendidos y ayudó a crear un clima de confianza y comprensión. En él escribe Frei Betto: “[D]esde el punto de vista evangélico, la sociedad socialista, que crea las condiciones de vida para el pueblo, está realizando ella misma, inconscientemente, aquello que nosotros, hombres de fe, llamamos los proyectos de Dios en la historia.”
Un paso trascendental, sin el cual poco se hubiera podido avanzar ulteriormente, fue la eliminación en 1991 del carácter ateo de la Constitución cubana y la instauración de un Estado laico. El corolario fue también importante: se abrieron las puertas del Partido y de la Unión de Jóvenes Comunistas a todos los creyentes. La Iglesia Católica, por su parte, admitió errores, reconoció los avances logrados en la salud, la educación, la cultura, el deporte, la asistencia social, en la igualdad y solidaridad, la edificante labor –realizada con gran amor y sacrificio- de decenas de miles de médicos cubanos en casi todo el Tercer Mundo, y condenó el criminal bloqueo de Estados Unidos contra Cuba.
La mutua y sorprendente simpatía entre Juan Pablo II y Fidel Castro nunca pasó inadvertida a los observadores y facilitó la visita del Papa a Cuba en enero de 1998, culminación del proceso de acercamiento entre la Iglesia y el gobierno revolucionario cubano. “¿Qué podemos ofrecerle en Cuba?” –expresó Fidel- “Un pueblo con menos desigualdades, menos ciudadanos sin amparo alguno, menos niños sin escuelas, menos enfermos sin hospitales, más maestros y más médicos por habitante que cualquier otro país del mundo que su Santidad haya visitado.”
De este modo, la Iglesia fue ganando espacios no sólo en sus tareas de evangelización sino como interlocutor válido en el análisis y solución de los problemas sociales y en el diálogo sobre los cambios que comenzaron a tener lugar en años recientes en la Isla. Gracias a las gestiones humanitarias del Cardenal Jaime Ortega, fueron excarcelados todos los presos condenados por actividades contrarrevolucionarias dirigidas y pagadas por la Oficina de Intereses de Estados Unidos y la CIA.
La próxima visita del Papa Benedicto XVI a Cuba abrirá nuevas avenidas de comprensión y diálogo y marcará un hito en el proceso de reconciliación con una parte de la historia y de la cultura de nuestro pueblo. No es posible obviar el hecho de que, desde hace cuatro siglos, la Virgen de la Caridad del Cobre, en alegrías y tristezas, acompaña a todos los cubanos. Benedicto XVI, uno de los hombres más cultos del mundo, seguramente sabe que de todos los sistemas actuales de gobierno el que más se acerca a los valores del Evangelio es el sistema socialista cubano, de amplia y perfectible democracia participativa y muy, pero muy superior moralmente a cualquier régimen capitalista.
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