Así que aquel día 7 de febrero de 1874, Carlos Manuel de Céspedes, primer Presidente de la República de Cuba en Armas, no perdió la medalla de la “Caridad” que traía en su cuello, y seguramente murió con ella veinte días después en San Lorenzo, un sitio de la Sierra Maestra, para convertirse en el Padre de la Patria.
En la visita del Papa a Cuba se ha acentuado la celebración del cuatrocientos aniversario de la aparición de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba y bautizada con el título de la Virgen Mambisa, y a la cual Su Santidad otorgó la Rosa de Oro, máxima distinción que otorga el Jefe del Estado del Vaticano a las advocaciones de la Virgen María.
Tanto en la pasada visita a Cuba de Juan Pablo II, hace catorce años, como en la presente de Benedicto XVI, los líderes católicos han enfatizado el tradicional acompañamiento en las luchas del pueblo cubano de esta Virgen, cuya imagen apareciera a la deriva en las aguas de la bahía de Nipe en 1612, según refiere la tradición, y luego conducida hasta el actual sitio del Santuario del Cobre, en el que se la venera desde siglos.
Independientemente del complejo entramado religioso del país, la Revolución Cubana ha ido profundizando y perfeccionando las relaciones con las autoridades de todas las religiones, y junto con éstas se ha avanzado en el respeto inter-religioso y el fomento de lazos que permitan intercambios y acciones mutuas entre las religiones de los más variados signos, con el fin de lograr una mejor y más provechosa comunicación entre ellas, y entre las mismas y el Partido Comunista y el Gobierno Revolucionario de Cuba. El trato respetuoso y el diálogo fructífero han forjado unas relaciones que son armónicas y que se basan en propósitos comunes en los ámbitos sociales, éticos y espirituales.
El respeto a la libertad de creencias religiosas, amparada en la Constitución y las leyes, y en el hecho real de que en las en filas del Partido Comunista de Cuba hoy ingresan y militan hombres y mujeres creyentes y no creyentes, refleja una política que reconoce que no existe incompatibilidad de principios ni discriminación entre su membrecía con creencias disímiles o sin ellas. Ha sido difícil lograr ese clima de confianza absoluta a pesar de prejuicios y conflictos pasados, pero se ha logrado crear increíblemente la convicción, a través de la persuasión, el diálogo fraterno y los hechos incontrovertibles, de que sólo la unidad fundamental garantiza la vida exitosa de un proyecto socio-político, ya que en política la división es la muerte.
No es ocioso señalarlo: la división y fragmentación social irreconciliable, incluyendo la religiosa, conlleva a las crisis sociales, como lo demuestran los conflictos pasados y presentes en sociedades civilizadas y desarrolladas, así como en las subdesarrolladas, en que, sin embargo, las diferencias confesionales los han retrotraídos a las más salvajes confrontaciones sangrientas y fratricidas. La intolerancia religiosa sigue siendo hoy una causa de inestabilidad social y un atentado a la vida pacífica de las personas y las naciones. Así que no basta con condenarla, es necesario, por el contrario, fomentar la tolerancia y las relaciones amistosas y cimentarlas mediante las acciones coherentes de las autoridades de los Estados y de las Iglesias, hasta logar una convivencia armónica, y sobretodo respetuosa, y por qué no, amorosa.
Cuba tiene una historia que, tergiversada por una guerra mediática irracional en los tiempos presentes, ha demostrado, sin embargo, la madurez original de un proceso revolucionario que tiene una herencia desde los albores de los actos fundadores de nuestra independencia. Al incorporar a los esclavos como iguales en las filas de nuestro ejército emancipador, se cimentó la conjunción de razas, culturas y creencias en las filas mambisas.
Este ejemplo sirve como modelo de una cultura particular en el ámbito de la creencia individual. Carlos Manuel de Céspedes, líder máximo del levantamiento independentista de 1868, investido con el cargo de primer Presidente de la República de Cuba en Armas en 1869 e inmortalizado más tarde con el título de Padre de la Patria, y, además, con alta jerarquía en la masonería de su tiempo, escribió en su Diario un apunte significativo, el sábado 7 de febrero de 1874, veinte días antes de su caída en combate, el 27 de febrero : “Hoy al salir para el baño, noté que se había podrido y roto el cordón de seda negro con que traigo al cuello la medalla de la “Caridad” que mi Anita me mandó de N. York. A no ser por esa casualidad tal vez la hubiera perdido en el baño. Le até otro cordón igual que tenía prevenido con ese objeto.”
Así que aquel día 7 de febrero de 1874, Carlos Manuel de Céspedes, primer Presidente de la República de Cuba en Armas, no perdió la medalla de la “Caridad” que traía en su cuello, y seguramente murió con ella, atada con cordón nuevo, veinte días después en San Lorenzo, un sitio de la Sierra Maestra, para convertirse en el Padre de la Patria.
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